Antes de nada, me disculpo por lo extenso de esta crítica y recomiendo a quien aún no haya visto alguna de las películas, incluidas la última, que no continue leyendo, porque desvelo la trama de gran parte de la saga.
Esta es una de las sagas más exitosas y más famosas de la historia del cine, con todos mis respetos a Bond, James Bond, quien si el destino no lo remedia pronto, algún día me regalará un record Guinnes por conseguir ser el único occidental que aún no ha visto ninguno de sus numerosos títulos. Todos mis respetos desde aquí a sus seguidores, también a Sean Connery y al resto, pero lo mío ya es algo así como una paradoja del azar, una avalancha extraña de circunstancias y, últimamente, reconozco que también existe algo de orgullo personal ante un indudable sabor a arroz quemado. He llegado muy tarde y las increíbles piruetas del afamado gentleman ingles no consiguen captar realmente mi interés.
La saga de Rocky abarca tres décadas desde la primera película hasta la última y más reciente entrega. Permítanme que comience por el principio:
En 1976, un desconocido actor, Sylvester Stallone, escribió un guión llamado Paradise Alley (La calle del paraíso), inspirado en un combate entre Muhammad Ali y Chuck Wepner. El guión cayó en las manos de los productores Irwin Winkler y Robert Chartoff quienes, en un principio, se mostraron contrarios al empeño y la voluntad de Stallone de encarnar al boxeador protagonista. Pero este fue realmente el primer combate ganado por Stallone, quien consiguió el papel y la producción de su sueño cinematográfico. Y aunque en la película pierde a los puntos contra el poderoso Apollo Creed, este ganó, sin embargo, por K.O y en el primer asalto, contra Scorsese, quien vio como Rocky se llevaba ese año el Oscar a la mejor película por encima de su magnífica Taxi Driver. Stallone se guardó el título de su guión y lo reservó para otra película que el mismo rodó e interpretó dos años más tarde y que, en nuestro país, se dio a conocer como La cocina del infierno. El guión y la película sobre el boxeador de Philadelphia pasaron a llamarse Rocky.
La película de Stallone fue rodada en menos de un mes y con un presupuesto modesto de poco más de 1 millón de dólares y recaudó más de 115 millones tan solo en los Estados Unidos. Público y crítica, aturdidos por el júbilo, se aunaron a su favor y la cinta se hizo, además, con otros dos Oscars, el de mejor montaje y el de mejor director, de un total de 10 nominaciones y tras haber recibido otras 6 nominaciones y el Golden Globe también a la mejor película.
Si me preguntan a mí, les diría que Rocky es un estupendo drama, muy bien construido, lleno de corazón y de épica y que narra, a la perfección, una historia sobre la superación personal y la búsqueda de uno mismo. Es la historia de un boxeador italo-americano de talento, pero sin fe ni oportunidades, Rocky Balboa, quien vive y se gana la vida en un barrio bajo y deprimido de Philadelphia. Trabaja como pluriempleado, boxeando por cuatro perras y amenazando a morosos como ayudante de un matón de poca monta. Está enamorado de Adrian, hermana de su amigo Poli. Adrian es una mujer muy tímida que trabaja en una pequeña tienda de animales con quien, Rocky, intentará establecer una relación amorosa. Gracias al destino, a la suerte y en parte a su llamativo apodo, El potro italiano se le brinda, de la noche a la mañana, la oportunidad de su vida. Podrá enfrentarse al actual campeón de los pesos pesados y soñar con el título.
Rocky narra una historia honesta, universal, de esas que los americanos, en su nacional egocentrismo y adueñándose descaradamente del término, denominan como El sueño americano.
Lo cierto es que Rocky es una buena película, pero también es una película bastante sobrevalorada, y lo demuestra el mismo Stallone con la secuela Rocky II, donde consigue romper el mito de La segundas partes nunca fueron buenas calcando la estructura y la formula mágica de la primera parte con admirable respeto e inteligencia. Mimando el desarrollo de los personajes y su mundo y llegando, incluso, algo más allá en cada una de las virtudes de su predecesora. Esta segunda parte supera o, como mínimo, consigue alcanzar la calidad cinematográfica de la primera pero, sin embargo, esta vez no consiguió todo el favor de la crítica. El público, sin embargo, la recibió con bastante entusiasmo y recaudó 85 millones de dólares en los Estados Unidos. Yo opino que, ni la primera era tan buena, ni la segunda era tan mala. Pienso que ambas alcanzan un nivel muy notable y que, realmente, además de repetir en las labores de guionista, sorprende muy positivamente el trabajo del propio Stallone en la dirección, ya que lo cierto es que, durante los 119 minutos que dura esta secuela, nunca llegamos a echar de menos al director de la primera parte, John G. Avildsen.
