LOLIN (Rescatado)
Voy a apretar de nuevo los dientes sin la intención de seguir espabilando esta historia muerta. El cascarón es demasiado estrecho y los bordes punzantes se me clavan en el costado. Todo el mundo está triste a mí alrededor, y yo, mientras tanto, trato de desaparecer cada día transformándome en cosas en las que antes nunca creí. El polen en flor vuela por los aires, lo inunda todo, y mis ojos y mi nariz se irritan sin remedio.
Lolín era una amiga mía del colegio. Íbamos siempre juntos a todos los sitios y recuerdo que también ella tenía una alergia terrible al polen. Lolín era una chica, pero jugaba al fútbol mejor que yo. Lolín era una chica, pero cazaba enormes lagartos verdes y encestaba triples.
Las chicas, en el colegio, acostumbran a jugar a la goma y a corretear histéricas por el patio. Piensan siempre en el día de los enamorados y en hacer a tiempo los deberes. Lolín parecía un chico. Lolín jugaba a las chapas, a hacer rabiar a las otras chicas, a la guerra de piedras, a subir a los árboles, al fútbol, y era cinturón naranja de kárate.
Yo, al principio, me apunté al equipo de futbito sin demasiado interés, y acabé siendo el portero. Lo cierto es que siempre pensaba en todo menos en lo que hacía en cada momento. Nada me interesaba lo más mínimo. Me dejaba llevar, siempre ausente, inmerso en mi propio mundo.
De niños deambulamos como marionetas sin función, nos movemos por ahí, cargando con todas nuestras preguntas y temores a cuestas, preguntándonos si estarán o no suficientemente limpias las manos que, desde abajo, nos mueven y nos dirigen.
-La función va a empezar:
El colegio, moscas en la ventana, bocadillos de tulipán y chorizo, Lorenzo, pepinillos y cebolletas, el equipo A, las Navidades en Puente Viesgo, sed, polvo, ortigas, el Capitán Trueno, aquellos niños perdidos en un laberinto, charcos, los deberes, el miedo a los médicos, alubias y pescado, Informe Semanal, la fiebre, divisiones, cumpleaños, cubatas de ginebra para mi madre, La historia interminable, papel cuadriculado, los helados de Petri, dolor de anginas, películas de vaqueros, raíces cuadradas, pipas saladas, mi tía Eva, peonzas, filetes de hígado, por la tele niños como de mentira en Etiopía, Asun, el dolor de rodillas por el crecimiento, David, las largas horas de recreo, El coche fantástico, la loción antipiojos, las heridas en las rodillas, Hugo y su Spectrum con teclas de goma, los domingos de kiosco, los abuelos, el accidente de los abuelos, mi padre sin sus padres, el comedor del colegio, El planeta imaginario, la lluvia, Juli la profesora, el miedo a la muerte, Canción triste de Hill Street, Togi, las canicas de colores, los intoxicados por la colza, la casa vieja, V, las aburridas clases de natación, los pepitos de chocolate que compraba papá para después de las aburridas clases de natación, los veranos en Puente Viesgo, más cumpleaños, Josefina y Bea, baños en el río, el anti piojos, La bola de cristal, el Cattos y el Artesa, el mal sabor de las lentejas, El increíble Hulk, Jorge García, el miedo a la oscuridad, El Comando G, golosinas, frío, Soco, E.T, petardos, vasos de leche, tía Tere, escritos en el diario, el señor don Ángel, Momo, soldados de plástico, caligrafía, Jorge Redondo, el cinematógrafo, los domingos en el campo, agua estancada, el carnaval, las mellizas, lagartos verdes, el Un, dos, tres, la playa, contar con el abuelo los carros de hierba de camino a la playa, el olor del Visvaporú, Henry, el miedo a que las cosas cambien, Alberto y sus inyecciones de insulina, aquel chandal siete días a la semana, recoger la cocina, el miedo a quedarme solo, el miedo a crecer, el peso de todos los miedos, Lolín, Lolín y su alergia al polen.
Antes de Lolín yo jugaba en el equipo de mi colegio al futbito. Nadie quería ser el portero, yo sí. En la portería, no tenía que estar todo el tiempo corriendo detrás de aquella estúpida pelota y disponía de más tiempo para mis divagaciones. Era mejor esperar allí y tratar de desbaratar las jugadas del contrario.
