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EL ESCONDITE DE IVÁN

EN LA AVIONETA SOBRÓ UN SITIO

PROTAGONISTAS

PROTAGONISTAS

A la verdad no se la encuentra, se le invita a pasar dentro. El cielo está en la tierra, el infierno está en la tierra. El cielo es donde van a morir los sueños que no se pueden alcanzar; el infierno es el sótano para almacenar las plegarias que dan vida a nuestros dioses de cartón piedra.

Estoy cansado de frecuentar los lugares equivocados y de regalarle mi tiempo a las personas menos indicadas. Escogiendo los instantes menos oportunos, dejando escapar los trenes de vuelta a casa.

A la verdad no se la busca, se le invita a regresar. Nunca todo te es suficiente, agarrada a la nada en un mar de lágrimas como quien se agarra a una boya. ¿Quién soy yo para darte consejos? Si veo tu patalear desde el fondo del jodido océano.

Estoy cansado de balbucear los trocitos de mi alma desgarrada. Con el miedo a abrir las puertas y las ventanas de mi escondite por si el recuerdo de quien siempre quise ser se escapase para siempre.

A la verdad no se la espera, se le invita a compartir el camino. Nadie nos contó que la felicidad produce miedo. El vértigo del silencio cuando estamos solos. Conformarse con la oscuridad del patio de butacas es lo más sencillo, pero hace falta más valentía y coraje para luchar por nuestra verdad, por la luz que nos expone ante el reto de vivir plenamente, esa misma luz que nos convierte en protagonistas de nuestras propias vidas. 

Iván Sáinz-Pardo "En la avioneta sobró un sitio" ©2014

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LAS LLAVES

LAS LLAVES

Por temor a las respuestas comenzó a no hacerse preguntas y la mentira le enmudeció el alma, acurrucada en un pecho atravesado de medallas. Y era por culpa de los agujeros en el pecho que bebía tanto, todo el alcohol parecía siempre poco y los días se le escurrían por los suelos de tascas y bodeguillas. 

El caminar incierto, el olor a derrota y su nariz de aspecto tuberculoso y azulado ya delataban la falla a distancia. Todo su dinero terminaba por ser dinero suelto para alimentar tragaperras de bares de viejos y financiarle el chiringuito a los chuloputas de la calle Montera. 

La luz del día solo para desmayarse en el sofá de su pocilga, la luz de las farolas solo para mear trincheras y bailar en campos de minas. Cada subida cautiva y cada caída libre para, cada una de las veces, terminar malherido y en tierra de nadie.

Cuando aquella vecina le vio en el portal tambalearse agarrado a aquella carta certificada, le preguntó enseguida que qué ponía. Él levantó la mirada lentamente y observó a aquella maruja despreciable, siempre alerta en el rellano, con un trapo del polvo y disimulando sin ningún talento.

Un perro patada apareció de dentro de la casa, desgañitándose a ladridos histéricos que siempre se multiplicaban insoportablemente debido al eco del portal, tal y como sucedía cada una de las veces que se abría aquella maldita puerta. Él, ignorando por completo al chucho, la miró tan solo a ella, con una mirada perdida, estrellada en algún otro rincón del universo. La miró como si en realidad ella no estuviese ahí delante. 

-!La carta! repitió la mujer. Y él reaccionó entonces, como si ella se le hubiera aparecido de repente y por sorpresa, para regalarle una sonrisa espléndida, verdadera, la última. Y cuando la sonrisa se derrumbó al suelo para partirse en mil pedazos, él estrujó la carta y se la metió en el bolsillo. Se dió la vuelta, caminó unos pasos y abrió con sus llaves la puerta de su piso.

Una vez dentro, observó el desorden, el caos absoluto, los restos de comida, la ropa tirada, la silla de ruedas de su mujer muerta, toda aquella suciedad inundando cada una de las estancias.

Cerró la puerta desde dentro con llave y las dejó puestas. Miró su reloj. Aún le quedaban un par de botellas medio llenas en algún lugar de la cocina y un puñado de horas medio vacías para emborracharse por última vez antes de recibir a la policía.

Iván Sáinz-Pardo

"En la avioneta sobró un sitio" Iván Sáinz-Pardo©
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COMO SI TODO

COMO SI TODO

No se paró a esperar a que se abriera la tarde. Ni siquiera se molestó en buscar el paraguas, sin embargo, abandonó aquel oscuro apartamento cargando con una pala de la mano. Salió disparado por la puerta, sin cerrarla a su paso, como un dardo en busca de su diana. No se sentía certero, pero en esa ocasión bien se conformaba con agujerear cualquier cosa que se pusiera a tiro.