Avildsen es un director irregular, para muchos mediocre, que en la actualidad está prácticamente retirado, pero que, sin embargo, ha conseguido reunir dos títulos que han cambiado la vida de millones de espectadores de distintas generaciones: Rocky y Karate Kid. Con ambas, no solo ha conseguido llenar las salas de cine, sino que ha conseguido motivar y volver a llenar de vida los gimnasios deportivos de medio mundo. Debo de reconocer que hasta yo mismo llegué a cinturón verde de karate (¿o era azul? Buff, ni lo recuerdo ya) gracias a ese hombre.
Volviendo a Rocky, no podemos obviar a uno de los pilares fuertes y a uno de los culpables del éxito de la cinta y de que esta, treinta años más tarde, sea considerada como un clásico o como película de culto, la magistral banda sonora de Bill Conti. El tema principal, la canción Gonna Fly Now es un icono cultural unido de por vida a la figura del mito Rocky. Conti realizó las bandas sonoras de toda la saga exceptuando la de la cuarta entrega, que por otro lado, y bajo mi opinión, era una de las mejores, influenciada sin duda por los gustos musicales y los ritmos de la década de los 80, y que exaltaban y complementaban la épica y toda la trepidante acción de aquella secuela.
En Rocky II, película que llegó tres años más tarde, ya en el 79 y con un Stallone, al igual que su personaje, encumbrado en el éxito y la fama, se justifica eficazmente los conflictos de la trama. La cinta comienza donde acaba la primera parte y podemos ver a un Apollo Creed insatisfecho con su revalidación del título mundial (por los puntos y por los pelos) ante, el hasta entonces, completo desconocido Potro Italiano. Interiormente, Apollo sabe que es muy posible que haya alguien mejor, un verdadero campeón, y la sombra y la creciente fama de Rocky lo torturan interiormente.
El personaje de Apollo es encarnado de nuevo por el actor Carl Weathers quien, merecidamente, se hace un destacado hueco en esta saga pugilística y siempre será recordado como tal.
En esta segunda entrega se desarrolla gran parte de la sincera y bonita relación de amor entre Adrian y Rocky, quien tras el combate le pide matrimonio y terminan casándose felizmente y por la iglesia, como un buen creyente italiano.
Uno de los aciertos de la saga, es la de otorgar un trasfondo dramático ferreo a los guiones y ofrecer conflictos personales a cada uno de los personajes. Stallone, como guionista, entiende que el antagonista de Rocky, en cada uno de sus retos, es prácticamente un personaje tan importante como el del boxeador mismo. Entendemos las motivaciones y los conflictos de Apollo, también las de Rocky y, además, se dibujan con esmero los personajes de Adrian, quien en esta segunda entrega se opone al combate tratando de salvaguardar la salud de su marido. El personaje de Poli, ese pobre diablo que además es su cuñado, o el de Mickey, el siempre entrañable y cascarrabias entrenador de Rocky.
La mujer de Rocky se queda embarazada y Rocky está dispuesto a dejar el boxeo y trabajar en lo que pueda para mantener a su familia. Pero Rocky, aunque es una persona muy noble, también es una persona muy básica e inculta, y esto se transforma en un problema a la hora de administrar el dinero ganado o de intentar trabajar de cualquier otra cosa. Desde el entorno de Apollo se le presiona para volver a combatir, pero ni su mujer, ni su entrenador parecen apoyar la idea.
Uno de los mejores momentos de la saga es la escena en el rellano de la casa de Mickey. Rocky le pide que por favor le vuelva a entrenar y su entrenador le demuestra, dándole una bofetada por sorpresa, que físicamente ya no esta apto para combatir
-¿Lo ves?, Ni siquiera lo has visto venir, ¿verdad? Y eso que te lo ha dado un viejo anciano, ¿Qué pasaría si Apollo te cazara varias veces?
-Supongo que me noquearía.
-No, te lesionaría, para siempre.
