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EL ESCONDITE DE IVÁN

MERLIN

MERLIN

Cuando yo era pequeño, mis padres eran dueños de un par de bares en Valladolid. Recuerdo pasar las horas muertas jugando con mi hermana Ainoa en el almacén de uno de aquellos. En aquel sótano, imitábamos a los adultos, éramos padres, éramos camareros; atendíamos la barra, servíamos, cocinábamos, comprábamos y vendíamos.
Para nuestros juegos, utilizábamos los botellines de cerveza, los refrescos, las servilletas, las copas, los palillos y todo lo que había a nuestra disposición en aquel formidable escondite.
Sin embargo, también había días en los que solo me apetecía sentarme arriba en una de las mesas del bar para observar a mis padres trabajar detrás de la barra, o simplemente a la gente que iba entrando.
Uno de eso días, me encontraba yo entretenido rompiendo palillos en combates simulados en los que intrépidos caballeros defendían a muerte el honor de sus damas, cuando un señor mayor se sentó en mi mesa. De inmediato busque con la mirada a mi padre, y este, me devolvió un gesto tranquilizador por el que entendí que aquel hombre, era un amigo suyo o algún conocido, un cliente habitual posiblemente.
A pesar de todo, estando aquel hombre allí a mi lado, no me atrevía a continuar con mi aventura de espadachines.
Me miraba atento, con cierto descaro. Sus ojos eran profundos y algo turbios, como si en otros tiempos hubieran sido ojos valientes y emprendedores, y ahora estuviesen perdidos entre los límites de una oscura mazmorra.
La mesa estaba repleta de palillos rotos y astillas y a un lado había también, un vaso de tubo vacío con un limón dentro mordisqueado y un platito. Cuando yo era pequeño, mi padre siempre me sentaba en una de las mesas del bar con una Coca-Cola y una banderilla de pepinillo.
Aquellos ojos me llamaban realmente la atención y ambos nos observábamos con interés. El llevaba un extraño sombrero, una gabardina oscura y un bastón con el puño en forma de bola de cristal.
Únicamente limpio el espacio necesario de la mesa para poder apoyar su copa, y sujetando dos palillos por sus extremos, comenzó a enfrentarlos. Simulaba con la voz el choque de las espadas y el jadeo de los luchadores, tal y como lo solía hacer yo.

--“!Aquel osado que desee cruzar su espada con la de “Perceval” el caballero del Grial, el bien hallado, cometerá su más desafortunado ultraje, la traición a la vida misma. Pues a de saber, que morirá bajo el filo de mi espada sagrada!”

--¿Quien es Perceval? Le pregunte extrañado.

--“Perceval es el héroe y es el hombre. Perceval es el caballero que consiguió hacer sonreír a la princesa sin sonrisa. Es un valiente guerrero de la mesa redonda y es un poeta solitario.”

--Y es el más fuerte ¿verdad?

--“Su fuerza se encuentra en la demencia de sus virtudes y en su búsqueda imperecedera de la verdad”.
Me contesto susurrante.

--Si claro, pero seguro que “Mazinger Z” es mucho más grande y mas fuerte.
Le dije yo entonces desafiante, a la vez que me rascaba la pierna por debajo de la mesa.

--“Los héroes no son grandes ni fuertes por su apariencia física, sino por el ímpetu con que los hombres los exaltamos y los necesitamos.”

--Pero seguro que no puede volar como “Superman”, ¿no? y además, no tendrá superpoderes…

Me acercó un dedo a la cara y apuntándome con el añadió:

--“Los superpoderes, chico, son sólo producto de nuestro anhelo por realizar completamente nuestro subconsciente. Son solo el reflejo inverso de nuestra auto limitación como humanos parcialmente desarrollados, como hombres faltos de esa perfección innata.
Solo somos animales enloquecidos, sólo somos bestias ciegas y arrogantes.
En realidad únicamente somos un chip estropeado, una batería cargada a medias, somos ríos muertos de perdido cauce y sin un manantial para nacer, somos una respuesta sin pregunta y una verdad a medias.”

Yo no era capaz de entenderle del todo, pero me gustaba como hablaba, así que, trataba de no perderme y de dar un sentido a nuestra conversación:

--Pues yo de mayor quiero ser “la Masa”, ¿sabe señor quien le digo?
Es muy grande, es verde y tiene muchos músculos. !Es un super héroe!

Aquel hombre se puso a reír a carcajadas, sorbió con felicidad un buen trago de su copa y dijo:

--“Amigo, se a quien te refieres y la verdad es que, aunque cada persona debiera de buscar y escoger sus propios héroes, no te aconsejo a la Masa como un buen héroe.”

--¿Por que no?, a mi me gustaría poder destrozarlo todo como el, me gustaría que cada vez que me enfadara, todo el mundo me tuviese miedo.