Sin inmutarse observó fugazmente una cigüeña atravesar boca abajo aquel cielo nublado. Siguió andando como si nada y como si todo, que era una forma de levitar sobre los acontecimientos y observar su vida desde lejos.

En el parque se fijó en unos caballos bebiendo tranquilamente de una fuente. Hacían cola pacientemente y desfilaban dando saltitos como en una exhibición equina sin público. Ignoró tan singular espectáculo y comenzó a cavar junto a un árbol. Lanzaba la tierra a un lado, incansable, formando un montículo cada vez más alto.

Sintió el sudor calando su camisa. El corazón trotando al galope. Pensó en su madre muerta y se la imaginó con vida, después de todos estos años se la encontraba como si nada por la calle. Era una vagabunda demente que ni le reconocía. Se imaginó paseando con ella, en silencio, hasta que una explosión lo devolvió de un manotazo al parque. Tras aquel estruendo inaudito llegó un temblor que agitó todos los arboles de un golpe y que, por muy poco, no le hizo caer dentro del agujero que estaba cavando. En el horizonte, en completo silencio, un gigantesco hongo nuclear comenzó a alzarse, majestuoso y aterrador. Una brisa leve hizo murmurar las hojas. A varias manzanas despertaron distintas sirenas de alarmas de coches pero Andres, como si nada y como si todo, ajeno al resplandor y al bailoteo de las nubes en el cielo desangrándose a sus espaldas, volvió a agarrarse a la pala para continuar cavando.

Su madre continuaba muerta, el paseo con ella en su imaginación no regresó y pasaron los minutos al ritmo del sonido de la pala clavándose en la tierra.

Un niño vestido con pantalones cortos y camisa blanca de mangas cortas se le acercó por detrás, como aparecido de la nada. Le observó allí sin decir palabra alguna durante unos segundos mientras Andrés jadeaba con cada palada. El niño exclamó entonces:

 -Esto no es un sueño.

Pero Andrés no se giró, no respondió, no dejó de cavar, como si nada, como si todo y para cuando terminó de hacer aquel agujero enorme, el niño ya no estaba allí, tan solo había un poderoso rugido, grave y creciente acompañando aquella lengua de fuego que se aproximaba en el horizonte arrasándolo todo a su paso.

Andrés se quitó los zapatos despacio y los dejó con cuidado al lado de la tumba. Se introdujo dentro y se estiro boca arriba. Cerró los ojos, respiró hondo y sonrió, como si nada, como si todo, sintiéndose, por primera vez en toda su vida, en el centro mismo de la diana.

Iván Sáinz-Pardo

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LA ISLA

LA ISLA

Con el ojo derecho solo sabía mirar de reojo y había perdido el izquierdo en una guerra no declarada contra sus propios fantasmas. 
A veces aún soñaba con aquella isla salvaje, con aquella jungla hostil donde siempre creyó que acabarían sus días. Y es que aquellos días resultaban interminables, orbitando peligrosamente a su alrededor, disimulando el agotamiento y protagonizando la pose de una vigilancia a ratos inexistente, pues las noches allí nunca servían para dormir. 

En aquella isla su destino era una bandera al viento con una calavera y dos huesos, impredecible, siempre dispuesto para el abordaje de cada una de sus esperanzas por despertar de aquella pesadilla. 
Ahora, de nuevo en su casa, cada vez que despertaba, se levantaba bañado en sudor frío, le gritaba a la oscuridad del cuarto, lloraba impotente, agarrado a las sabanas empapadas.
En el pasillo creía escuchar los rugidos de alguna bestia, el miedo de ojos brillantes sobrevolando el techo de su apartamento. Y entonces las paredes desaparecían, la cama, los muebles y regresaban los sonidos que nunca le abandonarían y la luz plateada de la luna. 

Le daba miedo hablar solo, se había prometido no volver nunca más a hacerlo, temía escucharse dentro de su mente. Se rehuía, evitaba los espejos, luchaba por acatar la convivencia sin la bipolaridad acostumbrada tras tantos años de soledad absoluta. Intentaba sobrellevar un día a día sin compromisos, sin comentarios personales, solo mirando hacia delante con el rabillo del ojo derecho para abrir puertas sin preguntar y cruzar las autopistas de su regreso a la sociedad a ciegas, sin atreverse a mirar a los lados.

