GOMINOLAS
Hoy desayuno gominolas y Coca cola y me agarro a la cola de los aviones que despegan con retraso. Vuelo por encima de vuestras cabezas. Puedo otear las avenidas, observar vuestras casas y vuestras familias. Así es, y nadie puede decirme lo que es y lo que no.
Hoy soñé con la banda de hip hop, y el cantante era más siniestro de lo que me hubiera podido imaginar. Su vida y la de su grupo eran las vidas de sus propias canciones. Sus vidas comenzaban con la canción número uno y terminaban con la numero trece.
Fumábamos hachís en una cama roja enorme. Yo estaba simplemente allí con ellos, y ellos lo aceptaban sin preguntar. También había una chica morena, bastante bonita, que tampoco era del grupo, pero no le quise preguntar qué es lo que hacía allí, a pesar de que aquél parecía ser sin duda alguna mi sueño.
Todo en aquel lugar se desarrollaba como una febril pantomima, sin verdadero sentido, algo parecido a un extraño y singular concierto. Siempre hubiera jurado que ese ruido bajo el ritmo en la canción número cinco eran disparos de metralleta, pero no, los chicos de la banda agujerean el suelo de la cocina con una taladradora enorme.
-La casa tiene un dueño. Exclama el líder de la banda.
-Sí, pero antes de que venga, habremos bebido ya el suficiente vino y fumado el suficiente hachís como para no resbalar con sus babas.
Les pregunto cuál es su canción favorita dentro del álbum, mientras la chica morena mira con curiosidad a través de los agujeros del suelo.
-No viviremos más para ti si sigues con esas preguntas tan estúpidas.
¿Sabes?, estos imbéciles me echaron del grupo una vez.
-Sí, pero caímos en picado, y por eso le pedimos casi de rodillas que volviera. Añade el de los teclados, un tipo lóbrego y escuálido como una viruta, mientras quema una piedra de costo con un mechero.
La chica morena echa el humo del porro hacia arriba, me mira a los ojos, me manda un beso y me arroja medio vaso de vino a la cara. Tengo los ojos cerrados y la cara goteándome vino. Creo que ya estamos viviendo la canción numero doce. Si, ahora llega la numero trece, la última. Abro los ojos, cojo el porro y lo doy una larga calada. Todos me miran y yo, muy tranquilamente, fumo mientras le arrojo a aquella chica mi vaso de vino empapándola de sangre de uva su blusa. En la transparencia de la blusa blanca, aparecen la forma de sus dos pechos. Ella nota cómo la observo, y con una media sonrisa, se cubre con sus brazos. Después, comenzamos a reír y a perseguirnos por la cocina.
-¡Llega el dueño! Grita alguien.
La cocina está llena de humo, agujereada como un queso gruyer y hay vino derramado por todo el suelo y las paredes, así que cerramos bien la puerta y le esperamos allí sentados.
La chica morena y yo nos miramos, y susurrando, le pregunto:
-Dime la verdad, ¿es éste tu sueño o es el mío?
El cantante gira la cabeza, alarga el brazo ofreciéndonos de otro porro, y con una sonrisa invencible dibujada en su rostro, nos dice:
-Chicos, esto no es el final de ningún sueño, éste es el final de nuestra canción favorita.
Iván Sáinz-Pardo
"Al final del arco iris"
©-N333042/00
Hoy soñé con la banda de hip hop, y el cantante era más siniestro de lo que me hubiera podido imaginar. Su vida y la de su grupo eran las vidas de sus propias canciones. Sus vidas comenzaban con la canción número uno y terminaban con la numero trece.
Fumábamos hachís en una cama roja enorme. Yo estaba simplemente allí con ellos, y ellos lo aceptaban sin preguntar. También había una chica morena, bastante bonita, que tampoco era del grupo, pero no le quise preguntar qué es lo que hacía allí, a pesar de que aquél parecía ser sin duda alguna mi sueño.
Todo en aquel lugar se desarrollaba como una febril pantomima, sin verdadero sentido, algo parecido a un extraño y singular concierto. Siempre hubiera jurado que ese ruido bajo el ritmo en la canción número cinco eran disparos de metralleta, pero no, los chicos de la banda agujerean el suelo de la cocina con una taladradora enorme.
-La casa tiene un dueño. Exclama el líder de la banda.
-Sí, pero antes de que venga, habremos bebido ya el suficiente vino y fumado el suficiente hachís como para no resbalar con sus babas.
Les pregunto cuál es su canción favorita dentro del álbum, mientras la chica morena mira con curiosidad a través de los agujeros del suelo.
-No viviremos más para ti si sigues con esas preguntas tan estúpidas.
¿Sabes?, estos imbéciles me echaron del grupo una vez.
-Sí, pero caímos en picado, y por eso le pedimos casi de rodillas que volviera. Añade el de los teclados, un tipo lóbrego y escuálido como una viruta, mientras quema una piedra de costo con un mechero.
La chica morena echa el humo del porro hacia arriba, me mira a los ojos, me manda un beso y me arroja medio vaso de vino a la cara. Tengo los ojos cerrados y la cara goteándome vino. Creo que ya estamos viviendo la canción numero doce. Si, ahora llega la numero trece, la última. Abro los ojos, cojo el porro y lo doy una larga calada. Todos me miran y yo, muy tranquilamente, fumo mientras le arrojo a aquella chica mi vaso de vino empapándola de sangre de uva su blusa. En la transparencia de la blusa blanca, aparecen la forma de sus dos pechos. Ella nota cómo la observo, y con una media sonrisa, se cubre con sus brazos. Después, comenzamos a reír y a perseguirnos por la cocina.
-¡Llega el dueño! Grita alguien.
La cocina está llena de humo, agujereada como un queso gruyer y hay vino derramado por todo el suelo y las paredes, así que cerramos bien la puerta y le esperamos allí sentados.
La chica morena y yo nos miramos, y susurrando, le pregunto:
-Dime la verdad, ¿es éste tu sueño o es el mío?
El cantante gira la cabeza, alarga el brazo ofreciéndonos de otro porro, y con una sonrisa invencible dibujada en su rostro, nos dice:
-Chicos, esto no es el final de ningún sueño, éste es el final de nuestra canción favorita.
Iván Sáinz-Pardo
"Al final del arco iris"
©-N333042/00
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