--“Te voy a revelar un secreto, pero no debes decírselo a nadie ¿vale?
A veces yo puedo transformarme en todos los héroes que desee, y te aseguro que la Masa no es el más aconsejable. Alguna vez, cuando me transformo en la Masa, chillo, me enfurezco y lo destrozo todo, pero después siempre viene esa inyección que me envenena y me arroja al pozo negro, al reino de las pesadillas…”

--!Yo también odio las inyecciones y a los hombres vestidos de blanco! Exclamé excitado.

Él continúo preguntándome:

--“¿Y de mayor sólo te gustaría ser la Masa?.”

--No, también quiero ser un explorador intergaláctico, porque yo se que el cielo y las estrellas no son infinitas cómo la gente y mi profesora cree.
Quiero hacer una nave y buscar el final del espacio… me gustaría saber como es.

--“Ya, bien, pero necesitaras muchos víveres, agua potable y mucho combustible para ir y volver.
Tendrá que ser una nave espacial gigantesca y te costara muchísimo encontrar una energía que sea capaz de propulsarte hasta el final del universo.”

Le mire extrañado,

--¿Volver?, ¿quien habla de volver?, supongo que después de conocer los limites del universo, a uno ya no le quedaran demasiadas ganas de volver a este mundo.

Los siguientes tres cuartos de hora los pasamos maquinando y buscando la solución a mi futuro intergaláctico.
Mi padre de vez en cuando se acercaba a nosotros, sonriente, para servirnos o preguntarnos que tal nos iba.
Yo me tome otra Coca-Cola y otra banderilla mientras aquel señor se dedicaba a apurar el cuarto cubata.

--“¿Sabes amigo?”

Me dijo entonces, con los ojos notablemente rojizos y alterados por el alcohol.

--“Esta noche tuve un sueño y te lo voy a contar:
Estaba tranquilamente en mi casa sentado en un sillón viendo la televisión.
Mi perro estaba conmigo y en esos momentos se hallaba tumbado cerca del televisor, cuando noté algo extraño. Fije la vista en mi perro y le descubrí como si estuviera en frente de mi, pero a la vez, dentro de otra habitación.
En la pared había una puerta chiquitita y mi perro estaba como en una habitación interior. Me extrañe mucho al descubrir una pequeña habitación, donde antes nunca la hubo, así que me levante con la intención de explorarla.
Me puse de cuclillas y a gatas me introduje a través de un pasillo diminuto, apenas de mi tamaño.
Al llegar a dentro, descubrí que aquel cuartito era como una segunda casa para mi perro. Había una camita, pequeños armarios, más habitaciones al lado y toda una verdadera familia de perros en el interior de estas otras.
En cada pequeña habitación, fui encontrando todos aquellos objetos antiguos que fueron desapareciendo de mi casa con el tiempo y yo ya los tenía prácticamente olvidados.
Pero en un flash todo aquello desapareció y me encontré delante de una cama inmensa con dos mujeres desnudas esperándome. Me hicieron el amor un buen rato y después aparecí inmerso en mitad de una verbena, delante de un puesto de tiro al blanco...”

--¿Que es eso de hacer el amor?, le pregunte interrumpiéndole.

Carraspeó un poco y me dijo:

--“Hacer el amor, significa jugar a ser sinceros con nuestra naturaleza y consumar un secreto reprimido entre un hombre y una mujer. Hacer el amor es un acto de comunicación tan sencillo como el hablar, pero menos interesante aun a pesar de todo. Hacer el amor en definitiva es como romper una severa dieta y pegarte una comilona de espanto.”

Yo no llegué a entenderlo muy bien, pero le deje continuar con su extraño sueño.

--“Agarré entonces una escopeta, pero no fui capaz de encontrar por allí ni perdigones ni nada que derribar. De modo que decidí ir a reclamar a la encargada, que era una señora gorda de expresión desagradable y vestida de enfermera.
Tras soportar sus insolentes gruñidos conseguí que me diera unos perdigones y tres monigotes como diana.
Pero resulta que uno de los monigotes era yo, el otro era el yo que los demás imaginan al pensar en mi o al escuchar mi nombre, y el tercero era el yo que yo mismo creo que soy.

--!Dispara cerdo!, !dispara de una vez!

Me berreaba aquella señora.
Aterrorizado, escapé corriendo por la calle abajo, hasta que dos policías me arrestaron acusándome de haber asesinado a Kennedy.”

--¿Quien es Kennedy?

--“Fue un presidente de los Estados Unidos”.

Me contestó frotándose la cara; e inmediatamente me preguntó:

--“¿Y tu, no tienes sueños raros?”

Claro que tenia sueños raros, así que le conté todos los que me acordaba, incluso ese en el que estando jugando en la terraza de un ático, el edificio se iba poco a poco inclinando hacia un lado y sin nada a lo que agarrarme, me resbalaba por el suelo hasta caer por el edificio abajo.
Así, pasamos la tarde, hablando y bebiendo lo que mi padre nos iba trayendo. Aproveche la sabiduría de aquel hombre de rostro cansado y enfermizo para satisfacer mi curiosidad infantil, aquella ansiedad por averiguar, descubrir, saber y aprender. Pacientemente respondía a mis preguntas, algunas tales como:

--¿Por qué los Reyes Magos no se mueren de viejos nunca?