Un grito desgarrador le devuelve a su cama. Como un autómata se viste la primera ropa de abrigo que encuentra, aún con el pelo mojado por el sudor y ese gusto salado en los labios recordándole al mar embravecido. Cierra la puerta del apartamento de un portazo.

Llueve en la calle, el viento arroja las gotas sobre su cara, le saluda una tormenta de fin de verano que se le ofrece salvadora como un bautismo, que le espabila lo necesario como para verse capaz de encarrilar la avenida desierta. Los coches aparcados, los comercios cerrados, un par de taxis en busca de clientes y un gato que corre para refugiarse debajo de una camioneta de helados aparcada junto a un supermercado sin luces. 
Camina pisando charcos hasta desembocar en el parque central. Allí llega a su banco de madera y respira hondo. Bajo una lluvia que poco a poco amaina, ignorando el frío y casi a oscuras, decide como cada una de las veces, esperar allí sentado, pacientemente, a la primera luz del nuevo día. 

Una paz le inunda sedando su respiración. Una neblina gravita sin atreverse a tocar las aguas del lago. Al otro lado, bajo la luz anaranjada de una farola bailotean los murciélagos. 

Pasan los minutos. Sus párpados pesan como lápidas de mármol, sus ojos palpitan sin poder evitar el agotamiento. Se sacude en un no, da un resoplido. Es entonces cuando se percata del sonido de los grillos. ¿Estaban allí antes? Presta atención y ahora escucha el aleteo de un pájaro de gran tamaño sobre su cabeza. Una sombra se posa delante del banco. Se frota los ojos. Un pelícano se aproxima un par de pasos y lo observa curioso. 
Al incorporarse sorprendido, advierte como otro ave se posa junto al pelícano, es un pájaro tropical de pico rojo y una larga cola blanca. Se escucha a continuación un ruido sordo, una nube de aleteos y chasquidos sobrevolando su cabeza. Su respiración se acelera, su pecho parece menguar, le flaquean las rodillas a la vez que puede ver con estupor como docenas de piqueros, gaviotas de lava y petreles comienzan a posarse rodeándolo. El sol asoma en el horizonte, los reflejos sobre el agua se le clavan como flechas atravesándole el cerebro y las aves comienzan todas a cantar al unísono. El pequeño lago en frente suyo se transforma en un inmenso mar enfurecido y el sol termina de salir tras el horizonte para cegarle. Retrocede dos pasos. El banco ha desaparecido también. El aire a su alrededor se vuelve espeso y le resulta irrespirable, todo se oscurece de un golpe y desfallece. El suelo, al contacto con su cuerpo, cruje para terminar cediendo en una caída infinita. Silencio.

Al volver a abrir el ojo derecho descubre una iguana mirándole fijamente. Escucha el sonido del mar de fondo, observa la vegetación espesa, siente el calor húmedo insoportable. La iguana marcha, pero él permanece inmóvil sobre el suelo junto a un árbol centenario, llorando en silencio, acurrucado como un niño, exactamente como lo hace cada mañana, como ocurrirá todas y cada una de las mañanas que lo verán despertar en esa condenada isla.

Iván Sáinz-Pardo

"En la avioneta sobró un sitio" Iván Sáinz-Pardo©
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INVASIÓN

INVASIÓN

La conjura siempre sonríe, seduce, invita. Se bambolea en destellos atractivos, flirtea con labios abiertos y ojos cerrados, con manos abiertas y botas de cuero.
No son ciudadanos, no son personas, son manada, una camada de malnacidos, de almas deformes, con rostros de conejo, extremidades reptiles y sonrisas petrificadas.

Llegaron guiados por el sol, nos visitaron por azar, ni siquiera existió nunca un plan para la invasión. Entraron por la puerta dimensional, se asomaron en un despiste en el espacio-tiempo, miraron con hastío por la mirilla a través del agujero de gusano. Allí estábamos nosotros, sujetos a un susurro cósmico, a universos mentales inexistentes, aletargados en la ignorancia de creer en la gran mentira de la humanidad, en la estupidez de creer que, la bombilla contra la que chocamos como polillas tristes, era una estrella dueña de todo un sistema solar. Allí estábamos inventando palabras, sueños, contenidos, jugando con cartas amañadas, creyendo saberlo todo sobre la nada.

