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EL ESCONDITE DE IVÁN

MAREA ROJA

MAREA ROJA

Cada vez que hablabas el mundo se detenía, cada vez que callabas el mundo seguía dando vueltas. Pero ahora caminas solo, trastabillante, sobre los restos de una civilización condenada a la extinción.

Pensamos, durante siglos, que la muerte era lo fatal, sin tan siquiera imaginar que la vida era la verdadera catástrofe. Era más fácil para todos evadirnos cuando teníamos un billete de vuelta. Pero hemos quemado las naves, hemos destruido los puentes, hemos dejado perder las cosechas, hemos ignorado las señales, las advertencias, hemos violado uno tras otro, todos los pactos con lo verdaderamente importante.
Ya no somos imprescindibles más allá de los mundos imaginarios, nuestro oro no vale nada ni los números en el banco, ni las estadísticas, las victorias o las derrotas, todo se difumina en la arena del olvido cuando regresa la marea.

Comenzó a diluviar agua de colores, como si el arco iris se derritiese con el sol abrasador. El arco iris dejó de ser y de existir, escondido en desagües y tuberías y la lluvia terminó por desaparecer desatendiendo la vida sobre la tierra.

Primero se secaron las plantas, los árboles, luego se precipitó la muerte, como si esta tuviese mucha prisa, como si aún tuviese algo más importante que hacer después de arrasar con todo. Las calles se llenaron de trampas con luces de neón para ratones hambrientos, para hombres desesperados y almas grises y despiadadas. Y con ello la vida dejó de ser un regalo, ahora costaba un precio inaudito, cada vez más difícil de asumir por nadie.

Al final solo nos quedó la resignación, hacer obedientemente la cola para saltar al abismo, impotentes, con nuestros números de turno arrugados dentro de nuestros puños cerrados. Nuestras almas fueron evaporándose como lágrimas al sol, los cuerpos fueron hacinándose en bellas dunas de polvo hasta que el silencio se apoderó de todo.

Ahora, moribundo, con el cielo convertido en una lengua de fuego, paseas sobre las ruinas de nuestra civilización, atravesando un aire prácticamente irrespirable, creyéndote el último ser vivo sobre la tierra. Cuando tus piernas ceden, en tu interior sabes que nunca más volverás a ponerte en pie.

Los minutos, las horas se retuercen, la sed es insoportable y cuando estas a punto de claudicar, se te acerca una mujer mayor con el pelo chamuscado y la ropa hecha jirones. Se acuclilla y te observa en completo silencio.

-"Pensaba que era el final, que ya no quedaba nadie. Creía que estaba solo.“ Exclamas en un quejido.
La mujer continúa observando tú agonía durante varios segundos, entonces se acerca a ti para susurrarte algo al oído. Prestas atención sin imaginarte que, aquellas, iban a ser las últimas palabras que se pronunciarían sobre la faz de nuestro denostado planeta:

-"Este es el final. El final fue lo primero que se escribió cuando empezó todo lo que hoy conocemos. La vida nunca termina, solo terminan las historias, por eso no hay que desesperarse tratando de entender nuestro mundo, tan solo hay que luchar por encontrar un papel digno en nuestra propia historia. La tuya y la mía, la nuestra, termina aquí."

La mujer sintió una leve brisa acariciar su rostro medio abrasado. No se trataba del viento, tan solo era la penúltima alma volando hacia el infinito de los días.

Iván Sainz-Pardo "En la avioneta sobró un sitio"
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