MI ELFA (Rescatado)
Con el descanso interrumpido abro los ojos a la presencia que me visita y titubea, al duende de los sueños paralelos, a mi ninfa deseada, la de sedosas alas multicolores de papel cebolla.
Ella va y viene por las horas nocturnas, me visita siempre con la intención de regalarme complicidad, murmullos íntimos y pequeños secretos.
Sus pies son alargados y retorcidos, juguetean siempre en mil posturas, en mil posiciones imposibles y extrañas. Su rostro juega siempre a despistar con continuas gesticulaciones, dislocadas y grotescas, escondiendo siempre la bendición y el aleluya de una pequeña diosa. Ella abre mucho sus ojos y la boca. Mueve en un tic sus orejas puntiagudas, para de pronto, cambiar a una expresión fría y seria. Continúa con un guiño, me lanza un beso y, cruzando los ojos, termina por burlarse de mí del todo sacándome la lengua. Después, en su boca se desborda una sonrisa exagerada.
Ella pronuncia mi nombre con su voz inaudible. No puede hablar, quizá tampoco sepa, pero su cuerpo no deja de expresarse sin parar. Me cuenta viejas historias, sagradas leyendas, fábulas increíbles, trabalenguas para sordos y refranes olvidados.
Muchas veces se expresa nerviosa y sin sentido, entre mímica, gestos y bailes. De pié cruza las piernas, con su cara apuntando al cielo. Se estira, aprieta los puños y llora con todas sus fuerzas, parece invocarse al poder de la noche y las estrellas.
Yo también le hablo en bajito y le cuento mis cosas. Otras veces, únicamente nos observamos en silencio y ella permanece conmigo, sonriente, suspendida a metro y medio del suelo.
Yo a veces intento convencerla de que haga una vida normal, pretendo que entre en razón, hacerla entender que la vida no es solo jugar y volar inquieta de un sitio para otro. Mi elfa inclina su cabeza, agita lentamente sus alas, se aproxima a mí y me acaricia la cara como a un niño; abre bien sus ojos verdes como prestándome mucha atención, y por unos momentos, permanece tumbada en mi cama, a mi lado, tranquila.
Es entonces cuando suele relajarse un poco, cuando puedo aprovechar para observarla mejor. Ella acerca su carita y me mira muy de cerca, derrochando dulzura, con esos ojos verdes infinitos que me mantienen sedado y dócil en cada una de sus tiernas intenciones. Su rostro es de una belleza distinta, sus facciones son de una perfección diferente; sus formas son finas y alargadas, sus extremidades puntas de estrella
La comisura de sus finos labios, la suavidad de su piel aceitunada, su tez pecosa y su nariz chata y respingona. Toda su belleza, toda su perfección, se encuentra más allá, lejos de lo que conocemos, como si ciertamente no fuese fruto de una creación humana.
Muchas veces, ella advierte en mi esa pasión incierta, entonces me sonríe con ojos pícaros, como prometiéndome. Pero vuelve a escaparse de mí y sus labios vuelven a dar forma a un beso que ella manda desde lejos al aire y yo recojo; después se sonroja y se da la vuelta, juguetea con sus alas y se esconde tras ellas. Al plegarlas y recogerse, puedo observar su vestidito, transparencias de colores pálidos, formas de mujer semiocultas en seda suave.
Yo la incito a volver a mí y ella se protege entre sus alas, recelosa y sugerente, inadvertida de que con su ingenua postura, ha hecho subir un poco su faldita descubriendo parcialmente el dibujo y la tierna desnudez de sus nalguitas redondeadas.
Al percatarse, me sonríe abiertamente y se escapa volando entre círculos y piruetas, atraviesa la ventana abierta de mi cuarto y huye, como un meteorito a la deriva, como estrella fugaz para el rabillo de mis ojos.
Sin embargo, otras veces, cuando la miro en silencio, en ardiente deseo, cuando ruego, excitado, ella toma las formas que yo más deseo y sus senos crean nuevas formas solo con la intención de mi mirada, toman tamaño al tacto de mis pensamientos. Cierra sus ojos y yo la transformo, la creo y la destruyo, la enriquezco con mis fantasías, la amo de verdad, en silencio. Su cabello es una llama de vivos colores, ardiendo a mi gusto. Voy dando forma a sus caderas y a su cuello. Con cada una de mis intenciones alargo sus muslos, la atraigo hacia mí y beso la humedad de su vientre templado. Mi elfa sonríe, suda con su cuerpo cambiante, disfruta y se estremece en un éxtasis compartido.
Pero hay otras veces en que la noche se abre y nos invita a pasear bajo su herida. Entonces nos escapamos por la ventana y ella me lleva a los bosques. Yo allí la hablo de esa soledad que no escogemos y que nos hace más fuertes, de la naturaleza contradictoria de los sentimientos humanos; hablo sin parar, sabiendo que, a pesar de sus visitas, a pesar de sus ausencias, de sus juegos, disimulos y piruetas, ella siempre escucha y disfruta con mi presencia.
Paseamos en la noche, mientras se transforma en hoja otoñal o en gato de pelo negro y erizado que salta por los tejados; ahora es una niña que recoge flores de colores y poco después, se transforma en una anciana de paso aletargado para contar estrellas. Mi elfa es un lobo solitario, aullándole a la luna o es rana verde para croar en saltitos estúpidos y divertidos. Es brisa inesperada, meciendo mi cabello y al instante, gota de lluvia para caer a mi paso desde la rama de un árbol y recorrer mi frente.
Sus transformaciones y mis palabras se funden como almas gemelas, como polos distintos atrayéndose sin remedio. Como palabras escapadas de un libro, en busca de las imágenes que describen su alma de tinta y papel.
Pero cada mañana, sin embargo, vuelve la pesadumbre de un nuevo día sin ella, el retorno a una vida real. Cada amanecer, mi elfa desaparece como si fuera para siempre, y yo, no la espero. No la espero porque solo estoy convencido de que volverá, cuando en mitad de la noche, un suave susurro me despierta.
Iván Sáinz-Pardo
"El sendero de la oveja negra"
N 33042/1997
R.P.I: VA-1329
1 comentario
Mónica -
Que tu elfa, por las noches, te siga sembrando mariposas en los ojos y en los dedos para que, al amanecer, nos cuentes historias de vuelos lejanos y alas rotas.