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EL ESCONDITE DE IVÁN

QUIERO VOLAR (Parte 1º)

QUIERO VOLAR (Parte 1º)

Entro al piso de Philip, el aún no ha llegado. Tengo la moral alta y voy bastante acelerado. La última visita a la oficina de Quirin y Max, hace ya unos meses, fue algo extraña y desesperanzadora. Salí de allí con cierta sensación de desgarro interior y un desasosiego pegajoso y pesado. Esta vez fue todo lo contrario. Además, me alegraba con la idea de verme pronto sacando a Lola a pasear y disfrutando de unos días de tranquilidad en casa. Lucy, lamentablemente, no me espera allí porque esta en Baltimore visitando a su hermana y no volverá hasta dentro de varios días.
No queda mucho para las cinco. Pongo agua a calentar, una sartén al fuego, corto cebolla, la mezclo con la carne picada que compré el otro día en el Plus. Preparo una ensalada. La pequeña nevera del pisito de philip enfría demasiado. La lechuga esta cristalizando.
Philip llega acompañado de Carmen, una colombiana que estudia dirección de arte y a la que acaba de conocer en la Escuela.
De donde comen dos, comen tres. Yo como bastante a la carrera, aún no he hecho la maleta. Tengo casi una hora de metro hasta llegar al aeropuerto.
A las cinco y cuarto ya me he despedido y salgo por la puerta.

Cojo el metro dos estaciones hasta la Hauptbahnhof. Allí me dirijo hasta el tren de cercanías. Voy con el tiempo un poco justo. En el andén se apelotona demasiada gente. Enseguida noto que algo no va bien.

“Bueno, es sábado, quizás sea normal” Pienso.

El próximo tren al aeropuerto sale en doce minutos. Tengo un billete que me permite viajar por el centro hasta el lunes, es un Wochenkarte. No se como hacer para ahorrarme las estaciones que este billete me cubren. Tendría que salir del tren en Ostbahnhof y picar allí con un nuevo billete. Perdería el tren y me tocaría esperar al siguiente. No me queda tiempo para eso. No tiene sentido. Compro un nuevo billete. Me gasto 9,60 €.
Pasan 10 minutos e, inesperadamente, se apagan todos los paneles indicadores. La gente se miran los unos a los otros. Una voz en megafonía anuncia algo en un tono inteligible. No pinta nada bien. Agentes de seguridad reparten explicaciones. Me acerco y pregunto. Ha habido un accidente y se suspenden todos los trenes.
A duras penas, entre el caos, consigo entender el consejo que necesito. Si voy con el metro U5 hasta Ostbahnhof, allí quizás pueda conseguir coger el tren que va al aeropuerto. Corro con mi bolsa y mi maleta por las escaleras arriba. Atravieso la estación central. Esta abarrotada de gente. Comienzo a sudar. Bajo unas escaleras. Subo otras. Llego al metro. Busco el andén correcto. El próximo metro llegará en 9 minutos. Son las 17:45. Hago cálculos. Necesitaré 50 minutos para llegar. Mi vuelo sale a las 19:15 y debo estar una hora antes. No tengo ticket aún. Solo un código que me apunte de Internet. ¿Dónde esta el papel donde lo apunte? No lo encuentro por ningún lado. No importa. Otras veces he sacado el billete únicamente con el carné de identidad.
Llega el metro. Esta abarrotado debido al caos de los trenes. Cada parada de estación dura el doble. Gente apretándose, las puertas que no cierran. Miro el reloj una y otra vez.
Llego a Ostbahnhof. Corro por las escaleras. Llego al andén correcto. El próximo tren es el que va al aeropuerto. Son las 18:05. Llega un tren pero no dejan entrar. Llega otro y sucede lo mismo. “Bitte nicht einsteigen” Se apagan los paneles de información, pero por megafonía anuncian mi tren. Sin embargo, los minutos pasan y este no llega. Son las 18:15. Un alemán con una maleta me pregunta si también voy al aeropuerto. Le propongo coger un taxi a medias. El tiene un cuarto de hora más y el billete ya sacado. Aún así, esta nervioso. Vuelven a anunciar nuestro tren. Llega, pero va en otra dirección. Tengo ganas de matar a alguien. Por megafonía anuncian entonces nuevas órdenes. Para ir al aeropuerto tendremos que cambiar ahora de andén y coger el próximo tren al aeropuerto desde allí. El alemán me mira y yo niego con la cabeza. Ese tren, si es que por fin llega en el otro andén, tendrá que atravesar de nuevo toda la ciudad para ir por el otro lado hacia el aeropuerto. Desde donde ahora nos encontramos, esto significaría algo más de una hora. Demasiado tarde para los dos. Sobretodo para mí.
Corremos con las maletas escaleras abajo. Buscamos la salida. Y allí un taxi. Miro el reloj. El Taxi ya solo me podría salvar si mi vuelo sale con algo de retraso. Es una putada. Es una locura. Tengo que intentarlo.
Un taxi pasa por el otro lado de la calle. Doy un grito y corro hasta la mitad de la calle. El taxi para. Pregunto cuanto cuesta el taxi desde allí al aeropuerto. Serán 25€ y necesitará una media hora. Entramos dentro. Le digo que necesito que llegue en veinte minutos o el viaje no me habrá servido para nada. Esta dispuesto a intentarlo. Pero llueve, es sábado y el tráfico es terrible. El alemán va sentado adelante y charla tranquilamente con el taxista. Yo voy detrás, resignado, sin ninguna gana de estarlo.
Es de noche y todas las canciones que provienen de la radio del taxista parecen querer burlarse de mi situación. Un niño rubio me enseña la lengua desde la parte trasera de un coche familiar. La música se entrelaza a los chasquidos de la otra emisora del taxista donde la voz de cincuentona bavara anuncia insistentemente la clientela del teletaxi. Ya van 49 € y aquí nadie se inmuta. Yo estoy retorciéndome por dentro.

