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EL ESCONDITE DE IVÁN

TETE (Rescatado)

TETE (Rescatado)

Se me cierran los ojos. Producto quizás de ese licor mal destilado, herrumbre etílica de la tienda de techo amarillo. En el carnaval de mi vida las negras no sonríen, únicamente se mueven bajo la música del viento y el traqueteo plomizo de mis labios. Las negras mueven sus sexos como putas tristes. Sus ropas no son de calidad como en Río, aquí aprovechan los residuos y los hurtos. Un loco me dijo que la coreografía de nuestros días pertenecen a una vieja cultura extraterrestre. Las negras nativas exaltan estas tradiciones que las manejan y las controlan desde la pelvis como muñecas de madera. La respuesta no está en la Soca, ni en la tradición hispánica ni africana, sino en esa especie de centro de poder invisible y tenaz que las contorsiona calculadamente en un lenguaje corporal recio y extraño.
Se me cierran los ojos y ante mí pasan, una tras otra, las comparsas de Port of Spain, como un grotesco carrusel sin final. He vuelto después de tantos años hecho un viejo miserable y taciturno.
Yo era un niño flaco, un negro demasiado bajo como para poder ver el futuro desde una buena perspectiva. Mi madre era una mariposa de bonitos colores, una bonita negra que también recorría las calles de Trinidad. Mi padre era un gusano febril e intoxicado que la esperaba en casa con la mano cerrada. No me enseñaron nada útil. Ahora lo entiendo. Ahora se que para sobrevivir nos pagan por construir muros que nos alejan de nosotros mismos, de nuestra propia felicidad.
Aquel carnaval me calcé unos zancos altísimos y me puse el traje azul que me hizo mi abuela. Me quedaba pequeño pero no me importó. Desde allí arriba pude ver el puerto, la isla, el mundo. Entre la gente sentí la samba, la batucada, el ritmo feliz de los corazones de mi pueblo. Desde allí arriba bailé y bailé hasta caer exhausto. Aquel fue mi último día en Trinidad. Un barco mercante me llevó hasta España al día siguiente. Pero aquella noche, desde lo alto de mis zancos, bailé, canté y recé por mi madre muerta. Ella nunca había estado tan feliz, ni yo nunca tan cerca de ella.

Iván Sáinz-Pardo
"La ira dormida" ©2005

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