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EL ESCONDITE DE IVÁN

DIEUWKE (II)

DIEUWKE (II) Los árboles se abrazaban por encima de nosotros, en la oscuridad.
Caminábamos demasiado deprisa, como fustigados por la tensión y los nervios.
Recuerdo aquel calor en las sienes, el temblor en las piernas, el hormigueo de la excitación. Por un momento cerré mis ojos y los volví a abrir con el fin de comprobar y demostrarme que aquello no se trataba únicamente de un sueño. Me hubiera pellizcado, hubiera gritado de entusiasmo. Deseaba congelar aquella sensación de algún modo, pero sin entorpecer la magia del momento.
Ya llevaba un año saliéndo con Esther, estrechando sus pequeñas manos, descubriendo su voz, sus gestos, mirando a través de sus ojos, jugueteando con su rizado pelo. Ahora, sin embargo, me dejaba arrastrar por una mirada distinta. Me dejaba camelar por la curiosidad, el deseo, la naturaleza de aquellos nuevos gestos, me dejaba guiar por una voz extranjera.
Nada parecía estar ocurriendo sin ningún motivo concreto. Me estaba engañando a mí mismo al pensar que sería capaz de controlar todo aquello. Me sentía como el protagonista de una película que aún no había visto. Paseábamos en silencio, como dos personajes impotentemente abocados a un destino común, a un rumbo inamovible y concreto. Todo ocurría como ya estaba escrito, como tenía que ocurrir. La miré de reojo, ella estaba tan nerviosa como yo, preciosa con su chubasquero rojo. Y entonces lo entendí todo. Ahora yo debía frenar nuestra marcha, situarme delante de ella, mirarla a los ojos y besarla por primera vez.

Iván Sáinz-Pardo
"Al final del arco iris"
©-N333042/00

3 comentarios

Anónimo -

INCREIBLE........TODOS FUIMOS TESTIGOS .....JAJAJAJ RELINDA LENANIS@HOTMAIL.COM LEDIS

Sara -

m pones los pelos de punta... una historia muy autentica

Aikoneko -

Me ha gustado.
Por un momento me has hecho estar entre aquellos árboles...