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EL ESCONDITE DE IVÁN

QUIERO VOLAR (Final)

QUIERO VOLAR (Final)

Nos tomamos un cocktail en un bar cubano. Quitando a un par de parejas alemanas batiendo las caderas y dándolo todo en la pista y un par de solteronas vigilando milimétricamente cada uno de nuestros movimientos, el lugar se mostraba bastante desierto, apagado y gris para un sábado noche.
Sin embargo, Philip esta animado, el ron con cola de casa ha hecho rápidamente su efecto. Mi cocktail esta rico y emborracha poco. El de Philip sabe a rayos y coloca con solo mirarlo. Podemos intentarlo en otro sitio, pero yo no quiero forzar por esta vez y ya estoy bastante cansado tras mi patética acción en el aeropuerto, cargando inútilmente con mi equipaje de un lado para otro durante horas. Philip necesita intercambiar algo de su fogosidad etílica por calorías para entretener un poco el estomago. Nos decidimos por degustar una currywurst con salsa “brutal” y patatas en un garito cerca de casa.
El martes pasado volví a casa a las 9 de la mañana en unas condiciones físicas y psíquicas parecidas a las de un kilo de carne picada arrojadas y esparcidas por el suelo de una consulta odontológica. Puede ser la edad, sin duda, o la falta de hábito, pero mezclar como mezclo yo a veces, es como cruzar, a ciegas y a la carrera, por una autopista de ocho carriles. Tequila, cerveza, Vodka, ron, y demasiados chupitos de Ramazzoti y Jägermeister para un martes noche. No hay organismo que lo resista. Un suicidio en toda regla para celebrar que terminamos nuestros deberes con el departamento de técnica de la Escuela y que ya entregamos y presentamos nuestro documental.
Pero esta vez no deseo cagarla. He quedado con Dolores a las 9:45 en Leonrodplatz y ella me acercará junto a sus dos amigos hasta el aeropuerto.

Resguardecido bajo la parada del tranvía estoy allí esperando, 5 minutos antes de la hora. La lluvia cae racheada y me cala los bajos de los pantalones. Llevo la misma ropa de ayer. Es como si llevara dos semanas vestido igual, luchando por regresar casa.
Es increíble como se transforma el estado anímico de uno de un momento al siguiente. Durante esos 5 minutos hasta las diez menos cuarto, todos eran pensamientos triunfistas y positivos en mi cabeza:

“Lo he conseguido”, “Ahora sí que sí”, “Pronto estaré en casa”.

Pero al pasar tan solo un minuto de menos cuarto los pensamientos dan un inesperado giro de 180 grados.

“Mierda, seguro que no viene”, “¿Qué cojones hago yo aquí?”, “¿Y si todo no era más que una jodida broma?” “¿Me dará tiempo a pillar el tren al aeropuerto?”, “¿Y un taxi?”…

No, otra vez no, por favor… y entonces aparece el Twingo plateado de Dolores y se detiene cerca de mí. Volvemos al optimismo mientras corremos estúpidamente hacia el coche.

Al llegar a la Terminal 1, volvemos a sentirnos con esa extraña sensación de Deja Vu, como si una de nuestras vidas hubiera transcurrido completamente en ese aeropuerto, en esa dichosa Terminal de aeropuerto, con ese abrigo gris, esa bolsa y esa maleta de viaje.
Esta vez, facturo la maleta con mi desodorante, mi bote de perfume casi terminado y la pasta dentrífica dentro. Esta vez hay tiempo, todo parece estar en orden con mi nuevo billete y los nervios parecen haber desaparecido.

Paso el control de seguridad con los dientes apretados. Les demuestro que mi portátil no es una bomba en contra de la democracia y la paz mundial y entonces me descubro allí, como cabreado por dentro. Me descubro serio, enfadado, molesto por este trámite absurdo, por toda esta parafernalia en nombre de la seguridad que ya todo el mundo adivina y descubre como mera burocracia mercantil y económica. Los aeropuertos, poco a poco, pertenecerán todos a los mismos gobiernos que cambian las leyes para transformar sus concurridísimas propiedades en simples centros comerciales donde explotar y forzar al usuario a un consumo despiadado, mientras, además, se le permite de paso volar. Yo no estoy dispuesto a participar un segundo más en todo este descarado circo. No pienso volver a pagar 3,60€ por un puto café, ni voy a comprar absolutamente nada de estas putas tiendas donde todo te cuesta tres veces más caro y en donde además te la meten por detrás susurrándote al oído no se que de “Disfrute de nuestro Duty free”.

Busco mi taquilla de embarque y me siento cerca. Me apetece mucho un café. Lo necesito, pero hay que ser fuerte. Ya no queda tanto para embarcar. Quizás me tome uno en Mallorca mientras espero el avión hasta Barcelona. Al menos podré consolarme con dejar el dinero en lugar patrio. Aunque, posiblemente, me ofrezcan uno en el avión. Con Air Berlin aún ofrecen algo sin tener que pagarlo durante el trayecto.

