SOLDADITOS (Rescatado)
Mi madre adoraba y sentía verdadera debilidad por mi primo Rubén, quien pasaba temporadas enteras con nosotros, en nuestras numerosas visitas a Puente Viesgo, o en nuestra casa en Valladolid. Rubén es cuatro años más pequeño que yo, pero la diferencia de edad nunca importó y jugamos juntos durante muchos años. Mi primo Rubén es el primo con el que más tiempo he compartido, hemos crecido prácticamente de la mano.
Yo estuve aferrado a mi inocencia infantil hasta los trece años. En aquel entonces, un día, espontáneamente, decidí desprenderme de todos mis preciados soldaditos de plástico, aquellos con los que había pasado horas y horas en la soledad escogida de mi cuarto.
Recuerdo que traté de jugar una última partida, una batalla de despedida. Una partida sin fe, empañada por la cruel realidad de comprender que la magia se deshacía a la velocidad que lo hace un iceberg abandonado en el desierto. Cuando descubrí sobre el suelo de mi cuarto a los dos bandos, uno en frente del otro, apuntándose con los rifles, las pistolas, los morteros y las bazookas, entendí que aquella batalla nunca se llevaría a cabo. Despacio, en un extraño ritual, fui guardando todos y cada uno de los soldados en su bolsa y la guardé para siempre en un cajón.
Rubén heredó todos aquellos soldaditos de plástico con los que yo había compartido tantas horas solitarias. Aquellos con los que, también, habíamos jugado tantas veces juntos. Rubén los recibió con una sonrisa, era feliz. Yo, sin entender muy como ni porqué, sentía que también lo era con él.
Mi primo Rubén continuó a solas con aquellas batallas de plástico mientras que yo comenzaba a descubrir las chicas y a preocuparme y a obsesionarme por el aspecto físico de aquel chaval al otro lado del espejo.
Hace unos años yo me negué a hacer el servicio militar. Mi primo Ruben es hoy en día un soldado profesional, paracaidista, francotirador, un aspirante a héroe bélico, a señor de la guerra, una convencida y talentosa maquina bien engrasada para matar.
Hace una semana le llamé por teléfono y me contó que ha rehusado el momento que tanto había estado esperando para conseguir así lograr un sueño aún mayor, ir por fin a la guerra. Él y unos cuantos, han optado por no ir con su destacamento al Líbano, para poder ir a cambio a Afganistán. Me reveló también que la OTAN, no satisfecha con controlar toda la zona y beneficiarse de las oportunidades financieras y económicas del denostado país, ahora han decidido saquear también los extensos campos de opio del sur, controlado actualmente por las mafias Talibanes. Saben que los Talibanes, que han renunciado ya a todo lo demás, no lo van a permitir y esperan una contraofensiva para dentro de pocos meses. España va a combatir activamente, aunque posiblemente no se vaya a hablar de ello en los medios, y mi primo lleva años preparándose para ello. Ahora que en el conflicto acaba de morir la primera mujer soldado del ejercito español, no he podido evitar pensar en nuestra conversación del otro día. Mi primo se sentía radiante, ilusionado y feliz, al fin podría pegar algún tiro en nombre de alguna misión militar.
Cuando la OTAN, engañada, aún creía en la cruzada norteamericana contra el terrorismo, se decidió legalizar esta ocupación. Ahora que todos sabemos que tal cruzada es una pantomima para enriquecer los intereses y las economías de unos pocos, deberíamos rectificar y no apoyar este absurdo conflicto.
Aunque no es fácil para nuestro gobierno negociar una retirada, cuando esta vez si que estamos sometidos a unas reglas y a unos tratados como socios de este club de la guerra, hay que exigir que, al menos, presionemos oficial y eficazmente a nuestros socios con una postura clara y concreta, coherente con nuestra postura en Irak, y que apoyemos activamente a los miembros que también compartan la opción de la retirada de las tropas.
Rubén, mí querido primo, como podría explicarte que las mayores victorias se han conseguido cuando las armas han descansado en los arsenales y las máquinas de guerra en los hangares. Tu sueño, tu victoria personal puede también ser como la mía entonces, cuando la ansiada batalla se transforma en la última de todas y nadie ha de morir por ella.
Como rezó durante años un graffiti en el túnel de las Delicias en Valladolid:
“¿Os imagináis que hay una guerra y no va nadie
Iván Sáinz-Pardo
"La ira dormida" ©2007
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