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EL ESCONDITE DE IVÁN

DIOS NO INVENTÓ EL OVERBOOKING

DIOS NO INVENTÓ EL OVERBOOKING

Lo he comprobado. No consigo no cabrearme en los aeropuertos. Ese atractivo lugar de trámite como cepo de patitas de clase turista, como oasis contaminado para animales sedientos o mal heridos. Esa orgía del consumo enfermizo e irresponsable, ese centro comercial disfrazado de puente aéreo.
Todas las sorpresas en los aeropuertos odian ser buenas.
Desde antes de ayer, cobran un extra de un euro para entrar en las dependencias del aeropuerto de Madrid. Como lo oyen. Usted saca su billete de metro y al llegar allí, le obligan a hacer cola para sacar un nuevo billete si quiere poder entrar.
Yo saco mi nuevo billete y le pido explicaciones a una señorita que tan solo me ofrece un panfletito. Ya una vez dentro y subiendo las escaleras mecánicas lo leo. En el panfleto no hay rastro de motivo alguno, explicación o de algún porqué, es tan solo una raquítica información del metro de Madrid que se limita a recordarme que hay que pagar ese extra que ya he pagado. Y un joven a mi lado exclama:

-¡Puto Gallardón!

Otra mujer, tras de mí en la escalera, le dice a su marido:

-Estos, cada día nos vienen con una nueva, te lo tengo dicho Ricardo, es culpa nuestra por votarlos.

Unos alemanes también maldicen en un perfecto Hochdeutsch.
Entro en la oficina de información al cliente del metro. Pregunto allí, pero nadie consigue darme una respuesta. La gente se agolpa a reclamar.
He perdido el papelito con mi localizador, tendré que olvidar el auto checking y esperar en la cola para facturar.
Esta vez voy con tiempo de sobra así que no importa. Los pasajeros del vuelo anterior al mío, despotrican delante de mí contra las azafatas. El problema se llama Overbooking. Mi vuelo parece estar a salvo. Muestro mi D.N.I, la chica sonríe y me dice:

-Ha tenido mucha suerte, es el último asiento. Su vuelo, a partir de usted, también tiene overbooking. Llevamos así todo el día.

Observo a los que esperan detrás de mí en la cola, vaticino stress, cabreos y hojas de reclamaciones con el logo de Spanair, pero me largo sin dar pistas.
Me bebo mi botellita de agua delante de la puerta de seguridad.

-No se han inventado aún los explosivos potables, ¿verdad señora?

-No.

-O sea, que con pegarle un traguito aquí delante de usted, ya podría pasar mi aguatita al avión, como sucede con los vuelos alemanes ¿verdad señora?

-Me temo que aquí no.

Me quito el cinturón, me saco el movil, las moneditas, saco el portátil y paso por debajo del detector de metales. Los chicles “Orbit” pitan por su envoltura. Llevo “Trident”, todo bien. Pero un guardia civil me pide que le acompañe y yo le digo que podríamos irnos a comer juntos si quiere, pero que son casi las cuatro y tengo un vuelo inminente. El guardia civil me mira sin saber que decir, mientras yo abro mi maleta. Directamente saco el neceser e igualmente lo abro. El examina lentamente el desodorante, la pasta dentrífica, el botecito de crema hidratante. Yo se que todo contiene un máximo de 100 ml y, efectivamente, me dan el o.k.
Me voy sonriente, en el fondo me siento violento, irritado, por el descaro de todas estas nuevas leyes absurdas, capitalistas que nos imponen y nos venden en nombre de nuestra seguridad.
Enseguida descubro que podía haberme ido a comer tranquilamente con el picoleto. Hay retraso. Una hora de momento. Llamo a Lucy para avisar del retraso y voy a la puerta indicada. Una vez allí, me siento. Saco un libro y comienzo a leer. De reojo controlo la puerta. La han cambiado. Me dirijo a la puerta 67 con mi bolsa y mi maleta de mano. Llego y me siento. Saco el libro y continúo leyendo. De reojo controlo la puerta. La han cambiado. Me dirijo a la puerta 54 con mi bolsa y mi maleta de mano. Esta casi al otro lado del aeropuerto. Llego y me siento. Saco el libro y continúo leyendo. Ya no soy capaz de concentrarme en el libro. Lo guardo. Pienso en lo que haré por la tarde. Pienso en tomarme un baño, después pienso en secuestrar el avión amenazando a la azafata con mi punzante lapiz de tomar notas. Entonces pienso en la estupidez humana. Termino pensando en comer algo. No estoy dispuesto a colaborar en la orgía del consumo irresponsable e injusto. Entonces decido contraatacar imaginándome un decálogo. Prometo cumplirlo y hoy será el primer día.

