Blogia
EL ESCONDITE DE IVÁN

EL SOTANO DE MI ABUELA

EL SOTANO DE MI ABUELA La casa de mi abuela tenía una cocina y mi familia entera comía en ella.
La cocina tenía grietas por la humedad y los años y estaba inclinada hacia un lado porque era vieja.
-Algún día el suelo se abrirá y caeremos todos al sótano.
Decía mi abuela, pero al final todos comíamos la fruta en la cocina inclinada y terminábamos la limonada.
Un día, el vaticinio de mi abuela se santiguó en la iglesia de la realidad, el suelo se abrió bajo nuestros pies y las grietas se hicieron por fin adultas. Creo recordar que conseguimos salir todos a tiempo, aunque siempre se habló de la posibilidad de que, en aquel fatídico día de verano, alguien cayera al sótano.
La gente corría y gritaba, mientras la mesa, las sillas y los platos se hundían para desaparecer junto con el suelo desquebrajado. Yo, mientras, sentado en el jardín, lo observaba todo atentamente.
-Esto no pasa todos los días, así que hoy debe ser un día muy especial.
Pensé, sintiéndome con suerte de poder presenciar algo semejante. Sin embargo, creo que mi abuela no pensaba ni sentía lo mismo, porque pude ver como ella, en silencio, lloraba sin cesar, a moco tendido. A mi abuela le llamamos siempre abuela pero es en realidad mi bisabuela, la llamamos así, porque sin querer, nació en el mil novecientos y ya está un poco vieja la pobre.
A pesar de las lagrimas de mi abuela, todos seguíamos observando aquel fabuloso espectáculo. Aquel enorme agujero estaba hambriento y se tragaba en su estruendo los muebles, los cuadros y hasta aquel calendario que cambiaba de Virgen cada mes.
Primero comenzaron a llegar las vecinas y luego los turistas del hotel, al final, prácticamente era media Cantabria quien aplaudía y vitoreaba disfrutando del espectáculo. Mientras, yo me comía un bocadillo de atún y mi abuela continuaba llorando lagrimas de cocodrilo. Nunca he sabido realmente cuando mi abuela lloraba de tristeza o de felicidad.
El ruido se detuvo con el sonar de las campanas de la iglesia y todo terminó. La gente marchó satisfecha a misa y yo también me fui, pero a comprar un helado donde Petri y a jugar con Ainoa y las mellizas. De esta forma fue como pude presenciar personalmente la manera en la que la casa de mi abuela se quedó irremediablemente sin cocina y también, muy probablemente, sin algún invitado despistado, que creyendo que terminaría cayendo en el sótano, acabó, ni más ni menos, que en el puto infierno. Pobre desdichado, no saber como todos nosotros que en la casa de mi abuela nunca existió ningún sótano.

Iván Sáinz-Pardo
"El sendero de la oveja negra"
N 33042/1997
R.P.I: VA-1329

1 comentario

kris -

Iván.... simplemente fantástica esta historia. Me encanta!!