Yo tenía un traje azul y negro como el de Arconada y unos guantes de portero cuando no me los dejaba antes olvidados en algún sitio.
Creo que, a pesar de mi falta de interés, tenía un don especial para la portería. Lo paraba prácticamente todo, y los padres que nos iban a ver me aplaudían a rabiar.
El único problema eran mis gafas, bueno, mejor dicho, mi único problema eran mis cuatro dioptrías en cada ojo. Era el portero y el único del equipo con gafas.
Tenía la tediosa manía de destrozar unas gafas por partido, y no rompía más porque no solía tener de repuesto. Cuando las gafas se me rompían de un balonazo ya en la segunda parte, no era tanto problema, pero, cuando me las reventaban nada más comenzar, después no me quedaba otro remedio que parar a ciegas todo el resto del partido.
Pero no todas las veces paraba los balones con la cara, a veces también me daban balonazos en los huevos. Todos me aplaudían muchísimo, y yo, mientras, en el suelo, me retorcía de dolor.
Como sólo veía el balón cuando éste ya estaba demasiado cerca de mí, había desarrollado unos grandes reflejos. Pero siempre llegaba algo tarde, y era por eso que nunca acertaba a parar los balones con las manos.
A veces reservaba mis gafas para la segunda parte, que era cuando se resolvían los partidos. En la primera me freían a balonazos, pero de esta forma, al menos, podía ver algo de lo que ocurría en la segunda.
Los dos primeros años fueron los mejores, aun a pesar del dineral en gafas y el dolor de huevos, pero, al tercero, todos éramos ya más mayores y los balonazos comenzaron a ser mucho peores. Finalmente debí de cogerle miedo al balón y ya todo fue un desastre.
De pequeño observaba el cielo y las plantas y también a las hormigas y a todos los demás insectos. Me gustaba recrear grandes batallas entre los bichos, y con los hormigueros, me lo pasaba especialmente bien. Yo era un gigante, un humano monstruoso que aterrorizaba a toda una ciudad. Aplastaba con el pie a varias de ellas, y el resto, se volvían como locas entrando y saliendo de su hormiguero. Me gustaba simular sus voces:
-¡Nos atacan! ¡Corred, poneos todas a cubierto !
-¡Hormiga Dios, sálvanos... Nos van a matar a todas!
-¡Yo no quiero morir, tengo mujer hormiga y tres hormiguitas!
-¡Estoy herida, he perdido una antena, que alguien me ayudeee!...
Después, al irme, me imaginaba como el protagonista del informativo de las hormigas:
-Buenas noches, hoy comenzamos nuestro espacio informativo con la triste noticia de la nueva matanza ocurrida en una de las poblaciones de Hormigafrágima del Norte donde más de una veintena de ciudadanas han perdido su vida, y cerca de una docena han sido heridas por el ataque de un humano asesino con gafas.
Nuestra hormiga reportera se ha desplazado hasta el lugar donde
Algunos años más tarde llegó Lolín a nuestro colegio. Lolín tenía una hermana más pequeña y una madre con muchos problemas, del padre nunca supe nada. Creo que ella tampoco. Desde el principio nos caímos bien y empezamos a ir juntos. De Lolín recuerdo sobretodo eso: el Kárate y su alergia al polen.
Animado por ella, me apunté, unos años más tarde, también a Karate, y después de un tiempo, llegué a ser cinturón azul.
Recuerdo que el primer día, no sé por qué razón, me pusieron con los pequeños. Yo estaba nervioso y me sentía ridículo y extraño con ese karategui blanco. Hicimos media hora de calentamiento, y después, el profesor nos mandó colocarnos en filas. Lo cierto es que, además de nervioso, me sentía realmente fuera de lugar entre tanto kimono y tanta palabreja en japonés. En aquel gimnasio olía insoportablemente a pies y a sudor, pero nadie más que yo parecía apreciarlo, o al menos a nadie parecía importarle. Yo, mientras, no dejaba de pensar en la peli de Kárate Kid.
