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EL ESCONDITE DE IVÁN

AMOR DE VERDAD

AMOR DE VERDAD Nada me indicó el camino a seguir, pisaba en falso.
El mundo estaba formado por montañas de sal y morfina; subir, subir, tenía que seguir escalando…
Pero yo siempre volvía a lo mismo, mientras la soledad y el hastío de verme estúpidamente ensimismado en mis propios pecados, convertía en ruinas mi vida. Adormilado en mi lago de frustración, sintiéndome como el monstruo del Lago Ness, invisible ante mi propia existencia, conocí a la chica rubia. Después entendería que ella solía relacionarse únicamente con tipos asiduos de la “Beauty”, pero esa noche fue el Jaco quién se presentó en mi apartamento con una sonrisa millonaria y con la chica rubia y una amiga suya colgadas del brazo.
Como era de esperar, aquella noche se escapó por la puerta habitual, la de atras: Alcohol, farlopa, whisky, unos porros y al final terminé bajandome en la parada equivocada y follandome a la amiga.

Pasaron dos años y las cosas parecían haber tomado un insólito rumbo. El Jaco había aparecido muerto meses atrás en Carabanchel de treinta y siete puñaladas. Treinta y siete días antes, le habían metido en la cárcel por degollar a un gitano en una reyerta. Del Jaco me quedaron muy pocas cosas. Entre ellas mi regalo de cumpleaños. Una pistola Taurus PT-100 de calibre 40.
Mientras, llevaba ya casi trescientos setenta días viviendo con la chica rubia. Su amiga follaba estupendamente, pero yo estaba idiotamente enamorado de aquella mujer rubia tan bella y perfectamente imperfecta. Su cariño, sus atenciones, su compañia, de alguna extraña forma que nunca llegaré a entender, conseguía mantenerme en una especie de paz negociada conmigo mismo. Ella era la protagonista de una Era floreciente en la historia de una civilización tan muerta como la mía.
Ya se sabe que quien se casa con la heroína no tiene amantes, pero yo la amaba de verdad, o al menos eso pensé siempre. Ella era una puta, una ramera, aunque eso sí, de las caras; esas putas de diseño a las que, primero, hay que emborracharlas de champán francés y llevarlas a un buen restaurante, para que, después, te hagan en un hotel de cuatro estrellas exactamente lo mismo que una vulgar fulana en un misero motel. Pero lo que también es cierto es que, de todas las putas, esta era la más hermosa, y lo que es aún mucho más importante, tenia estilo. Y claro, todo el mundo sabe que no hay nada más arrebatadoramente irresistible que una puta con mucho estilo.

Los meses a su lado transcurrían deprisa y los días se deslizaban entre el sabor salado y placentero del sexo, entre las conversaciones perezosas del hachís y el vértigo de la aguja. Pero aquellos meses de autodestrucción acumulaban montañas de sal, sal y soledad compartida supurando nuestras heridas. Cada noche discutíamos de nuevo. La droga deja de ser tu compañera cuando no la veneras. La droga te traiciona cuando dejas de creer en tus propias mentiras. La droga sabe a insatisfacción cuando te recuerdan quién eres realmente. La droga dirigia con rigidez impecable la orquesta de nuestros días y de nuestras noches y nuestras discusiones bailaban siempre al ritmo de una composición maldita.
Aquella noche, ella me llamó yonky de mierda, me dijo que era un muerto de hambre, escoria. La pateé en la cara y en el cuerpo, le fracturé dos costillas. Después me presenté en el hospital, la quería.
Sin embargo, una vez más, prometimos no volver a discutir, mientras ella olisqueaba esas flores que había traído conmigo. La besé despacio y ella me dijo que era un maldito cabrón, pero que me amaba y no podía evitarlo. Mientras encendía un cigarro, le pregunté si creía realmente que mi mundo era de verdad. Ella, con su cara morada me hizo abrir los ojos:

-Toda tu vida es una farsa, yo soy también de mentira, tu vida es únicamente un depósito de agua contaminada con enormes peces multicolores.

