LOLIN
Voy a apretar de nuevo los dientes sin la intención de seguir espabilando esta historia muerta. El cascarón es demasiado estrecho y los bordes punzantes se me clavan en el costado. Todo el mundo está triste a mí alrededor, y yo, mientras tanto, trato de desaparecer cada día transformándome en cosas en las que antes nunca creí. El polen en flor vuela por los aires, lo inunda todo, y mis ojos y mi nariz se irritan sin remedio.
Lolín era una amiga mía del colegio. Íbamos siempre juntos a todos los sitios y recuerdo que también ella tenía una alergia terrible al polen. Lolín era una chica, pero jugaba al fútbol mejor que yo. Lolín era una chica, pero cazaba enormes lagartos verdes y encestaba triples.
Las chicas, en el colegio, acostumbran a jugar a la goma y a corretear histéricas por el patio. Piensan siempre en el día de los enamorados y en hacer a tiempo los deberes. Lolín parecía un chico. Lolín jugaba a las chapas, a hacer rabiar a las otras chicas, a la guerra de piedras, a subir a los árboles, al fútbol, y era cinturón naranja de kárate.
Yo, al principio, me apunté al equipo de futbito sin demasiado interés, y acabé siendo el portero. Lo cierto es que siempre pensaba en todo menos en lo que hacía en cada momento. Nada me interesaba lo más mínimo. Me dejaba llevar, siempre ausente, inmerso en mi propio mundo.
De niños deambulamos como marionetas sin función, nos movemos por ahí, cargando con todas nuestras preguntas y temores a cuestas, preguntándonos si estarán o no suficientemente limpias las manos que, desde abajo, nos mueven y nos dirigen.
-La función va a empezar:
El colegio, moscas en la ventana, bocadillos de tulipán y chorizo, Lorenzo, pepinillos y cebolletas, el equipo A, las Navidades en Puente Viesgo, sed, polvo, ortigas, el Capitán Trueno, aquellos niños perdidos en un laberinto, charcos, los deberes, el miedo a los médicos, alubias y pescado, Informe Semanal, la fiebre, divisiones, cumpleaños, cubatas de ginebra para mi madre, La historia interminable, papel cuadriculado, los helados de Petri, dolor de anginas, películas de vaqueros, raíces cuadradas, pipas saladas, mi tía Eva, peonzas, filetes de hígado, por la tele niños como de mentira en Etiopía, Asun, el dolor de rodillas por el crecimiento, David, las largas horas de recreo, El coche fantástico, la loción antipiojos, las heridas en las rodillas, Hugo y su Spectrum con teclas de goma, los domingos de kiosco, los abuelos, el accidente de los abuelos, mi padre sin sus padres, el comedor del colegio, El planeta imaginario, la lluvia, Juli la profesora, el miedo a la muerte, Canción triste de Hill Street, Togi, las canicas de colores, los intoxicados por la colza, la casa vieja, V, las aburridas clases de natación, los pepitos de chocolate que compraba papá para después de las aburridas clases de natación, los veranos en Puente Viesgo, más cumpleaños, Josefina y Bea, baños en el río, el anti piojos, La bola de cristal, el Cattos y el Artesa, el mal sabor de las lentejas, El increíble Hulk, Jorge García, el miedo a la oscuridad, El Comando G, golosinas, frío, Soco, E.T, petardos, vasos de leche, tía Tere, escritos en el diario, el señor don Ángel, Momo, soldados de plástico, caligrafía, Jorge Redondo, el cinematógrafo, los domingos en el campo, agua estancada, el carnaval, las mellizas, lagartos verdes, el Un, dos, tres, la playa, contar con el abuelo los carros de hierba de camino a la playa, el olor del Visvaporú, Henry, el miedo a que las cosas cambien, Alberto y sus inyecciones de insulina, aquel chandal siete días a la semana, recoger la cocina, el miedo a quedarme solo, el miedo a crecer, el peso de todos los miedos, Lolín, Lolín y su alergia al polen.
Antes de Lolín yo jugaba en el equipo de mi colegio al futbito. Nadie quería ser el portero, yo sí. En la portería, no tenía que estar todo el tiempo corriendo detrás de aquella estúpida pelota y disponía de más tiempo para mis divagaciones. Era mejor esperar allí y tratar de desbaratar las jugadas del contrario.