Uno de los ojos de Rocky ha perdido visión. La escena es simplemente antológica, junto a otras con algunas frases como:
Adrian, yo
nunca te he pedido que dejes de ser una mujer, por favor
por favor te lo pido, no me pidas a mi que deje de ser un hombre
Mientras Apollo lo ridiculiza sin piedad en los medios de comunicación, Rocky se humilla ante los ojos de su entrenador trabajando de cualquier cosa en el gimnasio de este. La situación es dolorosa y las provocaciones excesivas, lo que provoca que Mickey cambie de opinión y decida apoyarlo y volver a entrenarlo. Somos testigos entonces de cómo Rocky le dice Lo siento a su esposa y de como comienza el duro entrenamiento. Sin embargo, Adrian llegará a sufrir graves problemas de salud que harán peligrar su vida y la del hijo de ambos. La tensión y la emoción se incrementan, con una narración que transcurre equilibrada y firme y que llega y se transmite perfectamente al espectador. Apollo quiere venganza, saldrá para machacarlo, humillarlo y vencer así a sus propios demonios. Mientras Apollo se entrena muy duro, vemos a un Rocky desmotivado y sin ánimos para poder entrenar dignamente, muy afectado por la situación crítica de su mujer. Podemos sentir con angustia como pasan las horas, los días y como se acaba el tiempo. Sufrimos junto a Rocky, porque no esta preparado y sus oportunidades en el ring se van mermando en la silla del hospital. Pero esta entrega tiene además uno de los momentos más emocionantes, arrebatadores y potentes que yo he podido encontrar en una película. Adrian vuelve en sí, ha nacido el hijo y, ambos, parecen estar finalmente fuera de peligro. Rocky esta cansado, pero feliz, es padre por primera vez y esta dispuesto a no volver a contrariar a su mujer. Propone retirase, dar el combate por perdido, como parece ser el deseo de su mujer, pero ella, entendiendo que su marido tiene el corazón de un verdadero boxeador y que necesita cumplir su sueño, le pide que haga algo por ella:
-Quiero que hagas algo por mí. Acércate.
-Qué.
-Que ganes. ¡Véncele!
Entonces comienza la música y el entrenamiento contra reloj, y los pelos se le ponen a uno como escarpias. Llega el gran momento y Stallone ha mentalizado a sus espectadores con una precisión milimétrica.
El combate está fotografiado con una agilidad y una puesta en escena asombrosa y resulta vibrante y lleno de épica y emoción. Ëpica es una palabra que no puede dejarse de mencionar cuando uno hace referencia a esta saga. Rocky II gana por K.O, y para quien escribe esta crítica es, sin ninguna duda, la mejor película de toda ella.
Llegan los años ochenta y Stallone, en su plenitud física y profesional, está a punto de vivir su década de oro. En 1982 volverá a ponerse los guantes y de nuevo, escribe y dirige una tercera entrega de la saga. En el mismo año, nace otro icono del cine de acción, John Rambo en Acorralado, basada en el best seller de David Morrel First Blood y que dará pie a otra saga millonaria.
Rocky III es, de las seis partes, sin duda la más divertida y una de las más entretenidas. El mayor acierto, una vez más, es la elección de su contrincante, en este caso, un asombroso Mr. T (Aquí más conocido como M.A en la serie El Equipo A), quien se toma muy en serio su papel y consigue crear la figura de Clubber Lang, un despiadado, temible y brutal púgil lleno de odio.
Stallone parece ser consciente de que la crítica, tratandose de una tercera parte, no va a estar de ninguna de las formas a su favor, pero continúa moviendo las fichas con mucha destreza. No esta dispuesto a abandonar la formula secreta y decide volver a mezclar los géneros de acción y drama. Para compensarlos, sabe que necesita sacrificar alguna de sus fichas. Y si en la segunda parte la salud de Adrian y la de su hijo servían para manipular los corazones, en esta, utiliza la muerte del viejo entrenador como revulsivo.
La película comienza con una simpática y casi disparatada dosis de humor en la que se muestra como la vida del campeón se ha vuelto un circo mediático. Se incluye un combate de exhibición con el, entonces, aún no tan conocido luchador de lucha libre Hulk Hogan que por momentos resulta no menos que surrealista. Este principio, a veces, casi jocoso, esta calculado y medido, para contrastar con la parte dramática aún con mucho más impacto. En los momentos antes del combate y durante una discusión acalorada con Clubber Lang, Mickey sufre un ataque al corazón, y aunque Rocky quiere suspender el combate, su entrenador se niega y le pide que combata. En semejante situación, Rocky es brutalmente noqueado y terminado el combate, en los vestuarios Mickey muere en sus brazos creyendo que este ha vencido la contienda.