Pasamos otros seis meses juntos, chapoteando en nuestro charco de conformismo y mentiras.
Ella decía haber dejado la prostitución, pero yo sabía que se lo seguía haciendo con algunos de sus antiguos amiguitos de la “Beauty”. Mi polla de proletariado le sabía a poco, mi apartamento de alquiler, mis trabajillos temporales, mis manías, mis costumbres simples y primitivas, hasta mi droga era para ella la droga de los pobres. Yo lo dejaba pasar todo como si en realidad no supiera nada, pero cada vez que ella volvía a repetirlo, yo sentía un desgarro mayor, una mediocridad amarga y visceral, un extenso vacío.
Ella no podía renunciar al placer del lujo y del dinero, pero me amaba y por ello regresaba a casa cada una de las veces, transformándose para mi, fingiendo ser feliz con las cosas que a mi me hacían feliz. No sabía que nuestro amor nos destruía más que el veneno diario de la dosis.
Ella la coca y el éxtasis y yo el costo y la heroína, ella el champán y yo la cerveza, ella la televisión y yo los libros, ella el marisco y yo la carne… Prefería discutir a diario, los insultos, los puñetazos a aquel silencio en la cama, aquella mortal indiferencia.

Una mañana, al despertar, me la volví a encontrar una vez más sentada en el water, desnuda, con el cañón de mi regalo de cumpleaños metido en su boca; ella solía hacer cosas así a veces, para llamar mi atención y recibir mi consuelo. Estaba despeinada, ahogada en lágrimas, con el rímel corrido, fruto de toda una noche sin dormir, y me volvió a repetir que si me seguía acercando a ella, apretaría el gatillo.
Los años, las drogas y nuestra relación la habían deteriorado notablemente, pero seguía siendo una mujer increíblemente hermosa, una puta con estilo, la mujer que yo quería, aún así, en aquellas circunstancias.
Me acerqué a ella muy lentamente, como solía hacer otras veces.

-Tranquila, shsss… tranquila.

La miré a los ojos mientras ella, dócil e indefensa como una chiquilla, me devolvía una mirada destruida.

-¿Me quieres? Me preguntó entre sollozos.

-Sabes que sí, pero ahora devuélveme la pistola ¿vale?…

Agarré despacio la pistola con una mano, ella la sujetaba todavía con las dos manos y mantenía el cañón apuntando a su boca.

-Me quieres, lo sé, pero te pregunto si me quieres de verdad.

Y nos acorralaron los minutos de silencio y miseria más largos de nuestras vidas. De rodillas, en frente de ella, finalmente respondí:

-No llores más mi niña. Nuestro cielo es un vientre oscuro de estrellas rotas. Nuestros días y nuestras noches son sonrisas de seda tejiendo el velo que encubre la cara del gran impostor. Ese impostor, mi vida, soy yo, ese es mi jodido destino. Ese cabrón vacío de alma soy yo mismo. Pero te quiero, te quiero de verdad.

Me di una ducha para quitarme de encima aquel amasijo de vísceras sangrientas. Me metí un pico, y al tumbarme de nuevo sobre la cama, cerré los ojos y llorando en silencio, prometí no volver a preguntarme nunca más sobre lo ocurrido.

El mundo estaba formado por montañas de sal y morfina. Subir, subir, tenía que seguir escalando…

Iván Sáinz-Pardo
"El sendero de la oveja negra"
N 33042/1997
R.P.I: VA-1329

4 comentarios

maryelis -

oye me parece muy inpactnte esta historia felicidades

martin hinrichsen -

hoooo que brijidoooo wn la cago que penetrante la historiaa!!! felicitaciones!!

vamos chile!!!

Pekisch -

sencillamente increíble!!
que vaya bien por Alemania
un saludo

ladesordenada -

No sé como puede ser que no haya ningún comentario a esta historia. Lo que acabo de leer me ha puesto un nudo en la garganta. Me pasaría horas leyendo este blog.
Un beso.