Hicimos el primer ejercicio de patada, y después el siguiente y otro, mientras yo, perdido como un cura en un burdel, trataba de imitar los movimientos de esos niños que me rodeaban por todos los lados con sus cinturones de colores. Entonces fue cuando ocurrió. El siguiente ejercicio era una patada giratoria hacia delante. Primero la hizo despacio el profesor, y detrás nos tocaba repetirla deprisa a nosotros. Dio la orden, y yo, sin ni siquiera darme cuenta, mandé de un patadón a casi tres metros de mí a la niña que tenía enfrente. Yo nunca había levantado tan alto las piernas y no era consciente de hasta dónde podía alcanzar. La niña, por supuesto, comenzó a llorar como una histérica, y todos se me quedaron mirando con caras extrañas. Recuerdo que enrojecí como una piruleta y deseé que me tragara la tierra.
El profesor necesitó varios minutos para calmar a la niña, e inmediatamente después, se volvió hacia mí.
-Muchacho, tú eres el que debe controlar tus piernas y no al contrario. Continúa trabajando.
Al siguiente día ya estaba con los mayores.
La verdad es que yo nunca he sido el mejor en ningún deporte, y pienso que quizás fuese porque siempre me cansé demasiado pronto de todos ellos.
Estuve apuntado a casi todo: un año en atletismo, tres en natación, otro en baloncesto. Hice un par de cursillos de tenis y jugué al béisbol, balonmano y boleyball. Pero lo del kárate fue gracias a Lolín, que me animó siempre desde el primer día en que la conocí.
En el comedor, teníamos casi tres horas libres para jugar en el patio, y muchas veces, jugabamos Lolín, Jorge García y yo juntos.
Un día en el que estábamos cogiendo fruta de los árboles y Lolín estaba subida a un peral, ésta nos sorprendió a Jorge y a mí asomados a la abertura que, desde abajo, se podía ver en su camiseta. Con cierta dificultad, se podía apreciar la forma de sus dos adolescentes pechos. Recuerdo que Jorge y yo nos reímos mucho y que ella, sin bajarse del árbol, nos llamó capullos y no le dio demasiada importancia.
Lolín y yo pasábamos horas y horas juntos cuando las horas eran largas como semanas, según esa percepción infantil del tiempo, y supongo que fue mi mejor amigo durante varios años; después, de alguna forma, no recuerdo tampoco cómo, desapareció de mi vida.
Una tarde, ya muchos años después, volviendo de la Universidad, me la encontré por la calle Santiago. Lolín tenía el pelo teñido medio de verde, desaliñado y de punta, y su aspecto era sucio y bastante lamentable. Llevaba cadenas y pendientes por todos los lados, unos pantalones manchados de lejía y una visible cojera. Quise alegrarme de verla, pero no sentí más que un conato de intranquilidad.
Nos saludamos y me contó que, un par de años atrás, había tenido un accidente por el cual había perdido la movilidad de una de sus piernas. También, cómo finalmente la tuvieron que colocar quirúrgicamente media rodilla de metal.
Lolín me acompañó hasta la parada relatándome todos y cada uno de los detalles de su operación, y una vez allí, sacó un pañuelo. Se sonó delante de mí, y sonriendo, me dijo:
-La alergia, ¿recuerdas?
Al encontrármela, yo sólo tenía un viaje en el bonobús y cuatrocientas pesetas, al regresar a casa en el autobús, únicamente me quedaba una especie de amarga melancolía.
Yo sabía perfectamente que mi dinero, a pesar de todo lo que ella decía, no la iba a ayudar en absoluto, y recuerdo también que, apoyado en la ventanilla, de camino a casa, me pregunté si la vida, realmente, trataba por igual a todos los niños y niñas.
Iván Sáinz-Pardo
"Al final del arco iris"
©-N333042/00
16 comentarios
mamá de Hugo -
cris -
Magnifico blog.
Xabier Aurtenetxe -
Iago -
Bezos, sabor admiración!!
Xabier Aurtenetxe -
Algo así como esos cadáveres anónimos, víctimas colaterales (vaya palabreja!) de cualquier guerra. Y vengo a "Las tortugas también vuelan". A parte del interés histórico de haber sido la primera película rodada en Irak tras la caída de Hussein, la participación de chavales no profesionales, que habían vivido en sus carnes lo relatado, le da un verismo que provoca un evidente malestar en el espectador. Te sientes implicado y, aunque trata del sufrimiento de los jóvenes kurdos bajo Sadam, es igualmente válida en las circunstancias actuales, pues nada ha cambiado para ellos salvo las dichas circunstancias. Concha de oro en San Sebastián y Premio del Público en Rotterdam, fue seleccionada al Oscar como mejor película extranjera.