Inventamos coronas, mitos, dioses y credos. Construíamos civilización a base de escupirnos en la cara una y otra vez adorando al viento, hipotecándonos al sonido de las trompetas del apocalípsis y para todo ello construíamos escaleras al cielo, enormes cristaleras de colores, escribíamos fábulas alrededor del fuego en el que quemábamos y destruíamos todos lo que nos acercaba a la verdad. 

Y ellos llegaron sin avisar, aunque no hubiera importado lo contrario pues ya eramos presa de la confusión mucho antes de aquel día. Y no hubiera importado si hubiese sido una noche, un minuto, un segundo o una fracción casi invisible. La conjura nos observó haciendo equilibrios confiados en una red inexistente, esperando ver que pasaba, no nos preguntaron, al fin y al cabo solo eramos una fugaz plaga, un experimento fallido, mala hierba, un manchón, una neblina espontánea en la claridad eterna.

Iván Sáinz-Pardo© 2014

"En la avioneta sobró un sitio" Iván Sáinz-Pardo
Estreno verano 2014 en Amazon

EVA Y LA LUNA

EVA Y LA LUNA

La falta de gravedad nunca fue un problema, pero mis ofrendas no siempre llegaron a tiempo a mis alumbramientos. Mi voluntad es una estrella fugaz que me rehúye y me invita a mirar el cielo con esperanza.

En una carambola terminé cumpliendo un sueño y ahora es el cielo infinito quien me mira a mi, embutido en un traje espacial.

El único tango que recuerdo haber bailado nunca fue sobre la parte oscura de la luna. No había testigos, solo un planeta azul externalizando los costes de nuestro viaje interplanetario.

Siempre detesté el mate, pero aquel, en tu compañía, me sabía a gloria y a salvación. Bebíamos mate con pajita por el bebedor automático de nuestros cascos mientras observábamos los destellos dorados punteando la ionosfera. Yo me imaginaba sentado delante de un lago al atardecer, con decenas de peces lanzando áureos guiños con cada beso a la superficie. Tú llorabas imaginando los hongos nucleares desgarrando millones de vidas, arrasando las ciudades y secando los mares. En cualquier caso, no habría vuelta a casa.

Ahora tú te derrumbas, puedo escuchar tus sollozos a través del intercomunicador. Me acurruco a tu lado, pego mis casco junto al tuyo.

-Es el final, ¿no vas a decir nada? Me preguntas.

-Eva, estar sin ti es como morir cada día bajo fuego amigo en una guerra no declarada.

-¿Como?

-Que te quiero, siempre lo he hecho. Ser astronauta, ser el mejor de todos y el elegido para acompañarte en este viaje es lo único que he ejecutado con éxito en toda mi vida. Estoy en la luna solo por ti.

-Pero... Pero vamos a morir. Todos han muerto ya... ¿Acaso no tenés miedo, boludo?

Y fue entonces, cuando yo te miré con una sonrisa tontorrona, con esa sonrisa suicida que delata a los enamorados. Y el miedo desapareció de tu rostro.

Iván Sáinz-Pardo
"En la avioneta sobró un sitio" ©2013

EN LA AVIONETA SOBRÓ UN SITIO (ESTRENO AMAZON VERANO 2014)

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TUS GALERAS

TUS GALERAS

Eres importante, eres una mierda, tu opinión cuenta, nadie te escucha, compra, vende tu alma, estas gorda, el interior es lo que cuenta, se feliz. ¿Estás triste? Compra. Prueba el sabor, adelgaza, vota, miedo, gasta, crisis, eres insignificante, felicidades, eres feo, prohibido, no puedes, todo a tu alcance, moda, no hay dinero, no, no, tampoco... no mires. Ahí sí, mira. No. Haz realidad todos tus... compra, entretente, no hay tiempo... prohibido. Cierra los ojos. Respira. Piensa en algo bonito. Eres tú, creándolo todo, desde el principio. Controla lo que sientes y pintarás los días del color que tú quieras. Abre los ojos. Comienza a escoger sin miedo. Es mejor ser el capitán de un navío sin bandera que esclavo en las galeras de una bandera ajena.