El boxeo es un deporte respetuoso, noble y de hombres y en Rocky III, será Apollo, gracias a la sana admiración por quien supo ganarlo con el corazón y de forma honesta y justa, quien, junto a Adrian y Poli, se aliará a Rocky en los momentos difíciles.
Las escenas de entrenamiento y los dos combates contra Clubber Lang, vuelven a estar a una gran altura, y esta tercera entrega vuelve a satisfacer al gran público. Rocky III se convierte en la película más taquillera de las tres, superando los 125 millones de dólares en los Estados Unidos.
Esta tercera entrega, y contrariamente a lo que muchos piensan, es para mí una admirable secuela, emocionante, vibrante, entretenida, con escenas realmente inolvidables y con nuevos temas musicales como Eye of the tiger, que quedarán para siempre en la historia del cine y que participan importantemente en la grandeza de la leyenda del púgil de Philadelphia.
Llegamos a 1985. Stallone acaba de estrenar la segunda película más taquillera del año en Estados Unidos (tras Regreso al futuro de Robert Zemeckis), Rambo, Acorralado II que, por otro lado y gracias a sus dosis de violencia gratuita, consigue arrasar en los premios Razzie a las peores películas en casi todos sus apartados, incluyendo peor película, peor actor y peor guión. Algo, bajo mi humilde opinión, ciertamente injusto si tenemos en cuenta que es una bastante más que correcta cinta de acción bélica.
Los tiempos cambian y el prototipo de héroes y villanos también. Son los años ochenta y la testosterona y la violencia fascistoide vende y funciona. Stallone no puede evitar cierta mutación entre sus dos personajes más famosos. Al igual que hace en Rambo II, en Rocky IV decide obviar en gran medida la parte social y dramática en el hilo argumental a favor de la acción pura y dura. Y de nuevo como guionista y en las labores de dirección, consigue superarse de nuevo batiendo el record de taquilla de la tercera parte. Rocky IV se alza con el título de La película deportiva más taquillera de la historia.
De nuevo consigue afinar las notas correctas y esto es gracias en gran parte a que encuentra un antagonista atractivo y a la altura de sus predecesores. Iván Drago, protagonizado por Dolph Lundgren, es un boxeador de la antigua Unión Soviética entrenado en instalaciones futuristas de última generación y con la ayuda de sustancias anabólicas prohibidas, que le otorgan cualidades casi sobrehumanas. Un deportista perfecto y programado con la única intención de humillar al campeón americano en mitad de la denominada Guerra Fría.
Esta vez, Stallone sacrifica una nueva pieza, Drago fulmina y provoca la muerte en el ring a un desprevenido Apollo quien, por nostalgia, decide volver al ring.
Con un estilo algo más videoclipero que las anteriores, siguiendo en parte la moda de los 80, (mítica la escena con Apollo Creed vestido de Tio Sam y bailando con el Living in America de James Brown) y prescindiendo de los acostumbrados diálogos y de los momentos moralizantes de las anteriores, Rocky IV es sin duda una de las películas deportivas de acción más efectivas y adrenalíticas de la historia del cine, y me consta que ha sido utilizada, más de una vez, para motivar a deportistas de muchas partes antes de sus enfrenamientos deportivos.
Rocky IV, aunque se aleje del estilo y de las pretensiones mucho más artísticas y sobrias de la original, es una joya del entretenimiento y de la acción y un autentico clásico de los años 80. Le pese a quien le pese.
A Stallone, sin embargo, le entraron las dudas con la década de los noventa. Parecía ser consciente, junto a otros actores como Arnold Schwarchenegger, de que los espectadores poco a poco comenzaban a reclamar un cambio y nuevas formulas. Heroes más sofisticados y algo menos planos. La saga de Rocky ya había dado todo de sí y Stallone sentía que lo mejor era dar un giro en su carrera. Poco antes de fracasar en una nueva faceta como actor cómico con dos despropósitos como Oscar y Alto o mi madre dispara, Stallone decide culminar la saga de Rocky en el 90 con una última entrega en la que, incluso, estuvo seriamente tentado de dejar morir al héroe. Para ello, devuelve el mando en la dirección a Avildsen, el director de la original, e intenta rescatar los derroteros dramáticos de las primeras entregas. Pero esta vez, por una total falta de claridad en sus propósitos y por intentar modernizar la formula, esta falla completamente. Rocky V no solo es la peor película de la saga, a años luz de todas las anteriores, sino que no aporta absolutamente nada nuevo y únicamente consigue denigrar de un plumazo el fantástico personaje que le encumbró en la fama. Con una dirección inexistente, un guión lamentable, aburrido, absurdo y hasta en más de un momento grotesco y con unos diálogos ridículos, Stallone, sacrifica a Rocky apuntillándolo además con la peor y más desafortunada interpretación de toda su carrera. Esta vez, la figura de Rocky resulta insoportable. Deambula sin sentido como un memo tarado de verborrea incontenible, que consigue caer mal por primera vez y sacar de quicio a cualquiera.