-Dije que costaría unos 55 €.
Contesta el taxista a mi queja. Al final son 58 €, le doy 27€ al alemán y salgo corriendo. El taxista me firma una factura para poder reclamar sin yo siquiera pedirlo. Sabe que solo un milagro podrá conseguir que yo coja ese vuelo.

Air Berlin, Terminal 1, estoy bien. Son las 18:55. Tiro de mis maletas por toda la Terminal 1. No hay nadie a la cola. Un señor bastante enjuto y con cara de haber recibido hordas enteras de collejas en los recreos de su etapa escolar, me mira como si yo estuviera mal de la cabeza.

-Eso es imposible. Hoy no tenemos más vuelos con Air Berlin. Acompáñeme.

Le acompaño ante otro mostrador donde dos jovencitas me atienden. Me piden la confirmación. Ya no tengo la nota donde lo tenía apuntado. Pero se que salía a las 19:15 Munich- Mallorca- Barcelona.
Una de ellas mira en otras compañías. A las 19:30 vuela Lufthansa en vuelo directo a Barcelona.

“Mierda, eso es, me he equivocado y vuelo directo a Barcelona”

Son las 19:05. Les pido que llamen a Lufthansa para avisar. Pero las taquillas están en la Terminal 2. Salgo corriendo con las maletas. Bajo unas escaleras mecánicas, corro por los pasillos. Me paro respiro. Continúo a la carrera. La Terminal 1 no termina nunca. A la derecha, recto, a la izquierda, más escaleras. Salgo del edificio. Me paro, respiro. Continuo, entro en otro edificio, subo unas escaleras. Pregunto, corro por un pasillo. Sin aire llego a una taquilla. Una mujer me atiende. Le doy el carné de identidad y trato de explicarme a duras penas bajo la respiración entrecortada. Ella sonríe y me pregunta si llevo líquidos en la maleta. Saco el neceser y extraigo un bote casi vacío de Massimo dutty, un bote de pasta dentrífica ya prácticamente en las últimas y un bote de desodorante. Lo coloco todo encima del mostrador.

