MILATI
Un techo gris de nubes, una incisión profunda, un asiento en primera, una camisa de segunda, un tercero de bronce, un cuarto cerrado con llave, un quinto con ático y un sexto sentido para no perder el sinsentido de no conocernos mejor y cruzarnos así, sin más.
Buda murió de hambre, con los ojos hinchados en sangre, sentado en una taza de roble, en un water de ministro.
Música oriental, agua con gas y las repetidas reverencias de Milati, una chinita de formas y modales exquisitos.
Sentado en un sillón de cuero, callo y aguanto la mirada, mientras mi reflejo no para de hablar un solo segundo. Con el pensamiento, mientras, persigo un rastro sospechoso, desconocido, un sendero inventado por puercos amaestrados.
La puerta esta abierta, pero mejor no la atravieso, por prudencia. Un susurro al oído me muestra un escudo protector, hasta ahora invisible. Descubro entonces un botón escondido, una estadística sin nombres, una espera con sabor a jeroglífico y a café con demasiada leche.
Sonrisas talladas en estrellas fugaces huyen de mi cielo, me recriminan mi imperdonable falta de ambición. Berlín apaga entonces sus luces y me cede una gentil carrerilla, me permite el paso y me da una gris palmadita en la espalda. Yo doy la bienvenida a un nudo en la garganta, a una lazada en el estomago, a un roto en el vientre y atravieso de un salto el Spree, para estrellarme contra un Hola, ¿como estas? sin prefijo, sin receptor, sin sentido.
Hoy soy como un ascensor sin destino, colgado, suspendido, anclado en un entrepiso. No subo, no bajo y la música de sintonía ameniza mi estúpido letargo.
Buda murió esperando, con sus labios untados de melaza, para el disfrute de las moscas orientales y los fumadores de puros cubanos.
Lagrimas de soja, sollozo contenido y minúsculo el de Milati, que, con el cargador vacío por las noches solitarias de arroz y Wahaha, me ofrece su última sonrisa, agradecida, por abandonar tan educadamente su mundo, así, en silencio, sin preguntar. Yo me agarro a mi propio mundo, al contagio de su guiño, y escupo el sabor de las despedidas por conveniencia. Pillo un taxi, pido más cafes y me guardo todas las propinas para comprar en el aeropuerto sellos con Buda dentro. Aún falta un buen rato para embarcar, no importa cuanto, mientras, y sin que tú lo sepas, Milati, devolveré por correo todas las noticias del mundo que no sean capaces de hacerte sonreír de nuevo.
Iván Sáinz-Pardo
"La ira dormida" ©2006
3 comentarios
Capitán Pescanova -
Rubin -
Un abrazo desde La Bellota!
Paula -
De nuevo gracias.
Un beso.