LA SED
La sed de su alma rasgó de acantilados y grietas el camino.
El viento arrastraba sus piernas sobre las mejillas coloradas por el sol de la mañana. Los músculos tensos, el ardor de cada cartílago, la mirada sostenida haciendo tiritar la respiración en una taquicarda esplendorosa. Murmullos sordos y todo el tiempo de un mundo hecho pedazos.
Una vez dejadas atrás las ruinas, la velocidad le besó los labios. Cerró sus ojos y pudo saborear el sabor de la mentira de un nuevo comienzo.
Al volver a abrir los ojos, su cuerpo había desaparecido, a vista de pájaro, ya no era ella quien protagonizaba su propia huida.
Iván Sáinz-Pardo
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