TORMENTA DE VERANO
La tarde gesticulaba el ensayo de una tormenta de verano.
Iba a llover, los dos lo sabíais, por lo indescifrable del cielo como llaga de luz, por la humedad como vestigio en la nublada tarde. Aquel pueblo no hablaba de vosotros ni de nadie, dormitaba en silencio, soñando misterios, pasados y sombras.
Él te agarró de la mano, te estrechó contra su pecho, como guiándote, y besó tu mejilla joven, bronceada de sol y llanura. Paseasteis por las calles apretadas, bajo las miradas de los ancianos encogidos y arrugados de camisas blancas, bajo las fragancias estivales, el olor a meseta y a tierra seca. Mientras, a lo lejos, los perros ladraban nerviosos la faena de un tractor.
Llegasteis a la plaza y os sentasteis sobre la piedra musgosa de la fuente, buscando su frescor, mientras un perro flaco, tumbado a la sombra, se entretenía con los restos de un pescado.
Él te sedujo con bonitas palabras, se mojó los cabellos y te besó, confiado en su prebenda, y tú dejaste que él te refrescara los muslos con sus manos mojadas. Sacó un cigarrillo, lo encendió con seguridad y te lo ofreció, aun sabiendo que tú no fumabas. Y tú no quisiste contrariarle, y lo cogiste y te lo llevaste a la boca, sin saber muy bien cómo hacerlo, sintiéndote ridícula.
El cielo se oscureció y cayó un rayo cerca del castillo. Él te agarró entonces por el hombro y te besó la frente. El cielo, desgarrado tras aquel rayo, cayó como muerto, en un trueno sobrecogedor y comenzó a desangrarse.
Salisteis corriendo y él te llevó hasta su precioso coche. Te abrió la puerta y entrasteis en él. La lluvia intensa caía como un telón plateado, enmudeciendo el tocar de las campanas de la iglesia, sacudiendo la piedra desnuda, las aceras, los tejados y las hojas de los árboles. Parecía haber anochecido en una fugaz traición.
Él sonrió y se quitó los pantalones. Tú lo miraste, sin comprender, y él te pidió que te desnudaras. Por un momento tú te quedaste quieta, turbada, y después le obedeciste despacio. La lluvia sacudía el capó del coche con un ruido ensordecedor. Él te arrojó contra la puerta y se echó encima. Te besó entonces con violencia y te penetró torpemente, sin decir una sola palabra.
Él gemía como un jabalí herido mientras tus ojos de niña, confundidos, reprimían las lágrimas. Él sudaba y mostraba su dentadura perfecta, mientras tu cabeza se agitaba contra la ventanilla.
Petrificado, permanecí sentado en la plaza, bajo la lluvia, delante de su precioso coche, tratando de no imaginarme el resto, como testigo inerte del vaho de vuestros cuerpos en los cristales.
Y te llevó a la ciudad con él, para siempre, a pesar de que éramos como novios y tú no le amabas, y así se cumplió tu deseo de abandonar por fin nuestro pueblo.
Después, éste quedó insoportablemente vacío sin ti, como mi vida.
Te fuiste ya hace veinte años, y yo aún sigo dedicado al campo. Sin embargo, sentado en la plaza, aún te recuerdo, cada uno de mis días, porque tú, fuiste, desde mi infancia, la única mujer de mi vida.
Iván Sáinz-Pardo
"Al final del arco iris"
©-N333042/00
Iba a llover, los dos lo sabíais, por lo indescifrable del cielo como llaga de luz, por la humedad como vestigio en la nublada tarde. Aquel pueblo no hablaba de vosotros ni de nadie, dormitaba en silencio, soñando misterios, pasados y sombras.
Él te agarró de la mano, te estrechó contra su pecho, como guiándote, y besó tu mejilla joven, bronceada de sol y llanura. Paseasteis por las calles apretadas, bajo las miradas de los ancianos encogidos y arrugados de camisas blancas, bajo las fragancias estivales, el olor a meseta y a tierra seca. Mientras, a lo lejos, los perros ladraban nerviosos la faena de un tractor.
Llegasteis a la plaza y os sentasteis sobre la piedra musgosa de la fuente, buscando su frescor, mientras un perro flaco, tumbado a la sombra, se entretenía con los restos de un pescado.
Él te sedujo con bonitas palabras, se mojó los cabellos y te besó, confiado en su prebenda, y tú dejaste que él te refrescara los muslos con sus manos mojadas. Sacó un cigarrillo, lo encendió con seguridad y te lo ofreció, aun sabiendo que tú no fumabas. Y tú no quisiste contrariarle, y lo cogiste y te lo llevaste a la boca, sin saber muy bien cómo hacerlo, sintiéndote ridícula.
El cielo se oscureció y cayó un rayo cerca del castillo. Él te agarró entonces por el hombro y te besó la frente. El cielo, desgarrado tras aquel rayo, cayó como muerto, en un trueno sobrecogedor y comenzó a desangrarse.
Salisteis corriendo y él te llevó hasta su precioso coche. Te abrió la puerta y entrasteis en él. La lluvia intensa caía como un telón plateado, enmudeciendo el tocar de las campanas de la iglesia, sacudiendo la piedra desnuda, las aceras, los tejados y las hojas de los árboles. Parecía haber anochecido en una fugaz traición.
Él sonrió y se quitó los pantalones. Tú lo miraste, sin comprender, y él te pidió que te desnudaras. Por un momento tú te quedaste quieta, turbada, y después le obedeciste despacio. La lluvia sacudía el capó del coche con un ruido ensordecedor. Él te arrojó contra la puerta y se echó encima. Te besó entonces con violencia y te penetró torpemente, sin decir una sola palabra.
Él gemía como un jabalí herido mientras tus ojos de niña, confundidos, reprimían las lágrimas. Él sudaba y mostraba su dentadura perfecta, mientras tu cabeza se agitaba contra la ventanilla.
Petrificado, permanecí sentado en la plaza, bajo la lluvia, delante de su precioso coche, tratando de no imaginarme el resto, como testigo inerte del vaho de vuestros cuerpos en los cristales.
Y te llevó a la ciudad con él, para siempre, a pesar de que éramos como novios y tú no le amabas, y así se cumplió tu deseo de abandonar por fin nuestro pueblo.
Después, éste quedó insoportablemente vacío sin ti, como mi vida.
Te fuiste ya hace veinte años, y yo aún sigo dedicado al campo. Sin embargo, sentado en la plaza, aún te recuerdo, cada uno de mis días, porque tú, fuiste, desde mi infancia, la única mujer de mi vida.
Iván Sáinz-Pardo
"Al final del arco iris"
©-N333042/00
1 comentario
A. -
Aunque todo aquello que se diga significa más lo que se quiera entender que lo que realmente dice (sí es que dice algo fijo e inmutable), dejemos de lado lo que yo haya podido entender, y cuéntame qué has querido decir tú. Si es que te apetece...