Yo tenía un traje azul y negro como el de Arconada y unos guantes de portero cuando no me los dejaba antes olvidados en algún sitio.
Creo que, a pesar de mi falta de interés, tenía un don especial para la portería. Lo paraba prácticamente todo, y los padres que nos iban a ver me aplaudían a rabiar.
El único problema eran mis gafas, bueno, mejor dicho, mi único problema eran mis cuatro dioptrías en cada ojo. Era el portero y el único del equipo con gafas.
Tenía la tediosa manía de destrozar unas gafas por partido, y no rompía más porque no solía tener de repuesto. Cuando las gafas se me rompían de un balonazo ya en la segunda parte, no era tanto problema, pero, cuando me las reventaban nada más comenzar, después no me quedaba otro remedio que parar a ciegas todo el resto del partido.
Pero no todas las veces paraba los balones con la cara, a veces también me daban balonazos en los huevos. Todos me aplaudían muchísimo, y yo, mientras, en el suelo, me retorcía de dolor.
Como sólo veía el balón cuando éste ya estaba demasiado cerca de mí, había desarrollado unos grandes reflejos. Pero siempre llegaba algo tarde, y era por eso que nunca acertaba a parar los balones con las manos.
A veces reservaba mis gafas para la segunda parte, que era cuando se resolvían los partidos. En la primera me freían a balonazos, pero de esta forma, al menos, podía ver algo de lo que ocurría en la segunda.
Los dos primeros años fueron los mejores, aun a pesar del dineral en gafas y el dolor de huevos, pero, al tercero, todos éramos ya más mayores y los balonazos comenzaron a ser mucho peores. Finalmente debí de cogerle miedo al balón y ya todo fue un desastre.
De pequeño observaba el cielo y las plantas y también a las hormigas y a todos los demás insectos. Me gustaba recrear grandes batallas entre los bichos, y con los hormigueros, me lo pasaba especialmente bien. Yo era un gigante, un humano monstruoso que aterrorizaba a toda una ciudad. Aplastaba con el pie a varias de ellas, y el resto, se volvían como locas entrando y saliendo de su hormiguero. Me gustaba simular sus voces:
-¡Nos atacan! ¡Corred, poneos todas a cubierto !
-¡Hormiga Dios, sálvanos... Nos van a matar a todas!
-¡Yo no quiero morir, tengo mujer hormiga y tres hormiguitas!
-¡Estoy herida, he perdido una antena, que alguien me ayudeee!...
Después, al irme, me imaginaba como el protagonista del informativo de las hormigas:
-Buenas noches, hoy comenzamos nuestro espacio informativo con la triste noticia de la nueva matanza ocurrida en una de las poblaciones de Hormigafrágima del Norte donde más de una veintena de ciudadanas han perdido su vida, y cerca de una docena han sido heridas por el ataque de un humano asesino con gafas.
Nuestra hormiga reportera se ha desplazado hasta el lugar donde
Algunos años más tarde llegó Lolín a nuestro colegio. Lolín tenía una hermana más pequeña y una madre con muchos problemas, del padre nunca supe nada. Creo que ella tampoco. Desde el principio nos caímos bien y empezamos a ir juntos. De Lolín recuerdo sobretodo eso: el Kárate y su alergia al polen.
Animado por ella, me apunté, unos años más tarde, también a Karate, y después de un tiempo, llegué a ser cinturón azul.
Recuerdo que el primer día, no sé por qué razón, me pusieron con los pequeños. Yo estaba nervioso y me sentía ridículo y extraño con ese karategui blanco. Hicimos media hora de calentamiento, y después, el profesor nos mandó colocarnos en filas. Lo cierto es que, además de nervioso, me sentía realmente fuera de lugar entre tanto kimono y tanta palabreja en japonés. En aquel gimnasio olía insoportablemente a pies y a sudor, pero nadie más que yo parecía apreciarlo, o al menos a nadie parecía importarle. Yo, mientras, no dejaba de pensar en la peli de Kárate Kid.