Lo de Etreum, que estaba aún en estado embrionario, puede merecer un tratamiento largo, aunque el nombre suena tan horrible como su significado.
Te dejo, para dar buena cuenta de un boeuf bourgignon que lleva ya unas horas, a fuego lento, ahogándose en su tintorro.
Exodus -
IVAN -
Un placer volver a saber de tí. Mandame un email, anda.
Por cierto, Lolin, la de verdad, tenía una hermana, Carlota y un final o una realidad distintas que desconozco. Lo cierto es que desde aquel último encuentro, hace 15 años, ya no volvimos a vernos. Lolin, la del relato es un poco el vehículo para narrar recuerdos de unos años, efectivamente, de busqueda de identidad.
Existió un último encuentro, como en el relato, pero fue algo distinto. Lolin encarna un papel que recoge toda una serie de sensaciones y experiencias a lo largo de un periodo de mi vida. Aunque el personaje de Lolin queda tan solo vagamente esbozado, a pesar de dar título al relato, tengo un maravilloso recuerdo tanto de ella como de los demás en esa época de nuevas sensaciones, de miedos y experimentación.
Xabi:
La idea de Etreum, sigue en pie en un guion de corto llamado que ha pasado a tratamiento de largo y que quizas algun día cobre forma.
Oximoron, lo vi en video hace poco, yo participé en el guión, como tú, y ambos participamos además como actores. Dirigirlo lo dirigió Peter, quien tambien sale como actor. A la cámara estaba Satu y nos gastamos absurdamente el poco presupuesto con el que contabamos, para pagar a un amaestrador de gatos y un gato que pasa totalmente desapercobido en la historia.
El tema, la idea, aunque excesivamente influenciada por "El proyecto de la Bruja de Blair" era muy interesante y la cinta, contiene un par de momentos muy interesantes. Allí ya hacias de tio ficticio mio, al final, los hombres de negro han huido, pero tu has seguido siendo como un tio para mí.
Un placer leerte.
Lo mismo digo, Marina, por cierto, me falta la de las tortugas, me la apunto.
Saludos a todos
Dammy -
Xabier Aurtenetxe -
Probablemente este recuerdo de la infancia haya subido a tu memoria más tarde. Al ser una vivencia personal pone una distancia de por medio con mi posible apreciación, y sólo puedo limitarme a consideraciones generales; pero, a ese nivel, suscribo las palabras de Marina.
Lo que me ha sorprendido es tu percepción (entonces?) de Lolín. Te atrae por todo lo que no es (!), pero, al mismo tiempo, aprovecháis la ocasión en que se sube al árbol para echar una ojeada bajo su camiseta y deleitaros con la naciente fruta prohibida. Es un amigo con quien puedes dedicarte al noble oficio de cuatrero sin que nunca te denuncie... pero con tetas! Ser y no ser. La expresión, que enmienda la plana a Shakespeare y habitualmente inicia los cuentos mallorquines (lo cual fascinaba al lingüista Tzevetan Todorov), me parece constituir el meollo del problema de Lolín. No quisiera caer en la tentación psicologuizante y menos aún despegar hasta la blablaosfera, pero me parece claro que la búsqueda de Lolín era una búsqueda de identidad. Dirás que no es nada del otro mundo y que pasamos por la vida, siempre, intentando resolver ese problema. Pero cuando te han robado un par de piezas, es difícil de terminar tu puzzle.
He conocido una historia -no similar, todas son diferentes, pues (y) condicionan la vida de un individuo-: la de una jovencita que, igualmente, ha visto truncados sus sue~nos. En este caso se trataba de una joven de Stuttgart, modelo e incipiente actriz, quien al llevar a casa a un par de amigos, a altas horas de la noche, se tragó una curva. Hospital.Urgencias.Una cadera metálica. Una Barbie dislocada (como las éroticas figuras de Bellmer, me permitiría a~nadir, aunque seguro que habrá siempre alguien para tratarme de vicioso. Sostengo, a pesar de todo, que la fragilidad confiere a la belleza un valor a~nadido y no sólo en el caso de los jarrones de la dinastía Ming), rota, como rotos estaban sus sue~nos y su vida. Poco a poco, se fue encerrando en su caparazón (hoy ni siquiera puedo entrar yo, no digamos ya su familia), y entre dolores -que supongo más reales que figurados- espera, desea, que llegue la muerte.
