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EL ESCONDITE DE IVÁN

EL VUELO DE SAIR

EL VUELO DE SAIR

La azafata me presentó a aquel niño menudo y de ojos curiosos. Se llamaba Sair. 

Sair no hablaba español, tan solo tenía 7 años y esta era su primera vez en un avión. Volaba completamente solo así que aquella azafata me pidió amablemente que, entre todos, intentásemos hacer de aquel vuelo una experiencia en la que el pequeño se sintiese seguro y acompañado.

El chaval seguía atento las indicaciones de seguridad, ponerse el chaleco, soplar por la boquilla de aquel tubito, poner la cabeza entre las rodillas. Yo le sonreía y no pude evitar sentirme un tanto ridículo cuando, ya durante el despegue, le mostré el pulgar hacia arriba. El me ignoró y continuó mirando por la ventanilla. Con la altura Madrid se iba haciendo cada vez más y más pequeñito.

Al rato volvió a acercarse la azafata a comprobar que todo iba bien. Se inclinó hacia mi y muy bajito me contó que el padre de Sair era un marroquí viudo de origen muy modesto que según parecía, había reunido el dinero suficiente para cumplir el gran sueño de su hijo. Volaría a Berlín de ida y sin salir del aeropuerto, regresaría de vuelta al aeropuerto de Madrid esa misma noche donde su padre le estaría esperando. 
La azafata era realmente una mujer muy atractiva. Curiosamente así de cerca tampoco conseguía adivinar su edad, ¿Treinta? ¿Cuarenta? Cuando volvió a alejarse por el pasillo mi asiento aún olía a una fragancia mezcla entre maquillaje de mujer y melocotón.

Miré a Sair y pude comprobar que no mostraba un ápice de temor, por el contrario, noté como respiraba plácidamente al descubrir que ya sobrevolábamos un espectacular manto de nubes blancas. Fue en ese momento cuando giró su cabeza y me miró con una sonrisa poderosa. Su mirada era larga e intensa y yo, algo incómodo, le pregunté:

-¿No tienes miedo a volar?

Sin dejar de sonreír apunto al cielo que se veía al otro lado del ventanuco y se dirigió a mi:

-Je vais voir ma maman

Me quedé mirándolo sin entender y sin saber que contestar. Sair volvió a girarse y a observar feliz aquel cielo azul infinito.

-Voy a ver a mi mamá

Aquella voz de mujer se había dirigido a mi desde el asiento justo al otro lado del pasillo. Una mujer de unos 50 años me miraba atenta.

-Es francés. El chico ha dicho que va a encontrarse con su mamá.

La mujer sonrió y yo asentí en agradecimiento un poco sorprendido por el significado de aquellas palabras.

En ese instante, la azafata pasó de nuevo a mi lado pero esta vez dándome un golpe en el hombro. Yo me giré esperando una disculpa, pero tan solo la vi desaparecer nerviosa hacia la parte de adelante. Otra azafata fue hacia allí casi a la carrera y comenzaron a discutir sobre algo que no se llegaba a escuchar desde mi sitio. Uno de los pilotos salió de la cabina y se reunió con ellas. Una de las azafatas se llevaba las manos a la boca mientras la otra cerraba las cortinas para evitar nuestras miradas. 
Miré a mi alrededor. El resto de pasajeros se mantenían entretenidos, móviles, libros, algunos dormitaban tranquilamente. Nadie parecía haberse percatado del extraño incidente. 
Volví a mirar por la ventana. Todo parecía tranquilo. Pero poco a poco, desde la parte delantera del avión, una especie de murmullo comenzó a crecer. La gente cuchicheaba excitada y se iban pasando algún tipo de información los unos a los otros.

La mujer que me había servido de traductora con Sair se levantó y se acercó hacia los asientos de adelante y se puso a hablar con una pareja que gesticulaba aparentemente nerviosa.

La mujer regresó a su sitio con gesto serio. Los de alrededor la mirábamos como esperando alguna respuesta a aquel repentino revuelo. Tragó saliva primero y explicó:

-Un pasajero ha escuchado al piloto hablar con las azafatas. Al parecer ha debido de haber una terrible explosión en el aeropuerto de Barajas. Hablan de centenares de muertos y mucha confusión. Ya han cerrado el espacio aéreo. También algo sobre una explosión en un avión de pasajeros y otro avión más desaparecido.

La gente a mi alrededor se miraban aterrados cuando la cortina volvió a abrirse. Una de las azafatas, al descubrir el revuelo y a los pasajeros pidiendo explicaciones, comenzó a rogar calma a derecha e izquierda sin demasiado éxito.

Sair continuaba con la mirada perdida en las nubes y yo, intuitivamente, encendí mi móvil y desactivé el modo avión. Como era de esperar no tenía cobertura ni acceso a Internet. 
Algunos pasajeros se levantaron, un bebé comenzó a llorar y alguien gritaba con histerismo en la parte delantera. 
Un hombre pasó a mi lado y me golpeó el brazo sin querer. El móvil se me calló al suelo entre las piernas. Me desabroché el cinturón de seguridad y busqué en el suelo. 
Encontré mi móvil mientras me fijaba en las zapatillas de Sair. Los bajos de su pantaloncito tenían una forma extraña, como abultada. Alumbré con la linterna del móvil y vi algo que me heló la sangre. Parecía un cable. Levanté el bajo del pantalón del chico y atado con cinta americana, descubrí una ensalada de cables multicolor. Me volví a sentar despacio y petrificado por el miedo miré a Sair. Este se giró lentamente hacia mi, me sonrió con complicidad y con el dedo delante de la boca me pidió silencio.

Iván Sáinz-Pardo @“El Reino Invisible”

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