Hicimos el primer ejercicio de patada, y después el siguiente y otro, mientras yo, perdido como un cura en un burdel, trataba de imitar los movimientos de esos niños que me rodeaban por todos los lados con sus cinturones de colores. Entonces fue cuando ocurrió. El siguiente ejercicio era una patada giratoria hacia delante. Primero la hizo despacio el profesor, y detrás nos tocaba repetirla deprisa a nosotros. Dio la orden, y yo, sin ni siquiera darme cuenta, mandé de un patadón a casi tres metros de mí a la niña que tenía enfrente. Yo nunca había levantado tan alto las piernas y no era consciente de hasta dónde podía alcanzar. La niña, por supuesto, comenzó a llorar como una histérica, y todos se me quedaron mirando con caras extrañas. Recuerdo que enrojecí como una piruleta y deseé que me tragara la tierra.
El profesor necesitó varios minutos para calmar a la niña, e inmediatamente después, se volvió hacia mí.
-Muchacho, tú eres el que debe controlar tus piernas y no al contrario. Continúa trabajando.
Al siguiente día ya estaba con los mayores.
La verdad es que yo nunca he sido el mejor en ningún deporte, y pienso que quizás fuese porque siempre me cansé demasiado pronto de todos ellos.
Estuve apuntado a casi todo: un año en atletismo, tres en natación, otro en baloncesto. Hice un par de cursillos de tenis y jugué al béisbol, balonmano y boleyball. Pero lo del kárate fue gracias a Lolín, que me animó siempre desde el primer día en que la conocí.
En el comedor, teníamos casi tres horas libres para jugar en el patio, y muchas veces, jugabamos Lolín, Jorge García y yo juntos.
Un día en el que estábamos cogiendo fruta de los árboles y Lolín estaba subida a un peral, ésta nos sorprendió a Jorge y a mí asomados a la abertura que, desde abajo, se podía ver en su camiseta. Con cierta dificultad, se podía apreciar la forma de sus dos adolescentes pechos. Recuerdo que Jorge y yo nos reímos mucho y que ella, sin bajarse del árbol, nos llamó capullos y no le dio demasiada importancia.
Lolín y yo pasábamos horas y horas juntos cuando las horas eran largas como semanas, según esa percepción infantil del tiempo, y supongo que fue mi mejor amigo durante varios años; después, de alguna forma, no recuerdo tampoco cómo, desapareció de mi vida.
Una tarde, ya muchos años después, volviendo de la Universidad, me la encontré por la calle Santiago. Lolín tenía el pelo teñido medio de verde, desaliñado y de punta, y su aspecto era sucio y bastante lamentable. Llevaba cadenas y pendientes por todos los lados, unos pantalones manchados de lejía y una visible cojera. Quise alegrarme de verla, pero no sentí más que un conato de intranquilidad.
Nos saludamos y me contó que, un par de años atrás, había tenido un accidente por el cual había perdido la movilidad de una de sus piernas. También, cómo finalmente la tuvieron que colocar quirúrgicamente media rodilla de metal.
Lolín me acompañó hasta la parada relatándome todos y cada uno de los detalles de su operación, y una vez allí, sacó un pañuelo. Se sonó delante de mí, y sonriendo, me dijo:
-La alergia, ¿recuerdas?
Al encontrármela, yo sólo tenía un viaje en el bonobús y cuatrocientas pesetas, al regresar a casa en el autobús, únicamente me quedaba una especie de amarga melancolía.
Yo sabía perfectamente que mi dinero, a pesar de todo lo que ella decía, no la iba a ayudar en absoluto, y recuerdo también que, apoyado en la ventanilla, de camino a casa, me pregunté si la vida, realmente, trataba por igual a todos los niños y niñas.
Iván Sáinz-Pardo
"Al final del arco iris"
©-N333042/00
Lolín era una amiga mía del colegio. Íbamos siempre juntos a todos los sitios y recuerdo que también ella tenía una alergia terrible al polen. Lolín era una chica, pero jugaba al fútbol mejor que yo. Lolín era una chica, pero cazaba enormes lagartos verdes y encestaba triples.
