EL GRITO QUE PERDIÓ SU ECO
Estoy a mil gritos sin eco de ti. Aquí no hay norte ni sur, me has abandonado y ahora tiemblo asustado, acurrucado en una esquina devorada por las sombras. Tú te habías aprendido los atajos, las leyes de nuestro mundo, tu tenías el único traje espacial para poder pasear más allá de los pasillos húmedos de nuestra pequeña nave. Te has ido y no fue sin avisar. Preferí no variar el rumbo ideal, no dejar de obedecer las absurdas normas, seguir lamiendo la espina dorsal de una misión herida y olvidada.
Nos quedamos sin radio hace mucho tiempo, decidimos seguir adelante y yo me negué a mirar hacia otro lado. No necesitábamos conversar, economizábamos como con el oxígeno.
En un arrebato rompí todos los espejos, te negué la entrada a mi celda, separamos las tormentas para acercar la calma al confín de una malsana armonía. Nunca dejaste de insistir, pero a veces, inútilmente, nos obsesionamos con la basura espacial flotando en el transito de la monotonía compartida, alejados de la ruta original.
La bendición, el milagro puede ser un horizonte perdido, una estrella agonizando, un gusano de luz convertido en super nova, en el Big Bang que arrasa con conductas descompasadas, ajenas, costumbres deformes y enfermizas.
Tú te has ido, la estación está desolada, la nave sin rumbo y al capricho de un piloto automático. El miedo a que no regreses, el miedo a vivir sin todo lo que te has llevado contigo, el sabor de esta traición que planeé yo mismo me agotan, me aplastan con una gravedad plomiza y monstruosa.
Un piloto tintinea, un panel emite pitidos de alerta, pero inerte, tan solo espero un nuevo despertar, un golpe de suerte. Pienso en formatear todo el sistema y no cesar hasta encontrarle un sentido a esta noche eterna. Hiberno un desmayo involuntario, dormito un credo obsceno. Los astros circulan a mayor velocidad, me has abandonado y ahora cruzo el universo en solitario sobre una patera sideral. No hay tiempo, no hay espacio, no hay fronteras ni etapas, no hay ciclos ni texturas sensoriales, pero no puedo seguir sepultando al único pasajero que protagoniza este viaje.
Escucho un grito desgarrador retumbando por toda la nave, es el mío. Observo a alguien ponerse en pie, coger los mandos de la nave, mirar en el mapa holográfico, soy yo, dispuesto a volver a coger las riendas de mi vida. Mis dedos, fugaces, interpretan una melodía frenética sobre el teclado de instrucciones. Cada objeto va recuperando su sitio, cada nueva consigna, cada nuevo código y cada orden van siendo aceptadas por los ordenadores de abordo. Voy enderezado un rumbo incierto pero tenaz. Y aunque aún pueda divisarse en los planos, se que probablemente ya no exista, quizás nunca lo haya hecho. Aunque quizás se haya extinguido hace millones de años, retomo la misión de encontrar mi estrella.
Por un ventanuco una lluvia de meteoritos incandescentes celebran el desafío. Chispas y gases transforman el instante en una catarata multicolor de esperanza. A mis espaldas una compuerta se abre. ¿Te apetece un paseo espacial? Me doy la vuelta, eres tú. Soy yo. El extranjero que llevo dentro vuelve a sonreír. Un solo traje espacial siempre fue suficiente.
Iván Sáinz-Pardo
"En la avioneta sobró un sitio" ©2012
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