EL NIÑO DE LAS CUATRO LUNAS
En el mundo de las cuatro lunas hay una canción que habla del mar y se repite hasta transformarse en lágrimas, corazones y colores desteñidos.
Un niño con corazón, un niño desteñido por las lágrimas, vive aferrado a una canción que habla sobre el mar y escribe, solitario, dentro de un vientre de alquiler.
Sus ojos son irresponsables y evitan siempre guiarse por el sendero sabio de sus venas. En él hay caminos, hay sueños y aspiraciones, pero todo parecen ser falsas promesas, porque sus venas son únicamente tuberías de plomo intoxicando el licor de su sangre enferma.
Despierta envuelto en el mismo olor rancio y húmedo de cada mañana, y a veces, pueblan en su alma los tentáculos del miedo, como raíces y nervios que crecen precipitadamente.
El niño escribe dentro de un vientre muerto y no quiere salir fuera por si la vida solo fuese la extensa soledad de una madre muerta. Quiere evitar ese vacío que le acompaña cada vez que trata de emprender de nuevo la huida, esa devastadora soledad que el tiempo va incrustando en sus labios.
El niño tiene un corazón grande y el alma de un color desteñido. Su canción se repite, como eco imposible en sus entrañas, y se multiplica en lunas huérfanas de noche y en cascadas de tiempo.
Y hay un jardín de sombras allí afuera, donde la lluvia es pegajosa como la miel, y también un pequeño puente de hierro, manchado por la herrumbre, que da cobijo a las palomas.
Pero esta vez el niño es adulto y mama leche de un pezón rosado. Esta vez el niño es un bebé y mira extraño a través del espejo... Esta vez, el niño naufraga en misteriosas derrotas personales; llora, grita y se alimenta únicamente del eco de su propio llanto, trata de dormir secuestrado por el eclipse de sus cuatro lunas.
Alguien salta al vacío, alguien corre las calles, alguien regresa a casa, alguien sobrevuela nuestros paraísos astrales, alguien mendiga lo que nunca tuvimos, alguien muere sin demasiada prisa y ... !Shhhh... el niño duerme!
Y es cuando despierta, cuando decide lanzarse a la calle y, por unos instantes, tiene miedo. Tiene miedo mientras atraviesa el puente oscuro y el jardín de las sombras. Las palomas, aún adormecidas, menstrúan su furia, sangre que llueve sobre su cabeza en tardes grises de ceniza.
Apretando los dientes, escribe con la sangre sobre el pergamino de los días, y camina sin descanso en busca de un mar que aún no conoce. Y aún sabiendo que no llegará más allá de donde alcance el sonido de su propia canción, en silencio, se promete así mismo no detener su paso hasta llegar a la costa.
Deja atrás el puente, y la oscuridad, y el jardín, y las sombras, y el miedo, y anda con decisión, estirando mucho el cuello, para mirar, desde lo más cerca posible, cara a cara al cielo, y retarlo una vez más.
De nuevo intentará huir muy lejos
Quizá únicamente allí donde comience el mar, pueda vivir feliz, sin el triste influjo de sus cuatro lunas.
Iván Sáinz-Pardo (El sendero de la oveja negra P.A.L.M.@)
Un niño con corazón, un niño desteñido por las lágrimas, vive aferrado a una canción que habla sobre el mar y escribe, solitario, dentro de un vientre de alquiler.
Sus ojos son irresponsables y evitan siempre guiarse por el sendero sabio de sus venas. En él hay caminos, hay sueños y aspiraciones, pero todo parecen ser falsas promesas, porque sus venas son únicamente tuberías de plomo intoxicando el licor de su sangre enferma.
Despierta envuelto en el mismo olor rancio y húmedo de cada mañana, y a veces, pueblan en su alma los tentáculos del miedo, como raíces y nervios que crecen precipitadamente.
El niño escribe dentro de un vientre muerto y no quiere salir fuera por si la vida solo fuese la extensa soledad de una madre muerta. Quiere evitar ese vacío que le acompaña cada vez que trata de emprender de nuevo la huida, esa devastadora soledad que el tiempo va incrustando en sus labios.
El niño tiene un corazón grande y el alma de un color desteñido. Su canción se repite, como eco imposible en sus entrañas, y se multiplica en lunas huérfanas de noche y en cascadas de tiempo.
Y hay un jardín de sombras allí afuera, donde la lluvia es pegajosa como la miel, y también un pequeño puente de hierro, manchado por la herrumbre, que da cobijo a las palomas.
Pero esta vez el niño es adulto y mama leche de un pezón rosado. Esta vez el niño es un bebé y mira extraño a través del espejo... Esta vez, el niño naufraga en misteriosas derrotas personales; llora, grita y se alimenta únicamente del eco de su propio llanto, trata de dormir secuestrado por el eclipse de sus cuatro lunas.
Alguien salta al vacío, alguien corre las calles, alguien regresa a casa, alguien sobrevuela nuestros paraísos astrales, alguien mendiga lo que nunca tuvimos, alguien muere sin demasiada prisa y ... !Shhhh... el niño duerme!
Y es cuando despierta, cuando decide lanzarse a la calle y, por unos instantes, tiene miedo. Tiene miedo mientras atraviesa el puente oscuro y el jardín de las sombras. Las palomas, aún adormecidas, menstrúan su furia, sangre que llueve sobre su cabeza en tardes grises de ceniza.
Apretando los dientes, escribe con la sangre sobre el pergamino de los días, y camina sin descanso en busca de un mar que aún no conoce. Y aún sabiendo que no llegará más allá de donde alcance el sonido de su propia canción, en silencio, se promete así mismo no detener su paso hasta llegar a la costa.
Deja atrás el puente, y la oscuridad, y el jardín, y las sombras, y el miedo, y anda con decisión, estirando mucho el cuello, para mirar, desde lo más cerca posible, cara a cara al cielo, y retarlo una vez más.
De nuevo intentará huir muy lejos
Quizá únicamente allí donde comience el mar, pueda vivir feliz, sin el triste influjo de sus cuatro lunas.
Iván Sáinz-Pardo (El sendero de la oveja negra P.A.L.M.@)
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