Las chicas, en el colegio, acostumbran a jugar a la goma y a corretear histéricas por el patio. Piensan siempre en el día de los enamorados y en hacer a tiempo los deberes. Lolín parecía un chico. Lolín jugaba a las chapas, a hacer rabiar a las otras chicas, a la guerra de piedras, a subir a los árboles, al fútbol, y era cinturón naranja de kárate.
Yo, al principio, me apunté al equipo de futbito sin demasiado interés, y acabé siendo el portero. Lo cierto es que siempre pensaba en todo menos en lo que hacía en cada momento. Nada me interesaba lo más mínimo. Me dejaba llevar, siempre ausente, inmerso en mi propio mundo.
De niños deambulamos como marionetas sin función, nos movemos por ahí, cargando con todas nuestras preguntas y temores a cuestas, preguntándonos si estarán o no suficientemente limpias las manos que, desde abajo, nos mueven y nos dirigen.
-La función va a empezar:
El colegio, moscas en la ventana, bocadillos de tulipán y chorizo, Lorenzo, pepinillos y cebolletas, el equipo A, las Navidades en Puente Viesgo, sed, polvo, ortigas, el Capitán Trueno, aquellos niños perdidos en un laberinto, charcos, los deberes, el miedo a los médicos, alubias y pescado, Informe Semanal, la fiebre, divisiones, cumpleaños, cubatas de ginebra para mi madre, La historia interminable, papel cuadriculado, los helados de Petri, dolor de anginas, películas de vaqueros, raíces cuadradas, pipas saladas, mi tía Eva, peonzas, filetes de hígado, por la tele niños como de mentira en Etiopía, Asun, el dolor de rodillas por el crecimiento, David, las largas horas de recreo, El coche fantástico, la loción antipiojos, las heridas en las rodillas, Hugo y su Spectrum con teclas de goma, los domingos de kiosco, los abuelos, el accidente de los abuelos, mi padre sin sus padres, el comedor del colegio, El planeta imaginario, la lluvia, Juli la profesora, el miedo a la muerte, Canción triste de Hill Street, Togi, las canicas de colores, los intoxicados por la colza, la casa vieja, V, las aburridas clases de natación, los pepitos de chocolate que compraba papá para después de las aburridas clases de natación, los veranos en Puente Viesgo, más cumpleaños, Josefina y Bea, baños en el río, el anti piojos, La bola de cristal, el Cattos y el Artesa, el mal sabor de las lentejas, El increíble Hulk, Jorge García, el miedo a la oscuridad, El Comando G, golosinas, frío, Soco, E.T, petardos, vasos de leche, tía Tere, escritos en el diario, el señor don Ángel, Momo, soldados de plástico, caligrafía, Jorge Redondo, el cinematógrafo, los domingos en el campo, agua estancada, el carnaval, las mellizas, lagartos verdes, el Un, dos, tres, la playa, contar con el abuelo los carros de hierba de camino a la playa, el olor del Visvaporú, Henry, el miedo a que las cosas cambien, Alberto y sus inyecciones de insulina, aquel chandal siete días a la semana, recoger la cocina, el miedo a quedarme solo, el miedo a crecer, el peso de todos los miedos, Lolín, Lolín y su alergia al polen.
Antes de Lolín yo jugaba en el equipo de mi colegio al futbito. Nadie quería ser el portero, yo sí. En la portería, no tenía que estar todo el tiempo corriendo detrás de aquella estúpida pelota y disponía de más tiempo para mis divagaciones. Era mejor esperar allí y tratar de desbaratar las jugadas del contrario.
Yo tenía un traje azul y negro como el de Arconada y unos guantes de portero cuando no me los dejaba antes olvidados en algún sitio.
Creo que, a pesar de mi falta de interés, tenía un don especial para la portería. Lo paraba prácticamente todo, y los padres que nos iban a ver me aplaudían a rabiar.
El único problema eran mis gafas, bueno, mejor dicho, mi único problema eran mis cuatro dioptrías en cada ojo. Era el portero y el único del equipo con gafas.
Tenía la tediosa manía de destrozar unas gafas por partido, y no rompía más porque no solía tener de repuesto. Cuando las gafas se me rompían de un balonazo ya en la segunda parte, no era tanto problema, pero, cuando me las reventaban nada más comenzar, después no me quedaba otro remedio que parar a ciegas todo el resto del partido.