-Todo lo llevo como equipaje de mano. No hay tiempo. Aquí se quedan. Solo quiero coger ese avión.

Ella me busca en el ordenador. No estoy. Lo intenta con mi apellido. Solo con el nombre. Segundo apellido. Miro el reloj. Son las 19:18. Me manda a checking. Subo unas escaleras. Vuelvo a correr. Se me cae el tubo de pasta dentrífica. No importa. Me pongo a una cola. No hay tiempo. Me cuelo. Un oriental gesticula y se queja en silencio. La mujer me busca en su ordenador. Mi nombre no esta. No puede ser. La mujer mira el bote de desodorante. Después me mira allí, todo sudado. Supongo que piensa en descargármelo entero y sin piedad. Yo busco el papelito dichoso donde anote mi número de reserva y el número del avión. Ha desaparecido. No lo llevo encima. Llamo a Philip por teléfono. Le doy mi clave de email. Philip chequea mi cuenta. Me repasa toda la lista de emails.

“Mierda tengo bastantes mensajes por contestar. Vaya, no me tengo que olvidar de…”

Philip encuentra la confirmación de mi compra por Internet. Mi vuelo era con Air Berlin a las 11:50 de la mañana. Me equivoqué al apuntarme la hora en aquel papelito que ya ni siquiera encuentro.

Descubrir que uno ha hecho el imbécil de forma gratuita y soberana es una sensación contradictoria, una mezcla de resignación, de rabia y de una turbadora paz interior que le aturde a uno importantemente.

No hay asientos libres para hoy ni mañana con Lufthansa. Cojo mi desodorante, la colonia, la maleta y mi bolsa y vuelvo a bajar las escaleras. Con cara de poker regreso a la Terminal 1. Recojo del suelo la pasta dentrífica. El camino se me hace más largo.

Llego de nuevo a las ventanillas de Air Berlin. Una de las chicas ha cambiado, la otra me mira expectante. Efectivamente encuentran mi nombre entre los pasajeros del vuelo de por la mañana. Se me ofrecen entonces dos maravillosas posibilidades de continuar con esta putada:
Comprar de nuevo por 130€ un vuelo para las 6 de la mañana o por 180€ uno a las 11:50, en cualquiera de los casos me tocará esperar toda la noche.

“Podía haber sido aún peor” “Sí, sí, muchas veces ya no hay plazas en varios días”

Apuntan ellas con una sonrisa. Yo no puedo pensar. Necesito sentarme un segundo. Ellas además me informan de que cerrarán en varios minutos y me tengo que decidir ya. Yo les ofrezco a cambio un descalabro con aspiraciones a sonrisa y me derrumbo en un banco a pocos metros de donde están ellas.

Son las 19:48. Si quiero coger el avión de las 6:00, tengo que quedarme en el aeropuerto diez horas esperando. No hay trenes hacia el aeropuerto a las cuatro de la mañana. Después viajar durante horas, volver a esperar y embarcar en Mallorca… buff.
Si pago cincuenta euros más puedo coger el de las 11:50 e ir a dormir donde Philip una noche más.
Llamo a Philip y me anima naturalmente a que coja este último.

Vuelvo a situarme en taquilla. Una de las dos chicas me pregunta si hablo español. Resulta que ella es mallorquina y se llama Dolores. Dolores me cuenta que unos amigos suyos que están de visita también cogerán el mismo avión de las 11:50 a Mallorca. Ella termina en diez minutos y se ofrece a llevarme con su coche hasta Munich y mañana recogerme en Leonrodplatz y llevarme al aeropuerto con sus amigos. Compro el vuelo inmediatamente y ellas terminan su jornada de trabajo.
La compañera de Dolores, mientras vamos en busca del coche, me confiesa que una situación parecida a esta es impensable entre dos alemanes. Me pregunta si los españoles siempre nos ayudamos entre nosotros. Yo no se que opinar al respecto. Mis pies están cargados como dos cañones de barco. Me duele la cabeza.

