EL ARMARIO
Los que están acostumbrados a que les indiquen qué comprar, qué comer, qué beber, qué vestir, qué ver en la tele, qué leer, como peinarse, a qué sitios ir de vacaciones, qué ídolos del deporte adorar y a qué dioses idolatrar. Los que están acostumbrados a que les indiquen lo que está de moda y lo que no, a qué tener miedo, de qué reir, de qué llorar, qué rechazar, qué votar, qué desear, qué tolerar, qué decir o qué callar. Los que acostumbran a regocijarse en la charca de lo banal, lo superficial, lo masticado, lo precocinado. Los que, a cambio de estas facilidades, ceden a otros su voluntad, su espíritu crítico, su libertad de opinión y pensamiento. Esos mismos serán los primeros en ofenderse cuando tú dejes de mirar a su mismo lado. Cuando apuntes a las contradicciones, cuando hagas las preguntas realmente importantes o cuando menciones las respuestas incómodas, cuando al fin consigas pensar por ti mismo y dejar a un lado la sonrisa de plástico para interrumpir su grotesca fiesta.
Desconfía de la ceguera voluntaria y de quienes pueden dormir a pierna suelta en un sistema tan infame, cruel e injusto. Porque, aunque cueste creérlo o entenderlo así de primeras, cuando todo el mundo a nuestro alrededor parece estar en absoluta paz con nosotros, cuando en la lucha por lo que realmente es importante en la vida no provocamos tensión ni conflictos, significará que ya hemos perdido y que esos mismos que ahora nos sonríen, ya nos tienen reservado un cómodo sitio en el armario de los muertos en vida.
Iván Sáinz-Pardo
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