Pero no todas las veces paraba los balones con la cara, a veces también me daban balonazos en los huevos. Todos me aplaudían muchísimo, y yo, mientras, en el suelo, me retorcía de dolor.
Como sólo veía el balón cuando éste ya estaba demasiado cerca de mí, había desarrollado unos grandes reflejos. Pero siempre llegaba algo tarde, y era por eso que nunca acertaba a parar los balones con las manos.
A veces reservaba mis gafas para la segunda parte, que era cuando se resolvían los partidos. En la primera me freían a balonazos, pero de esta forma, al menos, podía ver algo de lo que ocurría en la segunda.
Los dos primeros años fueron los mejores, aun a pesar del dineral en gafas y el dolor de huevos, pero, al tercero, todos éramos ya más mayores y los balonazos comenzaron a ser mucho peores. Finalmente debí de cogerle miedo al balón y ya todo fue un desastre.
De pequeño observaba el cielo y las plantas y también a las hormigas y a todos los demás insectos. Me gustaba recrear grandes batallas entre los bichos, y con los hormigueros, me lo pasaba especialmente bien. Yo era un gigante, un humano monstruoso que aterrorizaba a toda una ciudad. Aplastaba con el pie a varias de ellas, y el resto, se volvían como locas entrando y saliendo de su hormiguero. Me gustaba simular sus voces:
-¡Nos atacan! ¡Corred, poneos todas a cubierto !
-¡Hormiga Dios, sálvanos... Nos van a matar a todas!
-¡Yo no quiero morir, tengo mujer hormiga y tres hormiguitas!
-¡Estoy herida, he perdido una antena, que alguien me ayudeee!...
Después, al irme, me imaginaba como el protagonista del informativo de las hormigas:
-Buenas noches, hoy comenzamos nuestro espacio informativo con la triste noticia de la nueva matanza ocurrida en una de las poblaciones de Hormigafrágima del Norte donde más de una veintena de ciudadanas han perdido su vida, y cerca de una docena han sido heridas por el ataque de un humano asesino con gafas.
Nuestra hormiga reportera se ha desplazado hasta el lugar donde
Algunos años más tarde llegó Lolín a nuestro colegio. Lolín tenía una hermana más pequeña y una madre con muchos problemas, del padre nunca supe nada. Creo que ella tampoco. Desde el principio nos caímos bien y empezamos a ir juntos. De Lolín recuerdo sobretodo eso: el Kárate y su alergia al polen.
Animado por ella, me apunté, unos años más tarde, también a Karate, y después de un tiempo, llegué a ser cinturón azul.
Recuerdo que el primer día, no sé por qué razón, me pusieron con los pequeños. Yo estaba nervioso y me sentía ridículo y extraño con ese karategui blanco. Hicimos media hora de calentamiento, y después, el profesor nos mandó colocarnos en filas. Lo cierto es que, además de nervioso, me sentía realmente fuera de lugar entre tanto kimono y tanta palabreja en japonés. En aquel gimnasio olía insoportablemente a pies y a sudor, pero nadie más que yo parecía apreciarlo, o al menos a nadie parecía importarle. Yo, mientras, no dejaba de pensar en la peli de Kárate Kid.
Hicimos el primer ejercicio de patada, y después el siguiente y otro, mientras yo, perdido como un cura en un burdel, trataba de imitar los movimientos de esos niños que me rodeaban por todos los lados con sus cinturones de colores. Entonces fue cuando ocurrió. El siguiente ejercicio era una patada giratoria hacia delante. Primero la hizo despacio el profesor, y detrás nos tocaba repetirla deprisa a nosotros. Dio la orden, y yo, sin ni siquiera darme cuenta, mandé de un patadón a casi tres metros de mí a la niña que tenía enfrente. Yo nunca había levantado tan alto las piernas y no era consciente de hasta dónde podía alcanzar. La niña, por supuesto, comenzó a llorar como una histérica, y todos se me quedaron mirando con caras extrañas. Recuerdo que enrojecí como una piruleta y deseé que me tragara la tierra.
El profesor necesitó varios minutos para calmar a la niña, e inmediatamente después, se volvió hacia mí.
-Muchacho, tú eres el que debe controlar tus piernas y no al contrario. Continúa trabajando.