Entro al piso de Philip. Dejo el abrigo, las maletas, me quito las playeras. Philip se ríe y chocamos los cinco. Han pasado cuatro horas, me he gastado más de 200 €, es sábado por la noche y aún sigo en Munich.

-Philip, necesito una cerveza.

Iván Sáinz-Pardo
"La ira dormida" ©2006

10 comentarios

Rubin -

No me engañas. Ésto es el guión del próximo corto de Jimbo.

Tú lo que necesitas es UNA SECRETARIA. Philip no vale.

Un abrazo belloto!

gb -

Por Dios! ¿para que estudio una carrera cuando me pude hacer taxista en Munich. La mitad de la beca del Erasmus se me fue en pagar viajes de vuelta desde la Oly y Ostbahnhof.

En la misma situación que cuentas me he visto un par de veces, la diferencia es que aún no me ha tocado perder. Seguramente el futuro me tenga algún regalito de estos reservado.

Es curioso que el último día que pasé en Munich, otro Phillip me rescató de una situación muy parecida. Había estado haciendo las maletas toda la noche y estaba destrozado. Por la mañana una amiga me acercó al aeropuerto, estaba eufórico, la primera vez que no tenía que llegar al check-in deprisa, corriendo y descamisado. Sentía haber hecho los deberes.
Pero se me olvidaba un pequeño detalle, concretamente el billete en la mesa de mi cuarto. Afortunádamente, Phillip (del SPK), todo un crack, me echó un cable y se fue hasta el aeropuerto para llevármelo.

Amigo: Persona que se pega un viaje de una hora de viaje hasta el aerouerto para llevarte el billete (qque como iba sobao no me di cuenta de pedir con el pasaporte)

uncastellano -

Muy truculento ¿no?.
Saludos

Trauco -

Aunque no somos la puntualidad, nos pareció que siendo real eres, y lamentamos decírtelo, poco previsivo, Iván. Siendo ficción nos pareció que logra un buen clima dramático. El final es, como le ocurre al protagonista, refrescante.

artista por confirmar -

ivan....
se sincero....
cuantos aviones has perdido ya en tu vida???? te faltan desdos en las manos cabron,.,....

Mata -

Que desespero XD! Supongo que contarlo te ha servido de desahogo, pero lo que hubiera sido genial es que un cámara te hubiera seguido y lo hubiera grabado aysss una pena!! je je

Paulinchen -

Chico, ¡qué odisea! creo que todos los que vivimos en Múnich conocemos el horror de ir al aeropuerto. Yo siempre voy con el tiempo justo y rezando para que no pase nada, pero a veces sí que pasa algo y entonces estás jodido de verdad. Conozco también la sensación de las pobres chicas. Yo trabajé una temporada para Air Berlin y, aunque parezca que no, te sientes fatal cuando tienes que comunicarle a alguien que su vuelo ya ha salido, sobre todo si es un padre con 5 churumbeles (se me caía el alma a los pies).
En fin, nuestra querida Munich... Estamos demasiado acostumbrados a que funcione...
Un beso.

Lucy -

Iván: Eres un pequeño desastre, pero al final, lo resolviste bien.
Volver en coche desde el aeropuerto y que al día siguiente te fueran a buscar, solo lo consigues tú.
Menudos nervios me han entrado leyendo tu historia.
Tengo muchas ganas de verte, cariño!
Te quiero mucho,
L.

Chemical_lovers -

Bueno, has perdido 200€, pero has ganado un relato interesante que escribir, me encanta tu manera de expresarte.
Por cierto! Estuviste en el festival de cortos de Berlin del finde pasado?
Un saludo desde Pucela!

humilde -

....como la vida misma, no?.... XD