Iván Sáinz-Pardo
"En la avioneta sobró un sitio" ©2013

LA MITAD DEL MIEDO

LA MITAD DEL MIEDO

He salvado el mundo interior de mi mejor enemigo. Sin embargo, antes de descorchar el champán, descubrimos que algo había cambiado. Ya era lunes.

El mundo se acaba. Pasé la vida soñando con finales catastróficos. Ahora simplemente los días de la semana van desapareciendo. El tiempo se encoge. El tiempo merma y nos engulle. Ya no existen ni los viernes, ni los Sábados, ni tampoco los Domingos. Las semanas ahora solo tiene cuatro días y la mitad del miedo se cuenta en segundos. La mitad del miedo engorda con Clembuterol de vacas flacas y de rabillos de ojos diseccionados. La otra mitad es una sombra famélica, un infante huérfano, una estrella que ya no guía. Y la gente se junta silenciosa en los parques para llorarle al cielo.

Una mitad de nosotros quiere creer, la otra asegura que únicamente somos el experimento abandonado de un Dios solitario y con Alzheimer.

Es jueves. Ya no se escuchan los disturbios, han cesado los disparos y los gritos. Ahora tan solo somos dos almas condenadas a compartir un mismo cuerpo.

Estoy paralizado. El pánico me sujeta con dedos de bronce. Los minutos conspiran. Las horas murmullan sobre mi y yo les grito:

-¡Muy pronto ya no existirán los jueves!

La otra mitad del miedo rompe el espejo de un puñetazo. Me mira implacable y exclama:

-¡Espabila imbécil! No pienso quedarme aquí contigo de brazos cruzados. Yo los jueves suelo vomitar kriptonita y defecar happy ends. Naci de culo, pero moriré de cara.

Iván Sáinz-Pardo
"En la avioneta sobró un sitio" ©2013 

MICROCUENTO X

MICROCUENTO X

"Sus cuerpos vacíos se amaban en aquel barco a la vez que sus almas naufragaban en islas distintas." 

Iván Sáinz-Pardo
"En la avioneta sobró un sitio" ©2013

HIBERNACIÓN

HIBERNACIÓN

Caminar la nieve siempre le resultó excitante, como el reto de enfrentarse a una página en blanco en la que moldear sus pensamientos, en la que ir dejando sus huellas.
Llamaron a la puerta y no fue a abrir. Nunca solía abrir la puerta de casas imaginarias. Prefería bailar y dar gritos en el bosque, dormir junto a los riachuelos o morar las guaridas de los animales salvajes que dibujaba sobre las servilletas de la cafetería de aquel feo edificio con olor a una mezcla entre anestesia, lejía y orina.

Me contó como especialmente elegía las guaridas más amplias, las de los osos pardos. Gustaba de acompañar sus periodos hibernales y mientras estos dormían, él solía acurrucarse al calor del pelaje. Cerraba sus ojos y escuchaba las respiraciones profundas, los latidos lentos y pesados de sus corazones que lo mecían hasta regalarle el sueño. Pero ya ni en sueños recordaba el calor de los abrazos de verdad, más allá de las guaridas de las bestias que solía visitar con cautela.

Las fotos que se llevó consigo de aquel apartamento las extravió una tarde de lluvia. Ahora juraba odiar todos los jueves a partir de aquel que le arrebató el primer color de su arcoíris. 
No terminaba de acostumbrarse a no recordar las cosas, ni las más importantes ni las más insignificantes. Su cabeza, con o sin la medicación, fusilaba los recuerdos noche y día en una especie de irremediable genocidio mental. Las ideas corrían en pánico por la nieve hasta caer de bruces con un agujero en la espalda.

Me miró a los ojos y me preguntó si yo sabía si a él le gustaban los espaguetis con tomate. Llevaba tiempo sin probarlos, puede que mucho, puede que varias vidas enteras. Lo suficiente al menos como para no recordarlo tampoco. Eso sí, aún recordaba la habitación vacía de Elisa. Extrañamente solo la recordaba vivaz, hermosa, de arrebatadora juventud. Aunque puede ser que nunca la hubiese conocido de otra forma. En cualquier caso, joven o vieja, cuando lo abandonó se llevó hasta el colchón de la cama de matrimonio. Aquello fue un gesto extraño, a pesar de que él llevaba meses ignorando el colchón, pasando las noches solo, acurrucado sobre el frio suelo debajo de la mesa de la cocina. Aquel era el único lugar de la casa que le devolvía la paz. Y el creía volver a escuchar la respiración animal, el pálpito vital. El dolor de espalda le ayudaba a sentirse vivo. El desgarro en los hombros entumecidos le mantenían alerta en la butaca del cine en el que se proyectaba la que parecía ser su vida. Ella lloraba por las noches y después, por las mañanas, lo miraba preocupada mientras se preparaba el desayuno.

