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EL ESCONDITE DE IVÁN

TREN A LA NADA

TREN A LA NADA

“¿Sabes?, normalmente mi cabeza coge un tren mientras mi cuerpo se queda en casa viendo la tele”
El camarero no cambia el gesto: “¿Cómo dices?”
“Que me pongas otro vodka solo con hielo” le contesta Alberto.
Alberto se lo bebe entero de un solo trago y después paga. Al darse la vuelta, la pista de baile continúa ahí.
Alberto atraviesa la pista con rumbo fijo caminando entre la gente. “Tú lo que quieres es bailar” le dice Alberto a la morena del vestido de flores, a la vez que la atrapa por la cintura, envalentonado con el calor animoso de los vodkas. “Llevo toda la noche esperándote” le susurra ella pegándose fuertemente a él.
Las luces tintinean, indecisas, creando rincones ansiosos de oscuridad. La música, anónima, no estorba, aunque parece acompañar a la película equivocada. Alberto da otra vuelta a la atractiva joven haciendo volar su vestido de flores y ella, cuando le descubre ahí, medio borracho y asomado a su escote perfecto, se arrima aún más cerca, sonriente, con un notable descaro. Ella le marca con su entrepierna la dirección del baile, tatuándo un rastro invisible que Alberto persigue como si fuera la única salida en el laberinto de todos sus miedos. Entonces, ella le coge de la mano y le arrastra fuera de la pista hacia la intimidad de una de las esquinas cerca de la guardarropía.
El humo artificial y la oscuridad camuflan el encuentro. Los zapatos de Alberto parecen pesar aún más, agarrados al suelo pegajoso. Ella comienza a recorrer su cuello con profundos besos, mientras le guía con la mano de vuelta a su irresistible y generoso escote. Alberto, muy excitado, puede notar como el pezón se endurece poco a poco entre sus dedos. “¿Te gustan mis tetas?”
Ambos se frotan, funden sus cuerpos y la chica morena, atestiguando la magnífica erección de Alberto, le susurra:

“¿Sabes?, normalmente mi cuerpo coge un tren mientras mi cabeza se queda en casa viendo la tele”

Alberto, con el pelo revuelto y la marca de las sabanas aún arrugando una parte de su cara, observa en silencio a Mari Ángeles planchar con aburrimiento sus camisas. El café, olvidado sobre la encimera de la cocina, se mantiene templado gracias a la luz prófuga y temprana de un asustadizo sol de primavera.

Iván Sáinz-Pardo
"La ira dormida" ©2008

4 comentarios

Juan -


Otra falta de ortografía. Dejaré un tiempillo de escribir y sobre todo de leer cosas en internet (excepto este blog).

salu2.

Marina Khalo -

Lo que hubiera dado Maria Antonieta, abandonando en carruaje el Palacio de las Tullerías, para que su cuerpo serrano y su tocado hubiesen salido de Francia sin ser pillados “in fraganti” en Varennes. Lo que hubiese hecho por no dejar su cabeza, volteando sus ojos al sol del mediodía, en las marcas frías del cadalso.

Y seguirá siendo cuestión de mala nobleza, que Mari Ángeles siga planchando las regias camisas de su esposo, almidonando la costumbre de su vida en trenes y berlinas que no van a ninguna parte y encima dejan mancha.
Ciertamente, la costumbre nos teje, diariamente, una telaraña en las pupilas.

Juan -

No está nada mal ésto de soniar despierto.

humilde -

....y donde dices que se coge ese tren?.... en la estación de Campo Grande no.... ;)