Al siguiente día ya estaba con los mayores.
La verdad es que yo nunca he sido el mejor en ningún deporte, y pienso que quizás fuese porque siempre me cansé demasiado pronto de todos ellos.
Estuve apuntado a casi todo: un año en atletismo, tres en natación, otro en baloncesto. Hice un par de cursillos de tenis y jugué al béisbol, balonmano y boleyball. Pero lo del kárate fue gracias a Lolín, que me animó siempre desde el primer día en que la conocí.
En el comedor, teníamos casi tres horas libres para jugar en el patio, y muchas veces, jugabamos Lolín, Jorge García y yo juntos.
Un día en el que estábamos cogiendo fruta de los árboles y Lolín estaba subida a un peral, ésta nos sorprendió a Jorge y a mí asomados a la abertura que, desde abajo, se podía ver en su camiseta. Con cierta dificultad, se podía apreciar la forma de sus dos adolescentes pechos. Recuerdo que Jorge y yo nos reímos mucho y que ella, sin bajarse del árbol, nos llamó capullos y no le dio demasiada importancia.
Lolín y yo pasábamos horas y horas juntos cuando las horas eran largas como semanas, según esa percepción infantil del tiempo, y supongo que fue mi mejor amigo durante varios años; después, de alguna forma, no recuerdo tampoco cómo, desapareció de mi vida.
Una tarde, ya muchos años después, volviendo de la Universidad, me la encontré por la calle Santiago. Lolín tenía el pelo teñido medio de verde, desaliñado y de punta, y su aspecto era sucio y bastante lamentable. Llevaba cadenas y pendientes por todos los lados, unos pantalones manchados de lejía y una visible cojera. Quise alegrarme de verla, pero no sentí más que un conato de intranquilidad.
Nos saludamos y me contó que, un par de años atrás, había tenido un accidente por el cual había perdido la movilidad de una de sus piernas. También, cómo finalmente la tuvieron que colocar quirúrgicamente media rodilla de metal.
Lolín me acompañó hasta la parada relatándome todos y cada uno de los detalles de su operación, y una vez allí, sacó un pañuelo. Se sonó delante de mí, y sonriendo, me dijo:
-La alergia, ¿recuerdas?
Al encontrármela, yo sólo tenía un viaje en el bonobús y cuatrocientas pesetas, al regresar a casa en el autobús, únicamente me quedaba una especie de amarga melancolía.
Yo sabía perfectamente que mi dinero, a pesar de todo lo que ella decía, no la iba a ayudar en absoluto, y recuerdo también que, apoyado en la ventanilla, de camino a casa, me pregunté si la vida, realmente, trataba por igual a todos los niños y niñas.
Iván Sáinz-Pardo
"Al final del arco iris"
©-N333042/00
6 comentarios
xtr -
ladesordenada -
Gracias, Iván.
Un beso.
Anónimo -
C.
Mata -
Cuando se sienta a escribir lo hace en carne viva después de quitarse esa piel en la que se esconde y protege , esa piel que le cubre de ser tan diferente al resto, tan por encima de la realidad que le oprime, de su sinsentido lleno de reglas marcadas y de la rebeldía de tratar de ser fiel a su sentir más profundo.
Y como el que elabora un perfume trata de inventar nuevas esencias cada día, todas ellas en frascos pequeños pero con el aroma indisoluble al aire y al tiempo. Siempre en busca de esa flor especial que de magia a su fragancia y disfrazé su realidad en un sueño........un sueño en el que cerrar los ojos y estirar la sonrisa hasta las constelaciones más audibles, y así morir lentamente para renacer de nuevo al mismo sueño.
Estos son mis huesos y en su crujido gritan ...esta es mi obra!!!....aceptame, valorame, dame cobijo, quiereme!!!.....y no trates de entederme porque yo soy así .....único y especial.....como tú, como él, como todos........
Tus huesos seguían hablando sin parar...una y otra vez...y mientras me alejaba su eco se hacía cada vez más débil.......volveré para terminar de oir lo que dicen....
Un saludo.
(Le dí de comer a tu caracol)
Mata -
Disparatado,desbordante y loco,pero prueba superada.
Un saludo.
bai -