Él ahora la recordaba desnuda, sentada sobre aquel colchón que compraron con la primera paga de aquel trabajo del que le despidieron pocos meses más tarde. Solo retenía vagos trazos, siluetas, sombras y fotos rasgadas. Solo recordaba toda aquella sangre en las manos de ella. O quizás fuese tomate pues olía a pasta cociéndose a fuego lento.

Una mañana ella no apareció para hacerse el desayuno. Solo se escuchó la puerta de casa cerrarse y un silencio mortecino. Ella se fue para siempre. Se llevó el color rojo y con ello su arcoíris siguió quedándose huérfano. Y ahora las lagunas en su cabeza estaban heladas como el suelo de la cocina en donde ya tampoco podía dormir. Ahora tan solo se limitaba a morderse las uñas acurrucado en cualquier esquina, dibujando en el aire los besos ahora descoloridos, desaboridos. Besos dislocados, besos huérfanos, besos moribundos. Besos sin labios. 

Y me dijo que fue llegado a ese punto cuando pensó en que tenía que irse de allí inmediatamente, alejarse de aquel lugar lo más lejos que pudiese recordar. Que seguiría caminando, seguiría trepando las raíces muertas para no esperar sentado en una silla la jodida inyección de cada jueves, esa que le lamía el alma y convertía sus huesos en tuberías de plomo. Seguiría huyendo para no saludar las horas desiertas con la lengua de trapo, el cuerpo de marioneta y esperar el vómito que le produce quedarse en el medio de todas las cosas que ya no existen.

Entonces encendió otro cigarro de la cajetilla que le traje. Miró a los lados y preguntó por una guitarra.

-Creo que se tocarla, susurró sonriendo hacia la ventana desde la que se podía ver caer la nieve sobre el patio. Él fumó durante unos minutos en completo silencio y yo desaparecí a sus ojos. Cuando regresó a mi, continuó diciendo que la nieve blanca le parecía hermosa ahora que se veía renunciando a la mayoría de los colores. Y volvió a hacer una larga pausa, como cayendo en un estado de hibernación. La sala estaba en silencio. Volví a ser invisible a sus ojos y pude escuchar su lenta y profunda respiración.

A mi también terminaría por olvidarme a partir de aquel día. Y recuerdo como, vaticinando que aquella visita era en realidad una despedida, volvió a dirigirse a mi por última vez:  

- Siempre suelen faltar sillas cuando las canciones acaban y siempre suelen sobrar escaleras cuando en la vida ya solo se trata de bajar. Los animales salvajes despertarán con la primavera, hambrientos, pero para ese entonces yo ya estaré habitando otro cuento mejor que este.

Iván Sáinz-Pardo
"En la avioneta sobró un sitio" ©2013

MICROCUENTO IX

MICROCUENTO IX

"Tengo un superpoder. Puedo escoger tan solo uno de los sueños que duermo y despertar para siempre dentro de él. ¿Y por qué lloras? Porque ya lo usé."

Iván Sáinz-Pardo
"En la avioneta sobró un sitio" ©2013

MEDUSA

MEDUSA

La mujer más hermosa que conocí nunca. Los tatuajes te lamían el alma, como mascotas hambrientas y perdidas en el bosque. Tú amamantabas nubes y desterrabas en tus paseos las mareas que no te traían mensajes en botellas. Ahora cada nuevo día termina sembrando la fosa común donde yacen los recuerdos.

Por teléfono me explicas que el arcoíris que se ve desde tu ventana es de plástico y que la vida puede ser triste como el vuelo en caída libre de un pájaro muerto. Que estás harta de los días transgénicos, de las semanas radiactivas, de los meses tóxicos y de los años deformes. Pero que tiene que existir a la fuerza otro lugar en el que tus días lucen en bonito papel de regalo. Qué tiene que haber otra realidad, otro mundo en algún sitio en el que alguien está protagonizando la vida feliz con la que ahora solo puedes soñar.