Y de esta manera, una saga que había resistido con dignidad los gustos y preferencias de prácticamente dos décadas enteras, se estrellaba estrepitosamente en los 90, cosechando las peores criticas posibles, defraudando por completo a sus seguidores y dándose un más que sonoro batacazo en taquilla.
Este desproposito, por la falta de fe y de decisión, y sin pretenderlo, parecía ser el peor final que el mito de Rocky se merecía.
Pero en este 2007 se ha estrenado Rocky Balboa, esta vez sí el capitulo final de la saga. Han tenido que pasar 17 años, 30 años desde el primer Rocky, para que un Stallone con 60 años cumplidos, vuelva a intentar rescatar del pozo la saga y tratar de culminarla como esta se merece.
Stallone ha salido muy tocado de la década de los noventa, años que únicamente han evidenciado su creciente decadencia profesional, fracaso tras fracaso, con películas como Driven, D-Tox, Avengin Angelo, "Taxi 3", "Spy-Kids 3D" y un largo número de títulos mediocres que lo han apartado del éxito.
Rocky Balboa vuelve a beber directamente de la misma fuente que las primeras entregas, y si en aquellas teníamos a un solitario treintañero que soñaba con salir del anonimato y triunfar a contra reloj como boxeador, en esta tenemos a un Rocky ya retirado, un viejo veterano que se enfrenta al último cuarto de su vida como famoso ex boxeador y como viudo. Adrian ha muerto de un cáncer y Rocky dirige un restaurante con su nombre en donde entretiene a la clientela con sus viejas batallitas.
Es muy comentado el extraño y lamentable aspecto que ofrece Stallone en esta última entrega, debido a las numerosas operaciones de cirugía estética y al abuso de esteroides y anabolizantes en su afán de conservar la musculatura para poder continuar, a su edad, impresionando a sus seguidores.
Lo cierto es que no podemos dejar de comparar su vida personal con la del propio personaje y, en este caso, su aspecto físico y su situación profesional actual, juegan a favor y apoyan en parte la credibilidad de lo que se expone en esta última película. Digo en parte, porque también tenemos que creernos que un hombre de sesenta años recibe la oportunidad de volver a luchar contra el campeón de los pesos pesados. Aunque bien es cierto que esto ya era prácticamente igual de improbable en aquella primera película en los años 70.
Stallone es consciente de que, a pesar de todos sus esfuerzos, su poderío físico ha dejado de ser un arma eficaz y creíble como lo era antaño para conseguir ofrecer generosas dosis de espectáculo. Por ello, decide mejor concentrarse seriamente en la parte dramática y emocional a la que otorga la mayor parte del metraje. Esta vez, utiliza a la perfección una nueva y contundente arma, la nostalgia.
Stallone vuelve a escribir un guión con oficio, mimo y honestidad y nos muestra a un Rocky en su etapa decadente, solitario, envejecido y melancólico. Rocky sobrevive agarrado al recuerdo de su mujer y al recuerdo de los tiempos pasados, que como bien se sabe, siempre fueron mejores.
Stallone, muy consciente del caracter tan personal de este proyecto y de lo arriesgado que resultaba la idea de volver a encarnar a Rocky por última vez y tras 17 largos años de ausencia, decide controlar de nuevo el producto muy de cerca y, una vez más, es él mismo quien vuelve a realizar las labores de dirección. Esto resulta un verdadero acierto. Además, también decide volver a trabajar como antaño, con un presupuesto bastante modesto, esta vez de 24 millones de dólares.
Las subtramas y los conflictos de los personajes que rodean a Rocky en esta entrega son excesivamente esquemáticos y están sujetas un poco con alfileres, pero cumplen con su función y no llegan a entorpecer la historia.