El punto común: el haberse truncado el sue~no que movía sus vidas. Deportista para una, impregnado de glamour para la otra. La diferencia: Una infancia feliz (si la palabra sigue aún en el diccionario) con una familia intacta y económicamente acomodada, para la una; un padre desconocido, o, tal vez, demasiado y negativamente conocido para la otra.
Como ya decía anteriormente, no quisiera intentar "comprender" y menos aún pontificar sobre el caso, y por eso aprovecharé -evidentemente con su permiso,y desde aquí se lo pido- la relación de películas que hace Marina, para intentar comprender a Lolín.
Pasaré rápidamente sobre la película del iraní Bahman Ghobadi (tengo un contacto muy estrecho con músicos, pintores y escritores persas residentes en Alemania, pero "Las tortugas también vuelan" poco puede contribuir a dar algo de luz a la trayectoria de Lolín). El film nos muestra ese otro aspecto, odioso, que nos recuerda Marina: el de la infancia confrontada a la guerra. Imágenes insoportables las de esos ni~nos cuyo única esperanza es la de recoger minas antipersonales (!) para venderlas en el mercado negro. Hambre, mutilaciones, desarraigo causado por la guerra, encuentran, sin embargo, su bálsamo en la identidad -o en su negación: les intentan exterminar por ser kurdos- y en la amistad profunda nacida de la igualmente profunda convicción de compartir un destino.
Más pueden ayudarnos "Los 400 golpes", o mejor aún toda la serie de Doinel, en la que se presenta su vida a través de dos décadas. De la adolescencia hasta el adulto que, probalemente, nunca llegará a ser. Desde aquí yo desearía, para esa desconocida Lolín, un trayecto al menos tan largo.
Con Doinel (como probablemente con Lolín) nos encontramos confrontados a una persona que sufre de la falta del padre, de poder proyectarse en una figura masculina. La inestabilidad que de ello se desprende marca la vida de Antoine a lo largo del ciclo (más o menos autobiográfico) de Truffaut -siguieron "Antoine et Colette", "Baisers volés", "Domicile conjugal" y "L'amour en fuite", composición de flash-back de sus películas precedentes-.
Toda la serie nos muestra una persona a quien esta ausencia del padre le convierte en una figura instable, sin referencias, incapaz de amar(se) -el concepto de dar y el de recibir le son ajenos, al menos independientemente uno del otro-, alguien que, antes de tiempo, encarnaba el "no future".
El "paisaje en la niebla" de Theo Angelopoulos, a pesar del título, pudiera esclarecernos algo más (por activa o por pasiva) la persona, que no el personaje, de Lolín.
Un par de hermanos, Voula(12) y Alexander(6), que viven con su madre en Grecia, creen a su ausente padre en Alemania y deciden ir a su encuentro. Tendrán que atravesar un metafórico país hecho de lluvia, nieva, barro y niebla. Esa travesía, ese camino, les abrirá a la vida. El hermano aprenderá la importancia de la pérdida al ver morir un caballo blanco, malherido, sobre la nieve (claro homenaje al "Au hasard Balthazar" de Robert Bresson. Joséééééé!). Su hermana será violada. Tras múltiples vicisitudes, y ayudados por Orestes, chófer de un teatrillo ambulante, llegan, sin papeles y sin dinero, hasta la frontera. En ese viaje iniciático en busca del padre, Voula, la ni~na, perdidamente enamorada de Orestes, se da cuenta de la homosexualidad de éste y, en consecuencia, de la imposibilidad de su amor, lo que le acerca a Antoine Doinel, cuya crónica inmadurez le incapacita para cualquier tipo de relación amorosa. La película De Angelopoulos describe magistralmente ese trayecto (apoyada en la congenial música de Eleni Karaindrou. Cuándo trataremos a los compositores como se merecen?).
Echo de menos (en los detalles que conozco de la historia) una búsqueda similar por parte de Lolín. Quizás esté aquí la clave de su desorientación. Más en la ausencia de ese esfuerzo y, en la ausencia de la trayectoria de la búsqueda que, en definitiva, sirve ante todo para encontrarte contigo mismo, que en la real existencia del padre. Tampoco está seguro que el padre de Voula y Alexandre resida en Alemania... y ni siquiera hay indicios de su existencia.