--¿Que es el fuego y por que quema?, ¿como es capaz el Papa Noel de repartir tantos regalos en una sola noche?

--¿Por qué no nos caemos si la tierra da vueltas?, ¿por que el Ratoncito Perez no colecciona cromos como todos?, ¿para que quiere el nuestros dientes?

Y todo ese tipo de preguntas comprometidas que los padres se cansan de buscarle respuestas.

Pero ya anochecía y pude ver a mi madre recogiendo mi cazadora, lo que significaba que llegaba el momento de volver a casa.
Nosotros aún continuábamos entre risas y carcajadas, jugando como al principio de conocernos a los Caballeros de la Tabla Redonda con los palillos.

Una vez en el coche, vi salir del bar a aquel hombre, con su gabardina oscura, su extraño sombrero y su bastón. Se alejaba tambaleante por ese malestar que los adultos padecen cuando se exceden con sus bebidas de adultos.
Quise despedirme de el por última vez, pero descubrí que aún desconocía su nombre.
Abrí la puerta cuando mi madre encendía ya el motor del coche y salí corriendo detrás de el. Pude escuchar los gritos de mi madre llamándome, pero no me detuve hasta alcanzarlo.

--!Perdone señor, pero he olvidado preguntarle su nombre!

--“Ah si, querido amigo, yo soy Merlin, Merlin el Mago.”

Me dijo arrastrando las palabras y señalándome con el puño de su bastón.

--“¿Y quien sois vos?”

--Yo, yo… yo soy… yo soy Perceval el ultimo caballero. El héroe emprende… emprendedor de las más altas y bellas empresas. El que hizo sonreír a la princesa sin sonrisa…

Le contesté con orgullo y tremendamente excitado.
Ofreciéndome una reverencia y estrechándome la mano, termino diciéndome:

--“Ha sido un verdadero placer conocerle distinguido caballero”

Pasaron los años, mi padre dejo el negocio y nos fuimos a vivir fuera de la ciudad.
Nunca le volví a ver.

Un día mucho mas adelante, recordé todo esto y gracias a mi padre llegue a averiguar que, aquel por el que le preguntaba, sólo era un alcohólico enfermo, un viejo demente, al que por aquel entonces, solo le estaba permitido salir del psiquiátrico, una o dos veces al mes.
Mi padre tampoco lo había vuelto a ver después de aquel día.
Me sentí un poco decepcionado, pero comprendí al fin, que los extraños ojos de aquel hombre sabio, eran en realidad los de un héroe verdadero. Un héroe posiblemente ya de otra época y sin misión alguna.

Iván Sáinz-Pardo
"El sendero de la oveja negra"
N 33042/1997
R.P.I: VA-1329

8 comentarios

diana mirela -

quiero un castillo barbi

Henry -

Iván, algún día me gustaría escribir como tú...
Saludos desde México.
te he agregado a mis favoritos.

el color del cristal -

Un relato maravilloso, la locura siempre nos inspira, será que algo tiene de mágica.

Marina Khalo -

Merlín, acabo sus días en el bosque de Brocelianda, confinado en un árbol por su compañera Vivian. Igual que el Merlín de tu historia, en la celda de un psiquiátrico por su mala compañera. En el caso de un alcohólico, desgraciadamente, la bebida. Esa búsqueda insaciablemente insatisfecha del Santo Grial. La eterna muerte del cáliz, coma etílico. ¿Te has fijado en la similitudes de Vivian y vivían?.
Demasiado real para hacer un poema.

En cuanto a ti, Perceval o Peredur (y te vas a vivir a Cataluña...fíjate quién te lo hubiese dicho entonces), sigue jugando detrás o delante de la barra, buscando y preparando historias. Ya sabes que me gusta venir de tapeo.

Marchando....una de...

Un saludo, Iván.

humilde -

....genial.... casi, casi te da para otro corto con una historia así.... :)

Lidia -

Me ha encantado esta historia!
La locura es una de las máscaras con las que la sabiduria puede cubrirse.

gb -

Buenas Iván, me alegro de que hayas regresado y de poder hacer una pausa leyéndote. Es un placer.

En cuanto a Merlín, una bonita historia.
Es una pena que todas tus historias no se transformen en películas o cortos. Frase que leo, imagen que me viene a la cabeza. Bueno me conformaré con Imag-inármelo.

Dulcepasion -

Hola Iván me ha encantado tu historia.Mis felicitaciones me has conmovido con tu dulce y tierna historia y una lágrima ha caído por mi mejillas a leerte,Gracias es muy interesante, emotiva y en poca palabras no hacer recordar que no tenemos que olvidarnos de los más necesitados.Aunque este enfermo todo son seres humanos y no por ellos tenemos que olvidarnos.
Un abrazo cálido, besos.
Un consejo, un secreto y una sonrisa hacen una amistad; sigue el consejo, guarda el secreto y cuando tengas ganas de llorar, ¡sonríe! y tendrás una amistad.
atte:Dulcepasion