DECALOGO DE IVÁN PARA LOS VIAJES EN AVIÓN

1-Te esforzarás por buscar siempre la opción de compra más económica posible.

2- Cuatro son suficientes por ahora, te esforzarás por evitar perder más aviones llegando antes al aeropuerto para evitar imprevistos.

3- Evitarás, siempre que sea posible, utilizar una maleta que no pueda ser de mano y que obligue a pasar por el tedioso, arriesgado y largo trámite de facturar.

4-Comentarás a los de seguridad siempre y cada una de las ocasiones, que las nuevas medidas de seguridad impuestas son mera política comercial y una humillante e injusta gilipollez.

5-En ningún caso, salvo peligro de muerte, comprarás nada en las tiendas y comercios del aeropuerto. Ni bebidas, ni comidas, ni prensa. NADA.

6-En caso de de existir algún problema, reclamarás SIEMPRE, verbalmente y utilizando las hojas de reclamación.

7- No consumirás nada por lo que haya que pagar dentro del avión.

8- Mantendrás las reglas y apagarás siempre el movil para cooperar en simbolizar una fraternidad pacífica y prospera.

9- Te comprometes a cumplir con las ocho anteriores reglas y punto.

10- En caso de crisis de fe, prescindir de todas las reglas anteriores y comprometerse a cumplir al menos con la numero 9.

Una vez en el avión, sabes que la gente a tu alrededor, han pagado menos, más, lo mismo, mucho más o mucho menos que tú, para un vuelo y un asiento como el tuyo. Las tarifas, las tasas, las comisiones, Internet, agencias, las subcontratas, todas unidas en comunión para no permitir que quedemos plenamente contentos y satisfechos, para dejar de creer y bendecir la justicia del precio justo. Y precisamente en un lugar en el que por la física nos advierten de posibles problemas de circulación y de deshidratación, te niegan un vasito de agua, o aquel zumito o mini bote de coca cola. Las azafatas ya no son atentas, guapas, no reparten amabilidad, ni la prensa. Son meras camareras del Vips reconvertidas a la aeronáutica pestilente del comercio turista. Odio ser tratado como turista. Soy un viajero cobarde e insensato, pero no un turista.
Deshago la maleta pensando en quienes van escribiéndonos todos esos decálogos que dirigen y guían nuestras vidas y en como serán las suyas propias. De la mía disfruto sobretodo de los puntos y seguidos; punto y seguido.


4 comentarios

Vicente -

Lo mejor de todo quizás sean las vistas.

Un saludo, yo nunca cogo un avión tengo miedo a volar, pero en los trenes ocurre lo mismo, y pienso igual que tú.

Lidia -

Si además viajas a Turquia y l@s señorit@s de facturación, tan competentes ellos, solo te facturan la maleta hasta Estambul cuando tú te diriges a Antalya. En Estambul las azafatas, pilotos y demás personal del avión intentan hacerte entender lo que ha sucedido en inglés (yo buscando mi inglés en el baúl de los recuerdos). Aparece la policia turca y ves como colocan las maletas una por una en la pista... menos mal que al final lo unico que hay que hacer es bajar, reconocer tu maleta y volver a subir.
Resultado: 2 horas más tarde llegas al destino y comienzas a disfrutar de tu viaje de fin de carrera!
Un Saludo.

Juan -

Joder, cuando a Gallardon le da por sacar el cepillo..xD

Me imagino que Madrid quedara de puta madre pero la deuda va a ser de aupa.

el color del cristal -

Genial el decálogo autorreferente :D

En cuanto al cuarto y sexto "mandamiento" :P hace tiempo que renuncié a manifestar mi desagrado con algo, salvo que sea, exclusivamente, porque necesite desahogarme.

Las cosas no se hacen mejor porque la gente, en general, es muy torpe.
Desde que tengo clara esa idea, la estupidez no me sorprende.
Y si la espero de mis semejantes, no digamos ya de las administraciones, instituciones o cualquier otra forma de "organizarnos" para nuestra mejor "convivencia y felicidad".