FLORES EN EL CAFÉ (Rescatado)
El consumidor es un gato, yo soy un hijo de perra y hay demasiado dinero en juego como para dejar la partida a medias. Sobre el tablero del monopoli no se puede jugar al parchis, no se puede escribir una carta de disculpa, no se puede plantar y cuidar un árbol, no se puede educar a un hijo, no se puede hablar de amor ni de las cosas en común si no son de marca. Más allá de las casitas rojas y las cartas de arriendos e hipotecas no hay generosidad ni pactos, no hay actos de solidaridad o de bondad. En la creación del dios del Dollar, en el reino feudal del dinero, casi todo se publicita, todo se vende y absolutamente todo se compra. El dinero ya es muchísimo más que un instrumento de transacción, sin este, no hay entrada ni acceso para nuestro hogar convertido en un casino planetario, de luces de neón y regentado por mafiosos sentados en los despachos de la banca internacional.
¿De dónde proviene nuestro dinero?, ¿Lo gastamos coherentemente a nuestros principios?, ¿En que invierten los bancos nuestro dinero?
Los consumidores antes éramos dóciles y mansos, obedientes y manipulables como lo suelen ser los perros. Los consumidores éramos perros con siete vidas vírgenes. Ahora, con la saturación informativa, con las toneladas de desinformación, de mensajes basura, conceptos contradictorios, engañosos, con la sobreexposición publicitaria, abusiva, constante, con seis vidas malvendidas, despilfarradas, hipotecadas, malheridas desangrándose sobre nuestra alfombra del salón, nos hemos vuelto mucho más caprichosos, más difíciles de embaucar. Los gatos como sabemos, van mucho más a su aire, son más finos, más selectivos y delicados y no suelen comer cualquier cosa que se les ofrece.
El consumidor es un gato que se mea sobre el televisor. La tele, esa amiga fiel, esa amiga catódica, amiga plasma, LCD, LED, analógica, digital, esa vendedora compulsiva, esquizofrénica al que ya le abrimos la puerta de nuestras casas hace unos cuantos años y al que ofrecimos sin pensarlo el mejor, más intimo y privilegiado de los rincones, lleva unos años perdiendo protagonismo en nuestras vidas. Internet, tecnología portátil, centros comerciales, las vías y los medios para alcanzar al consumidor están cambiando junto a sus propios hábitos y el campo de la publicidad está sufriendo un estado de caos e incertidumbre sin precedentes.
El consumidor es un gato y el vendedor un hijo de perra. Trabajar alegremente en el mundo de la publicidad es en gran parte tan grotesco como ser un vehemente coleccionista de armas, detrás del arte y de la estética en si misma se esconde el cadáver putrefacto de nuestra ética. Yo prefiero venerar el talento de cualquier “diosaputadecarretera” para mover su culo proletario en su desesperada intención de ganarse su libertad, que el de los contadores de historias, los creativos, los flautistas de Amelin, los realizadores que invertimos el nuestro a ciegas para ayudar a vender cualquier producto, motivando muchas veces al consumismo y otras tantas al engaño. El talento de comunicar, de saber manipular los sentimientos, las reacciones de los espectadores, puede llegar a ser tan desequilibrante y poderosa como una AK-47 en las manos de un desequilibrado mental con mucho odio y algo de dinero para gastarse. Y si los criminales de Monsanto van y nos ofrecen una piscina llena de oro a cambio de un anuncio que limpie la sangre y las lágrimas derramadas por sus pobres víctimas y clientes, saltaremos de alegría al comprobar los dígitos de nuestra cuenta bancaria, mientras las flores secas de los difuntos caerán sobre nuestro café matutino. Y es inútil, al dinero no se le pregunta, ni se le juzga. Al puto dinero se le sonríe pero nunca se le pide responsabilidades morales. El dinero reina siempre a sus anchas, escasea, especula, se despilfarra, ordena y manda, reescribe nuestros derechos y deberes, nuestra conducta y nuestros hábitos. El dinero nos esclaviza, dirige nuestras vidas, gobierna nuestros gobiernos, compra vidas enteras, las manipula, las extermina. El dinero compra titulaciones, estatus social, fama, poder… y compra médicos, jueces, ministros, reyes, estados, resultados deportivos, veredictos, resoluciones penales, estatales e internacionales. El dinero compra libertad, impunidad, tiempo, dolor, risa, sufrimiento, agonía, miseria, sexo, bienestar, castigos, torturas, regalos de cumpleaños, regalos de Navidad, los del día del padre y también los del día de la madre que nos parió…
El consumidor no es un gato, es un perro furioso, abandonado, maltratado, cansado, atravesando un mar de autopistas para buscar el rastro que le conduzca de regreso a casa.
Iván Sáinz-Pardo
"La ira dormida" ©2010
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