También desconozco si Lolín, como Doinel se interesaba por la lectura ( o si como parece privilegiava el judo). Para el personaje de Truffaut la lectura es un elemento de análisis del mundo exterior.
Todo esto no son, en suma, sino elucubraciones ante la imagen (en la niebla) de una persona que jamás encontraré. Pero quisiera completar las consideraciones de Marina con una pregunta, más bien con un par de ellas. Por qué, para tener un coche, hace falta un permiso de conducir y para tener hijos (decisión más importante, no solamente a nivel personal sino también social) no tienes que dar cuentas a nadie? Sería deseable un examen prealable ante la decisión de tener un hijo? Habría que establecer un carnet por puntos? Cuántas personas pasarían un tal examen sin sobornar a los miembros del jurado?
En todo caso, y para sumarme a lo que parece evidente, y que todos los que hasta ahora han escrito refrendan, no existe la referida igualdad. El mundo no sólo no es justo, sino que , tomando prestadas las palabras de Jean Cocteau, "si el mundo tuviese un sentido, yo no escribiría".
Paula -
De Lolín no acababa de acordarme (ahora me viene a la memoria ella y su hermana Carlota ¿no?) , pero todo lo demás me es muy cercano. De ese colegio, de esa etapa, guardo mis mejores recuerdos de la infancia. Es más, es curioso, me acuerdo mucho más de todo eso que del colegio en Guadalajara al que tuve que marcharme en séptimo de EGB.
Yo jugaba con Ainoa, con Patricia (hermana de Lorenzo), con Félix (hermano de Bea), con Fany, con Clara, con Jesús...Me imponía el "profe" Don Ángel. Agradezco a mis padres que optaran por llevarme a ese colegio. La educación que recibimos (de los primeros que aplicaron la coeducación)seguro que a todos nos ha marcado.
Lástima que Lolín acabara como cuentas, está claro que no todo el mundo tiene las mismas oportunidades y no sólo eso, no todo el mundo sabe aprovecharlas.
Saludos Iván y gracias por hacer que me vinieran a la cabeza tan gratos momentos.
Marina Khalo -
Buenas noches
gb -
Por cierto, aunque no venga a cuento y me pillara un poco canijo. Como estaba Diana de V! hubiera sido mi tipo (extraterrestre y medio lagarto). Si no nos entendemos que por lo menos sea por algún motivo.
Vicente -
Capitán Pescanova -
Un saludo.
Marina Khalo -
No, Iván, no trata por igual obviamente. Esa fue la respuesta que te diste entonces y ahora. Pero, verás, yo no creo que sea la vida referida a un destino la que no nos trate igual, entendida como una realidad que está fuera de nosotros. Cada una de estas infancias frustradas (hablas de niños y niñas), al menos su mayoría, responde a causas conocidas. Por eso hablamos de derechos y deberes del menor, porque en este periodo de educación y crianza, la responsabilidad es de los adultos, de la sociedad. No solamente causas externas: la falta de lo imprescindible para vivir, la condición de guerra en sus países, el abandono, el desamparo también internas al propio clan, a la tribu que lo educa, al afecto que se confunde con el dar todo lo material, menos el tiempo de escucha, de escucha activa, de respuesta al contenido y también al sentimiento. En las primeras, por estar legisladas, deberían su ausencia constituir un delito y sus responsables juzgados. Si la riqueza está mal distribuida y es causa de hambre, enfermedad y guerra a denunciar, a moverse, no hay otra. Por más que sintamos el frío de la indiferencia.
Si se trata de lo segundo, habrá que pararse y reflexionar o pasear y pensar (que decía Vila-Matas) y buscar nuevos caminos.
Recuerdo tres películas que me han impactado fuertemente. La primera la vi siendo muy niña y me impresionó.Los cuatrocientos golpes. La segunda en la juventud temprana Paisaje en la niebla y la tercera y más dolorosa Las tortugas también vuelan hace un año. Todavía no me he repuesto. Las tres hablan por sí solas.
La infancia es el territorio al que no podemos volver, pero evocamos con recuerdos inventados si quieres, que nos marca considerablemente, que nos pueden robar. En el que sentimos la nostalgia de lo no vivido, nuestro paraíso perdido, nuestro rosebud. Lleno de todas esas cosas, que tú nos has contado tan emotivamente.
MaGiCa -
Saluditos.