VOYAGER XIII
Esperamos el eclipse sentados en un banco. Pocas horas después volvimos a montarnos en la furgoneta.
Noche cerrada. La Rioja. Dejamos atrás una carretera de mala muerte donde no vimos un solo coche ni una sola persona en más de una hora y media. Tuvimos que parar de un frenazo porque se nos cruzó un ciervo del tamaño de una vaca. Se nos quedó mirando como si nos hubiera estado allí esperando durante toda su vida y encima llegásemos tarde a la cita. Despacio, majestuosamente, se retiró de la carretera con el cuello muy estirado y pudimos continuar.
Llegamos ya casi a las doce de la noche a Arnedillo.
J. me había hablado de las aguas termales de Arnedillo, son unas pozas acondicionadas y gratuitas. En nuestro viaje de vuelta a Barcelona, decidimos desviarnos un poco para disfrutar de ellas y de paso conocer el pueblo y también a J. al día siguiente.
Dejamos nuestras cosas en un motel, nos pusimos el bañador y bajamos a oscuras por un caminillo hasta el río fumándonos un porrito. Allí un gato nos acompañó hasta las aguas termales aullando y mostrándonos el camino.
En la orilla del río, nos encontramos a bastante gente desnuda sentada sobre las piedras o dentro de las piscinas naturales, hablando en susurros. Las estrellas brillaban como nunca, no se veía a penas nada y la escena se mostraba bastante surrealista. Dirk y yo nos miramos un instante, nos despojamos de la ropa y nos metimos al agua. Era como estar en un yacuzzy, el agua estaba realmente muy caliente, unos 45 grados y el fondo era un manto de piedras pulidas y calentitas. Estuvimos un buen rato charlando, disfrutando, entrando y saliendo del agua.
Al día siguiente conocimos a J. y a sus amiguetes y volvimos todos juntos a entrar a las pozas, esta vez de día. Yo me metí en bañador y, como no, olvidé sacar mi móvil del bolsillo. Os diré que los Nokia son algo reticentes a las aguas termales y el mío ha claudicado para siempre.
Estuvimos un buen rato charlando en el agua y después nos fuimos a tomar unas cervezas. J. y su pandilla son una gente fantástica. La foto la hicimos justo antes de continuar nuestro regreso a casa. Un paraje increíble, un lugar muy especial. Seguro que volveremos.
De nuevo en la furgoneta. Aún nos quedan unas pocas horas de Voyager, unos pocos cientos de kilómetros para dar por terminada esta simpática e inolvidable mudanza.
Este casete lo hemos escuchado sesenta veces en este viaje, pero sigue devolviéndonos la sonrisa, provocando canturreos, sigue siendo nuestro propia banda sonora, nuestro casete favorito.
Noche cerrada. La Rioja. Dejamos atrás una carretera de mala muerte donde no vimos un solo coche ni una sola persona en más de una hora y media. Tuvimos que parar de un frenazo porque se nos cruzó un ciervo del tamaño de una vaca. Se nos quedó mirando como si nos hubiera estado allí esperando durante toda su vida y encima llegásemos tarde a la cita. Despacio, majestuosamente, se retiró de la carretera con el cuello muy estirado y pudimos continuar.
Llegamos ya casi a las doce de la noche a Arnedillo.
J. me había hablado de las aguas termales de Arnedillo, son unas pozas acondicionadas y gratuitas. En nuestro viaje de vuelta a Barcelona, decidimos desviarnos un poco para disfrutar de ellas y de paso conocer el pueblo y también a J. al día siguiente.
Dejamos nuestras cosas en un motel, nos pusimos el bañador y bajamos a oscuras por un caminillo hasta el río fumándonos un porrito. Allí un gato nos acompañó hasta las aguas termales aullando y mostrándonos el camino.
En la orilla del río, nos encontramos a bastante gente desnuda sentada sobre las piedras o dentro de las piscinas naturales, hablando en susurros. Las estrellas brillaban como nunca, no se veía a penas nada y la escena se mostraba bastante surrealista. Dirk y yo nos miramos un instante, nos despojamos de la ropa y nos metimos al agua. Era como estar en un yacuzzy, el agua estaba realmente muy caliente, unos 45 grados y el fondo era un manto de piedras pulidas y calentitas. Estuvimos un buen rato charlando, disfrutando, entrando y saliendo del agua.
Al día siguiente conocimos a J. y a sus amiguetes y volvimos todos juntos a entrar a las pozas, esta vez de día. Yo me metí en bañador y, como no, olvidé sacar mi móvil del bolsillo. Os diré que los Nokia son algo reticentes a las aguas termales y el mío ha claudicado para siempre.
Estuvimos un buen rato charlando en el agua y después nos fuimos a tomar unas cervezas. J. y su pandilla son una gente fantástica. La foto la hicimos justo antes de continuar nuestro regreso a casa. Un paraje increíble, un lugar muy especial. Seguro que volveremos.
De nuevo en la furgoneta. Aún nos quedan unas pocas horas de Voyager, unos pocos cientos de kilómetros para dar por terminada esta simpática e inolvidable mudanza.
Este casete lo hemos escuchado sesenta veces en este viaje, pero sigue devolviéndonos la sonrisa, provocando canturreos, sigue siendo nuestro propia banda sonora, nuestro casete favorito.
9 comentarios
IVAN -
jota -
Barbara -
IVAN -
Barbara, si, que pena no habernos conocido. La proxima vez. Bienvenida a este escondite. ¿Nos contaras como te sorprendió tras ganar la apuesta?
Barbara -
Teresa -
IVAN -
Jota, un abrazo. Seguimos en contacto.
Saludos
Ric Plan -
Totalmente surrealista esta historia, pero me ha dado envidia.
Jota -