EL EFECTO DOMINÓ
Hoy, sin saber porqué, me detuve en la escalera de madera, sonaba de fondo una melodía clásica en la radio de algún vecino. Respiré hondo mientras observaba a través de la ventana caer lentamente la nieve.
Pensé en pantanos de lágrimas, en playas de ensueño con la arena robada de cientos de fosas comunes y, por un instante, me sentí desolado y arrinconado como una araña en la reforma de una casa.
La melodía finalizó, al instante, escuché abrirse una puerta y de uno de los pisos salió una señora mayor vestida con un grueso abrigo, un gorro, bufanda y guantes y se acercó a mi arrastrando con cierta solemnidad una visible cojera. Enseguida, curiosa por descubrir lo que llamaba mi atención, miró conmigo por la ventana. Allá afuera tan solo se veían los arboles pelados y un espeso y silencioso manto de nieve. Me miró entonces por unos segundos y me sonrió con plenitud y sin mediar palabra. Yo, sin entender muy bien, le devolví la sonrisa. En ese preciso instante, la anciana se dio la vuelta, sin más, dejandome plantado con la sonrisa en la cara y, tambaleante, se alejó hasta llegar a la puerta del portal. Una vez allí y antes de desaparecer en la calle, se dió la vuelta y me volvió a mirar. Esta vez si que pude escuchar su voz:
“Muchacho, no es tan difícil, has sonreído, ahora la primera pieza de tu dominó ya ha caído”
Iván Sáinz-Pardo
"La ira dormida" ©2010
3 comentarios
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Marina Khalo -
Aquí donde yo vivo, cojo el ascensor en la planta cero y sé que puedo caer en la planta de la oca, en la de la cárcel, en de la posada o en la de la muerte. No hay melodía, tan sólo un sonido rítmico y seco de un dado dando en las paredes de un cubilete. Te matan y cuentan veinte.
Esta noche oí, entre las tuberías y la salida del aire de baño, ruidos y sonidos diferentes a otras noches. Me vecino de arriba escribía en un teclado de un ordenador a una velocidad vertiginosa. Por la sincronía del fax y la impresora deberían de entrar más 800 cables. Tal vez sea éste el lugar de la cárcel, la posada o la muerte. Tal vez sepan que está ahí escondido y tan sólo busquen la escusa para sacar una ficha, matarle y contarse veinte. Como dijo Dickens: No hay nada tan fuerte como la simple verdad.
Ojala una sencilla ficha de dominó termine con este absurdo juego del parchís. El ansia de comerse al periodista cuando revela en sus informaciones verdades como puños y .contarse veinte.
Un saludo