TERREMOTO EN LA ESTACION DE TREN
Una de esas pequeñas teorías mías es que la gran mayoría de personas que tienen alguna mascota, sobretodo, tratándose de los perros, animales que necesitan de un compromiso y un espíritu de sacrificio constante por su dependencia continuada hacia el hombre, suelen ser gente generosa. Lucy, nunca había tenido un perro antes, y recuerdo haberle mencionado esta teoría en alguna ocasión cuando nos hicimos con nuestra perra Lola. Por aquel entonces también le comenté que se llegan a hacer buenas amistades paseando a un perro, relaciones crecientes gracias a los paseos y la compañía de compartir el día a día en los parques y las zonas verdes de las urbes. Lucy pudo comprobarlo y reafirmó esta teoría poco después cuando comenzamos a conocer a la gente del parque. En mi caso, ya antes que a Lola tuve a Viernes y a Break. Viernes llego a casa un viernes y se marcho un lunes. Mi hermana Ainoa y yo aun éramos demasiado pequeños, mis padres trabajaban ambos fuera de casa, la idea nunca fue buena y enseguida el bonito sueño de tener una mascota en casa se esfumó tristemente. Años mas tarde, cuando Ainoa y yo ya éramos adolescentes, Ana era ya una niña y acababa de nacer Itziar, la más pequeña de mis hermanas, me encontré en la calle un cachorro de perro de aguas abandonado y lo subí a casa. Mis padres miraron al cachorro sucio y piojoso y se negaron rotundamente y sin concesiones, pero al rato, mi madre flaqueó por un segundo y nos pidió que lo diéramos un baño primero antes que nada y después tomarían una decisión irrevocable. Sin embargo, todo el mundo sabe que la pose y la mirada de un cachorrito recién bañado es ciertamente irresistible. Break vivió a nuestro lado los siguientes 11 años.
Marcel es vecino nuestro, es alemán y tiene dos perros fabulosos, Zeus y Duna. Conocí a Marcel en el parque y me abrió la puerta de su apartamento y de su vida prácticamente desde el primer momento. Marcel vive solo desde que lo dejo con su novia cubana, trabaja en casa como programador y ambos nos hemos conocido en un momento singular de nuestras vidas. En un momento como de transición, como dos extraños que charlan despreocupados tomándose un café en medio de un terremoto. Mientras mi vida parecía derrumbarse a mí alrededor, Marcel me hizo un sitio en su sofá de casa, me ofreció un mando de la Play, un lugar debajo de la mesa donde no alcanzaban el polvo ni los cascotes, me acompañó en mis paseos con Lola, me escuchó y me ofreció su amistad.
Marcel habla muy bien el español y se ha atrevido incluso a escribir en un Blog personal en castellano, algo que yo, aun hablando digamos que bastante bien el alemán, nunca me hubiera atrevido a hacer en un idioma distinto al mio. Marcel y yo somos bastante distintos, pero nos une un sentimiento básico, tenemos algo en común, algo que nos remueve por dentro, algo que nos hace hervir la sangre, la injusticia. A mí ya me pasaba de pequeño, ese turbio e incontrolable malestar cuando algo a nuestro alrededor resulta a nuestro parecer injusto. Convivir con esto es una especie de mal incomodo y poco practico, es como vivir en la ciudad y tenerle alergia crónica a los aparatos eléctricos y a los cacharros con motor. O se aprende a dominar este sentimiento, o uno con sus actos se complica irremediablemente el día a día. Somos conscientes de que no somos ni mucho menos los únicos. Conozco mucha gente que sufre del mismo mal, al igual que esa otra epidemia silenciosa que es la de no saber decir No lo suficientemente en nuestras vidas o el tener cualquier fobia insensata e irracional.
Marcel es un alemanote grandullon, adicto a las sandalias y al clima mediterráneo. Tiene un buen corazón y siempre se pone rojo como un volcán cuando se putea con algún tema. Yo, a cambio, no puedo dejar de darle vueltas, atropellarme con los argumentos, de andar nervioso como un caballo desbocado cuando me excita la impotencia. Juntos hablamos de muchos temas, saciamos a nuestra manera esa inquietud social, esas ganas demagógicas y absurdas de querer salvar el mundo, esa que nos aborda a todos cuando se nos ocurre dejar por un momento de mirar al tablero sobre el que nos dicen que supuestamente se esta jugando nuestra partida. Y es que es muy jodido ver que siempre ganan los mismos que imponen las reglas, aunque se nos venda a cambio que al menos somos unos perdedores afortunados por ser de los pocos en el mundo de tener un lugar en la mesa de juego del primer mundo.
Es curioso las formas en las que hoy en día se entablan algunas relaciones fantásticas. El Internet también me ha brindado sin duda la oportunidad de entablar otras sólidas amistades. Ha sido el caso por poner un ejemplo del, siempre autentico, Jim-Box o del entrañabilisimo y querido Refo. Gracias a Internet, y hablando de corazones monumentales, también he conocido a Ruso quien, al igual que Marcel, he conocido en mi etapa final en Barcelona e inmediatamente me ha abierto generosamente la puerta de su casa, de su local de ensayo y de su círculo de amigos, el bueno de Jordi, su novia Marta, Dani y todos los demás. Lo mismo puedo decir de las fantásticas Silvia y Kris, quienes llegaron a mi vida para demostrar que, detrás del anonimato de los nicks y de los comentarios en un Blog como este, hay personas reales dispuestas a compartir momentos verdaderos.
Todas estas relaciones han sido como las de quienes se conocen y entablan una amistad durante la breve espera en una estación de tren. En estos momentos, mi tren marcha ya en otra dirección, pero quiero daros las gracias de corazón a todos dedicándoos este post de hoy. Por haber estado ahí, cada uno a vuestra manera, pero siempre de forma generosa y sincera, en un momento difícil para mí.
En esa estación dejo muchas otras cosas mas, todas ellas especiales y muy importantes y espero, deseo y creo sinceramente que no hay ningún adiós definitivo en esta vida sorprendente e inaudita mientras exista la voluntad de viajar, mientras existan los trenes, las estaciones y gente maravillosa, interesante y verdadera que poder conocer y con la que desear reencontrarse.