Mis padres vienen de familias católicas y ambos salieron bastante escaldados de la experiencia. Mi padre fue monaguillo de un cura tocón y a mi madre la expulsaron de un convento donde previamente la habían internado por no comportarse como se esperaba de ella. Yo fui el primer hijo y me bautizaron para contentar a las familias. Después yo quise hacer la comunión como el resto de mis compañeros del colegio, para recibir muchos regalos extra sin que fuera mi cumpleaños ni Navidad. Mis padres me dijeron que no había problema, pero que a cambio, tendría que ir a misa todos los domingos y ser un niño católico ejemplar. Me lo pensé mejor y terminé por perderme los regalos extra.
Mis tres hermanas pequeñas no están bautizadas y todos fuimos, más o menos, escogiendo en el Cole la asignatura de Ética en vez de la de Religión.
Nunca hemos sido una familia católica. Pero mis padres siempre nos enseñaron a respetar las creencias de los demás, y como ejemplo estaba mi madre, quien decía creer en un Dios, pero la Iglesia
en fin
seguro que hay algo
una energía, pero
anda venga, vete a escribir la carta a los Reyes Magos.
Mientras, mi padre, cuando le preguntaba por el cielo y el infierno, insistía en que lo más importante de todo es ser una buena persona y entender donde se ubica el bien y el mal.
-Pero Papi, un señor cura, en una excursión este verano, me contó que mis hermanas, por no estar bautizadas, no son seres humanos, sino bestias destinadas al mismísimo infierno. Y que yo tengo que hacer la comunión enseguida y como sea y ayudarlas a ellas convenciéndoos de que las bauticéis. Papi, yo no quiero que mis hermanas o yo acabemos en el Infierno.
-No te preocupes, hijo, en el caso de existir un Dios, con un cielo y un infierno, lo importante entonces será si tus hermanas y tú habéis sido buenas personas en la vida, y no lo serán tanto los bautizos, comuniones, ni la colección de visitas a la Iglesia.
El mejor ejemplo que encontré para esto, fueron los mafiosos de la tele, ultras católicos, esos que ordenan masacres a ráfaga de metralleta mientras casan a una hija en una iglesia. ¡Ratatatatata!... La palabra de Dios, Amen.
Aunque de pequeño, para sentirme mucho más tranquilo, me valía tan solo con observar lo católicos que eran algunos de aquellos niños malos-malísimos y sin principios de nuestro mismo Colegio.
Nosotros no éramos unos niños católicos, pero sí que éramos unos niños viviendo en un país mayoritariamente católico, así que mis padres decidieron no apartarnos, al fin y al cabo, de lo más positivo y entrañable de la Navidad. En mi casa, cada Navidad, hacíamos todos juntos, en plastilína o en barro, un Belén. Mi padre nos ayudaba con esmero. También todos juntos, decorábamos la casa al ritmo de los villancicos de un tocadiscos. Esperábamos a Papá Noel la noche del 24, pelábamos uvas, preparábamos fiestas y, mis hermanas y yo, organizábamos actuaciones para nuestros padres en Nochevieja y limpiábamos los zapatos y preparábamos todo para recibir a los Reyes y comer el típico roscón el día 6.
Solo éramos unos niños, y mis padres, nunca dudaron en regalarnos esta maravillosa contradicción, si fomentaba así, el buen trato, las reuniones familiares, la ilusión y la felicidad. Hasta el día en que me muera les estaré agradecido por ello.
Hoy en día, en este país multicultural, consumista y globalizado, se pide una asignatura de Religiones, en plural, para no menospreciar a las nuevas creencias, algo que encuentro muy bien. Pero también se cometen atrocidades, como explicaban los noticieros de ayer, desmantelando un Belén construido por los alumnos de un Colegio, con la misma disculpa. Esto no consigo entenderlo. Quizá, porque, como pueden ver, en parte, provengo de una familia que ha sido, de alguna forma, un casual pero real ejemplo de cómo, a veces, con coherencia en los fines, una contradicción, puede llegar a ser algo bello y servir para la educación en la tolerancia y en el respeto.
Amigos del escondite, una vez más, les agradezco sus comentarios y sus visitas y les deseo, de corazón, unas tranquilas fiestas, unas Navidades como ustedes las quieran y se imaginen, pero, a poder ser, inolvidables, en buena compañía y repletas de felicidad.
Iván Sáinz-Pardo