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EL ESCONDITE DE IVÁN

COMO SI TODO

COMO SI TODO

No se paró a esperar a que se abriera la tarde. Ni siquiera se molestó en buscar el paraguas, sin embargo, abandonó aquel oscuro apartamento cargando con una pala de la mano. Salió disparado por la puerta, sin cerrarla a su paso, como un dardo en busca de su diana. No se sentía certero, pero en esa ocasión bien se conformaba con agujerear cualquier cosa que se pusiera a tiro.

Sin inmutarse observó fugazmente una cigüeña atravesar boca abajo aquel cielo nublado. Siguió andando como si nada y como si todo, que era una forma de levitar sobre los acontecimientos y observar su vida desde lejos.

En el parque se fijó en unos caballos bebiendo tranquilamente de una fuente. Hacían cola pacientemente y desfilaban dando saltitos como en una exhibición equina sin público. Ignoró tan singular espectáculo y comenzó a cavar junto a un árbol. Lanzaba la tierra a un lado, incansable, formando un montículo cada vez más alto.

Sintió el sudor calando su camisa. El corazón trotando al galope. Pensó en su madre muerta y se la imaginó con vida, después de todos estos años se la encontraba como si nada por la calle. Era una vagabunda demente que ni le reconocía. Se imaginó paseando con ella, en silencio, hasta que una explosión lo devolvió de un manotazo al parque. Tras aquel estruendo inaudito llegó un temblor que agitó todos los arboles de un golpe y que, por muy poco, no le hizo caer dentro del agujero que estaba cavando. En el horizonte, en completo silencio, un gigantesco hongo nuclear comenzó a alzarse, majestuoso y aterrador. Una brisa leve hizo murmurar las hojas. A varias manzanas despertaron distintas sirenas de alarmas de coches pero Andres, como si nada y como si todo, ajeno al resplandor y al bailoteo de las nubes en el cielo desangrándose a sus espaldas, volvió a agarrarse a la pala para continuar cavando.

Su madre continuaba muerta, el paseo con ella en su imaginación no regresó y pasaron los minutos al ritmo del sonido de la pala clavándose en la tierra.

Un niño vestido con pantalones cortos y camisa blanca de mangas cortas se le acercó por detrás, como aparecido de la nada. Le observó allí sin decir palabra alguna durante unos segundos mientras Andrés jadeaba con cada palada. El niño exclamó entonces:

 -Esto no es un sueño.

Pero Andrés no se giró, no respondió, no dejó de cavar, como si nada, como si todo y para cuando terminó de hacer aquel agujero enorme, el niño ya no estaba allí, tan solo había un poderoso rugido, grave y creciente acompañando aquella lengua de fuego que se aproximaba en el horizonte arrasándolo todo a su paso.

Andrés se quitó los zapatos despacio y los dejó con cuidado al lado de la tumba. Se introdujo dentro y se estiro boca arriba. Cerró los ojos, respiró hondo y sonrió, como si nada, como si todo, sintiéndose, por primera vez en toda su vida, en el centro mismo de la diana.

Iván Sáinz-Pardo

"En la avioneta sobró un sitio" Iván Sáinz-Pardo©
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