Oigo a alguien llorar de fondo, ruido de pasos, algo de jaleo. Tú continúas tu discurso. Cada nuevo día es una oportunidad, replicas ahora, aunque las oportunidades desnudas son detenidas a golpe de porra por el toque de queda de tu dictadura interna. Y mientras, los delfines sortean las redes para celebrar tus eclipses y las iglesias de tu reinado arden con todos sus paganos dentro.

Me aseguras que la luna es en realidad una celda esférica en la que vive un prisionero y que quisieras conocerlo y observarlo mientras duerme. Porque cuando el prisionero sueña, lo hace contigo y es él quien en sus sueños te visita a ti para observarte dormir. Y sabes que él mecería tu cabello de serpientes y tú incubarías sus huevos para formar una familia de reptiles.

Me dices que te gustaría observar la estrella que guiará vuestro camino con una lupa y contar con un telescopio para examinar las escamas de su piel aceitunada. Te gustaría hibernar a su lado los inviernos. Te gustaría beber de los charcos y poder emigrar como las aves para abandonar el laberinto juntos.

Te escucho hablar sin parar y me froto la frente con amargura. La última vez que nos vimos la piscina estaba vacía, las serpientes se escondían bajo los escombros de tu mirada y como ahora, seseaban y mudaban su piel enferma al ritmo de tus palabras sin sentido. La última vez que te ví, fue en la sala de visitas de aquella clínica gris, tú peinada de forma distinta y sin rastro de maquillaje, yo aterrado, aferrándome con desesperación a la silla se plástico y al recuerdo imborrable de la tiritona de aquel primer beso que me cambió la vida para siempre.

El saldo se acaba antes que las palabras pero yo me quedo un rato de pie, paralizado, con la mirada perdida, en silencio, pegado al teléfono, como quien observa el resultado en la ecografía de una relación muerta.

Iván Sáinz-Pardo
"En la avioneta sobró un sitio" ©2013

MICROCUENTO VIII

MICROCUENTO VIII

Erase una vez un hombre que en la vida solo apostaba por lo que se podía salvar en un solo click. Fue feliz hasta que su vida hizo clack.

Iván Sáinz-Pardo
"En la avioneta sobró un sitio" ©2013

EL ARBOL

EL ARBOL

El árbol dejó de dar sombra y fue injustamente talado.
La noche había secuestrado al día para provocar que los ignorantes terminasen por sabotear su propio sustento.
La noche liberó al día y el arbol volvió a crecer. Cuando el arbol volvió a regalar su sombra y sus frutos, la hambruna ya solo había dejado con vida a los hombres más justos.

Iván Sáinz-Pardo
"En la avioneta sobró un sitio" ©2013

MICROCUENTO VII

MICROCUENTO VII

"Erase una vez una pasión que se marchitó cuando el corazón comenzó a especular con sus latidos."

Iván Sáinz-Pardo
"En la avioneta sobró un sitio" ©2012

MICROCUENTO VI

MICROCUENTO VI

Erase una vez un tipo con tanta, tanta suerte, que eran los sueños los que le perseguían a él.

Iván Sáinz-Pardo
"En la avioneta sobró un sitio" ©2012

MICROCUENTO V

MICROCUENTO V

"Erase una vez un fotógrafo con muchos objetivos y ninguno en la vida"

Iván Sáinz-Pardo
"En la avioneta sobró un sitio" ©2012

LA TAZA VACÍA

LA TAZA VACÍA

Vuelvo a casa. Compartimos pasta con verduras y espacios interiores, para después huir al exterior arrastrados siempre por impulsos ajenos. El universo conspira, nosotros coleccionamos tonterías con las que crear imperios mortecinos.

Terminamos el café y rompes el silencio:

-¿Por qué sabes que me quieres?

-Lo sé.

Me miras con preocupación. Luego miras la taza vacía.

-¿Cómo puedes estar tan seguro?

Me levanto de la mesa y antes de encerrarme de nuevo en mi cuarto, paso a tu lado y te susurro:

-Porque somos dos supervivientes en dos botes distintos, pero del mismo naufragio.

Iván Sáinz-Pardo
"En la avioneta sobró un sitio" ©2012

MICROCUENTO IV

MICROCUENTO IV

Erase una vez un político vendido a intereses privados y con cuentas en Suiza que se atrevía a llamar antisistema a quienes lo criticaban.

Iván Sáinz-Pardo
"En la avioneta sobró un sitio" ©2012