Yo, ante todo, destacaría la escena de Rocky y Poli en la fábrica de carne, donde Rocky abre de forma descarnada su corazón, con lágrimas en los ojos, en un monólogo auténtico y realmente emocionante.
No tan afortunada es la parte final, con un entrenamiento rodado con el oficio de la experiencia, pero extremadamente fugaz. Se echa en falta el poder observar como un hombre de su edad, lucha por volver a coger la forma. Las agujetas, los mareos, esa mencionada calcificación de las articulaciones. Sentir la cuenta atrás, el miedo a hacer el ridículo, a no estar a la altura, el miedo al bochorno de ofrecer un show lamentable o de resultar gravemente lesionado. Hay una inexistente tensión dramática y, de un plumazo, nos encontramos a Rocky ya en el ring. Además, Mason Dixon es el antagonista peor dibujado y más flojo de toda la saga. Parece no fomentarse el poderío de este, en parte para ayudar a la credibilidad de todo el asunto o quizás, porque ya no es necesaria ninguna continuidad o profundidad excesiva del personaje al tratarse del último capítulo.
Por todas estas razones, no llegamos al combate tan motivados como nos tenían acostumbrados en los enfrentamientos anteriores, y esto resulta un lastre demasiado pesado.
El combate, por otro lado, tampoco consigue llegar a la espectacularidad deseada y es, con diferencia, y sin contar la grotesca escaramuza callejera con Tommi Gunn en la olvidable quinta entrega, el peor realizado de todos. Se intuyen algunas buenas intenciones, pero la puesta en escena es bastante mediocre y tanto el montaje, como la realización, son bastante desafortunadas. Los guiños modernos y el pretendido estilo más cool de los tiempos que corren, con una edición videoclipera y confusa, empobrecen considerablemente el espectáculo. Y si no, revisen cualquiera de los brutales enfrentamientos de cualquiera de las películas anteriores. Supongo que los planos abiertos y el montaje más clásico de las décadas anteriores, evidenciaban en demasía las carencias físicas de la puesta en escena del Sylvester Stallone de hoy en día. Una verdadera lástima y una gran oportunidad perdida, la última, para, tras una fantástica primera parte de película, haber podido ofrecernos la mejor entrega de toda la saga.
Sin embargo, y en líneas generales, Stallone recrea un honesto, justo y emocionante capitulo final, con un carácter inequívocamente circular, para reforzar la sensación de redondez de una saga que ha significado todo en su vida. Y si la fortuna y una rotura de mano (la del aspirante al título que iba a enfrentarse hace 30 años a Apollo) le otorgaron entonces la oportunidad de su vida y el principio de todo un sueño, el final esperado se lo brinda ahora otra rotura de mano. En Rocky Balboa, durante el combate, a las primera de cambio, Dixon se parte la mano con un desafortunado golpe a la cadera de Rocky, con lo que se ven de esta forma mermadas sus habituales habilidades en el ring, y lo que brinda, por otro lado, la oportunidad a un valiente veterano como Rocky, de igualar la desventaja y ofrecer el espectáculo de volver a aguantar estoicamente y con honor todos los asaltos al joven campeón. Rocky perderá a los puntos, como ya lo hiciera aquella primera vez contra Apollo, pero moralmente, volverá a ganar como ya lo hiciera entonces. Todo termina como empezó y generaciones enteras de espectadores hemos podido crecer y madurar siendo testigos directos de la vida de un hombre bueno, un verdadero héroe hecho así mismo. Rocky Balboa es una película de notable calidad que cierra con gran dignidad la saga y es también un acertado y merecido homenaje a la figura de Rocky y a su creador. Stallone ha conseguido, treinta años más tarde, volver a reencontrarse de nuevo con gran parte de la crítica. Mientras, el público está respondiendo como casi siempre, de forma fiel y apasionada y Rocky Balboa esta siendo un verdadero éxito de taquilla.
Gracias Stallone y gracias Rocky, gracias a ambos, por regalarnos, nada más y nada menos, que toda una vida plasmada en celuloide. Una vida llena de buenos valores, de penas y de alegrías, de momentos verdaderos y, sobretodo, de tantas, tantísimas emociones. Yo, a cambio, no puedo menos que escribir mí, hasta el momento, más extensa y detallada crítica, escrita desde el respeto, la admiración y desde el corazón de quien, como otros tantos millones de espectadores de todo el mundo, ha reído, llorado y gritado durante tantos años a vuestro lado.
Iván Sáinz-Pardo