EVA Y LA LUNA
La falta de gravedad nunca fue un problema, pero mis ofrendas no siempre llegaron a tiempo a mis alumbramientos. Mi voluntad es una estrella fugaz que me rehúye y me invita a mirar el cielo con esperanza.
En una carambola terminé cumpliendo un sueño y ahora es el cielo infinito quien me mira a mi, embutido en un traje espacial.
El único tango que recuerdo haber bailado nunca fue sobre la parte oscura de la luna. No había testigos, solo un planeta azul externalizando los costes de nuestro viaje interplanetario.
Siempre detesté el mate, pero aquel, en tu compañía, me sabía a gloria y a salvación. Bebíamos mate con pajita por el bebedor automático de nuestros cascos mientras observábamos los destellos dorados punteando la ionosfera. Yo me imaginaba sentado delante de un lago al atardecer, con decenas de peces lanzando áureos guiños con cada beso a la superficie. Tú llorabas imaginando los hongos nucleares desgarrando millones de vidas, arrasando las ciudades y secando los mares. En cualquier caso, no habría vuelta a casa.
Ahora tú te derrumbas, puedo escuchar tus sollozos a través del intercomunicador. Me acurruco a tu lado, pego mis casco junto al tuyo.
-Es el final, ¿no vas a decir nada? Me preguntas.
-Eva, estar sin ti es como morir cada día bajo fuego amigo en una guerra no declarada.
-¿Como?
-Que te quiero, siempre lo he hecho. Ser astronauta, ser el mejor de todos y el elegido para acompañarte en este viaje es lo único que he ejecutado con éxito en toda mi vida. Estoy en la luna solo por ti.
-Pero... Pero vamos a morir. Todos han muerto ya... ¿Acaso no tenés miedo, boludo?
Y fue entonces, cuando yo te miré con una sonrisa tontorrona, con esa sonrisa suicida que delata a los enamorados. Y el miedo desapareció de tu rostro.
Iván Sáinz-Pardo
"En la avioneta sobró un sitio" ©2013
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