Pasan diez minutos de la hora de subir al avión y aquí no pasa nada de nada. Entonces anuncian un retraso de veinte minutos. Mierda. Quiero un café. Me esperaré, veinte minutos no son tanto. No quiero leer. Quiero un café. No quiero pensar más. Estoy cansado. Quiero un café. Me duele la cabeza. Solo quiero apoyar mi cabeza en la ventanilla del avión y volar a casa.
Los dos amigos de Dolores que viajarán conmigo hasta Mallorca, esperan pacientemente. Entonces anuncian de nuevo algo por megafonía:

Debido a un fallo técnico la maquina no esta preparada para volar y no se sabe si hoy se podrá efectuar el vuelo.

Todo el mundo corre a ventanilla. Yo suspiro y trato de asimilar la noticia. Miro a los lados en busca de la cámara oculta. Nos informan de que la avería puede tardar indefinidamente y no nos garantizan que volaremos hoy. Lo más probable es que nos toque pasar todo el domingo en el aeropuerto para después tener que quedarnos aquí otra noche más. La gente esta muy nerviosa. Yo ya voy pasado de tuerca. He vuelto a pagar un billete y resulta que no voy a volar. Se especula que en el mejor de los casos, volaremos hasta Mallorca a alguna hora del día o de la noche y que nos tocará esperar allí otra noche. Yo perderé mi trasbordo en Mallorca hasta Barcelona. Ya no hay duda. Ya no hay más información.

Dentro de dos horas tendrán que darnos algo de beber y de comer. Nada tiene sentido. No me puedo ir, no puedo volar. Estoy atrapado.

Saco 5 € del bolsillo y me voy con la cabeza gacha a por un Latte Macciatto. Me siento con el café en una mesa con vistas a nuestro avión averiado.

De pie, delante de una mesa, se encuentran los pilotos de nuestro avión. Son dos super pijos alemanes vestidos de uniforme. Fuman y beben café, charlotean mientras miran a todo el mundo por encima del hombro.
Juego a leerles los labios:

-La zorra de anoche no quería hacérselo con Peter y conmigo a la vez. Decía que Peter estaba demasiado puesto.

-¿Aun sigue con lo suyo? ¿No lo había dejado?

-Nos metimos cuatro gramos entre los tres, pero Peter ya venía muy puesto de una fiesta de Azafatas. Me contó que venían el y Micha de tirarse a dos nuevas y estaba euforico y bastante agresivo.

-¡Micha es el de Lufthansa? ¿El del golf?

-Sí, el de la madre Saudí. Discutieron delante mío, me calenté y le solté una ostia.

-¿A Peter?

-A Anne, que coños. Si ella y su puto culo de novata no estan por la labor, hay muchas otras esperando.

-Oye, ¿y Hess? ¿Qué pasa con él?

-Esta jodido de ayer. Hizo una fiesta privada de esas en su Villa. No levanta cabeza desde su divorcio. No ha avisado. Han ido a buscar otro piloto. Los de arriba ya están bastante hartos. Tardaremos un par de horas en despegar.

-¿Otro café?

-Voy al baño. ¿Quieres una?

El juego de leer los labios me aburre pronto. Derrotado, vencido, saco el portátil que aún dispondrá de batería durante hora y media aproximadamente. Voy a escribir uno de esos post frenéticos y larguísimos que después nadie tiene realmente ganas de leer en Internet. Tendrá dos partes como mínimo, después ya no habrá batería para más aventura. Quizás si cierro aquí la segunda parte, antes de que ocurra más, se terminará esta pesadilla y podré volver por fin a casa.
Y así, me pongo a escribir deprisa y sin parar, mientras la gente sigue agolpada en la taquilla de embarque pidiendo explicaciones. Quizás, si termino de escribir el segundo post antes de que ocurran más cosas, pueda conseguir vencer toda esta cadena de despropósitos, quizás pueda ponerle un punto y final a este estado de limbo eterno.

Se acaba la batería. No importa, continuo en una servilleta. Escribo como ahora mismo volverán a llamar por megafonía, milagrosamente la avería se habrá solucionado. El vuelo a Barcelona esperará dos horas por nosotros y además me ahorraré todo el viaje en metro y en tren hasta San Cugat, porque a Marc le vendrá estupendamente bien venirme a buscar al aeropuerto. Puedo visualizar el final. No habrá un tercer post. Tampoco un cuarto post. Estoy en la bañera. Lola resopla tranquila a mi lado, tumbada en el suelo. Estoy en la bañera. Estoy en la bañera…

Lola mordisquea la servilleta y yo por fin sonrío con mi cuerpo desnudo entre la espuma, descansando en el interior de la bañera.
Quiero volar. Quiero volar. A veces inventarse un final e invocarse a él puede funcionar. A veces podemos adelantarnos a los acontecimientos y ponerle un final al post de nuestras vidas. Simplemente hay que creerlo. Creerlo e intentarlo.

Iván Sáinz-Pardo
"La ira dormida" ©2006

2 comentarios

isabelbarcelo -

¿En manos de quién estamos cuando subimos a un avión? Mejor no pensarlo, porque de lo contrario... Saludos cordiales.

Chema -

Hola Iván. Me alegro de que llegaras hasta la bañera. No eres el único que está gondalmente harto de lo de los aeropuertos. Se ha creadoun blog para centralizar las quejas, igual te interesa: http://blog.greens-efa-service.eu/en/
Un abrazo,

Chema