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EL ESCONDITE DE IVÁN

POST RESCATADO

DÍA DE LA MADRE (Rescatado)

DÍA DE LA MADRE (Rescatado) La magia de cada una de tus mejores intenciones, la lucidez de tus palabras cuando fueron sabias. El valor de tu mano cuando dirigió firme y segura.
La ternura de tu regazo en aquellos momentos en los que, en la tarea de ser madre, luchaste por ser mejor que ninguna.
La esencia de tu carcajada inolvidable, de tu sonrisa generosa y sentida. La virtud de todo tu amor, cuando quiso ser inagotable, romántico en desmesura.

Todo esto madre, seguirá por siempre en nosotros, porque el resto, se lo llevo tu repentina muerte y la mar revuelta de una tarde de diciembre. Tarde embravecida en tormenta de agua, sal, viento e ira; en el silencio anclado de reunir nuestras fuerzas para asumir con templanza y dignidad tu despedida. Y con la tarde quejándose, resacosa, bajo un cielo gris plomizo, nuestro padre se enfrenta al mar y a la hosquedad, cruel y amenazante, de este enorme vacío que dejas. Tratando de sobreponerse, de guardar la compostura, entra con decisión en las aguas. Solitario y erguido en un febril desamparo, que es a la vez también el nuestro, es consciente de estar perdiendo mil batallas con cada ola que va siendo teñida con el gris de tus cenizas.
Los segundos se atropellan, los unos con los otros, y su corazón, desbocado, le agita la respiración. Trata de preservar consigo y para siempre esos instantes, a la vez que las aguas del Cantábrico congelan de frío sus piernas.
Y poco después, vuelve a nosotros, simulando un halo de esforzada entereza, arrastrando espuma con sus pasos descompasados, con el semblante marcado y la mirada perdida. Y nos encuentra sujetos a un abrazo, asomados a la orfandaz infinita de una ensoñación brutalmente extraña y surrealista, juntos y unidos en un llanto silencioso, esperándole allí quietos, en la orilla.

En silencio nos alejamos de una playa cómplice de nuestro secreto, nos alejamos del mar, de la arena, los susurros, los quejidos y el viento; nos alejamos despacio, para dejar morir así la tarde. Tarde en la que de nuevo y por última vez, nos hablaron de ti los elementos; tarde toda poderosa en la que estabas, madre, más presente que nunca. Para no olvidar tu gran coraje, tu amor generoso, tu magia, y el significado final de tu eterno mensaje. La dulzura, la dulzura, la dulzura.

Iván Sáinz-Pardo
"El sendero de la oveja negra"
N 33042/1997
R.P.I: VA-1329

DAVID (Rescatado)

DAVID  (Rescatado)

En esa época en el que los complejos amenazan con gobernar con tiranía la vida de uno, el miedo a lo desconocido se aparece siempre como un fantasma sin rostro, acechando nuestros primeros pasos hacia la adolescencia.
Eran tiempos de colegio en los que, entre curso y curso, libros, multiplos y divisiones, se dibujaba, inmortalizándose en mi recuerdo, aquel pueblo del norte, Puente Viesgo. Fue allí donde, año tras año, fueron transcurriendo la mayoría de las vacaciones escolares. Donde lentamente descubrí, con inocencia y naturalidad, el sabor de los primeros sentimientos. Allí, cada mañana de verano, entre montañas y verdes pastos, se escondían algunos de los versos que con el tiempo me iría memorizando. El amor, el miedo, la fantasía, la felicidad, la magia, la amistad…

En aquel pueblo hice muchos amigos y de cada uno de ellos recuerdo cosas diferentes. Sin embargo, hubo uno que fue durante años como un hermano mayor para mí, inspirador de la gran mayoria de mis sueños, un héroe de carne y hueso.
David era mi mejor amigo. David era algunos años mayor que yo y recuerdo que me fascinaba la idea de poder llegar a ser algún día como él. Podía pasar una tarde entera solo escuchándole hablar. Disfrutaba con cada uno de nuestros juegos, con sus iniciativas y con sus ideas.
Su familia pasaba las vacaciones en la casa vecina a la de mi abuela. Cada verano esperaba de nuevo, con gran anhelo, la llegada del coche de sus padres. Aún puedo recordar la emocionante impaciencia de mi espera y la enorme tristeza que sentía después con cada final de verano.
David y yo nos reíamos y nos divertíamos mucho juntos y fuimos descubriendo con nuestros juegos mil sitios llenos de magia y aventura. Hacíamos batallas de soldaditos, cabañas, arcos y flechas, carreras de coches y guerras de pistoleros. Recuerdo también hacer excursiones con las bicicletas o recoger caracoles para vendérselos después al pescadero a cambio de una propina. En otras ocasiones, sus hermanas, Ainoa, mi primo Ruben, las mellizas, todos juntos recogíamos flores y después las machacábamos con piedras para hacer perfumes y regalárselos posteriormente a nuestros padres.
Con David a mi lado, descubrí el respeto hacia la naturaleza, aprendí a saber explotar la imaginación, la creatividad, la importancia de la amistad y del trato con los demás. La gente en el pueblo y todos los demás niños lo respetaban mucho y recuerdo que mi abuelo lo quería un montón. A veces, David se levantaba de madrugada y quedaba con el abuelo para ir a ordeñar las vacas o para ir al prado a segar. Yo que era más pequeño, les acompañaba solo cuando me lo permitían. Una de aquellas veces, David nos hizo una foto a mi abuelo y a mi. Yo iba subido a la burra. Aún conservo la foto, y aunque no tengo ninguna con David, al menos me gusta recordar que en aquella el estaba allí delante nuestro.
Uno de esos veranos, especiales e inolvidables, David me volvió a decir adiós. Sin embargo, esta vez fue para siempre. Sus padres vendían la casa y ya no volverían a veranear más en Puente Viesgo.
Yo, desde el patio de la casa de abuelita, atónito y cabizbajo, observaba cómo recogían sus cosas.
De repente, los padres de David y sus hermanas ya le esperaban en el coche, pero entonces el me llamó, y yo me acerqué conteniendo las lágrimas.

-Toma, esto es para ti. Es un regalo.
Exclamó, extendiendo los brazos mientras, al mismo tiempo, se dibujaba una tierna y emocionada sonrisa en sus labios.

Al siguiente verano mis abuelos murieron en un accidente de tráfico y ya nunca nada volvió a ser igual. Con su repentina muerte, descubrí que mi padre también tenía un papá y una mamá. Recuerdo que sufrí más por él que por mis abuelos y, por primera vez, pensé que la vida no era eterna, nada de eso, ya ni siquiera me parecía tan larga.
Nosotros dejamos de visitar el pueblo con tanta frecuencia, y cuando lo hacíamos, ya nadie parecía disfrutar realmente pasando los días allí. Sentado en el patio de la casa de abuelita, me sentía tan vacío y abandonado cómo la casa de David.

Nunca más he vuelto a verlo, y ahora que ya no soy un niño, comprendo que todas aquellas lágrimas que derramé en mi cuarto, añorándole, eran las mismas que bautizaban mi actual carácter. Que aquella cajita de madera que aquel verano me regaló mi amigo David no contenía nada, pero se iría llenando lentamente con el tiempo…

Iván Sáinz-Pardo
"El sendero de la oveja negra"
N 33042/1997
R.P.I: VA-1329

ORO (Rescatado)

ORO (Rescatado)

Uno, todo lo que toco lo convierto en oro.
Mi vejiga esta llena de ilusiones extranjeras, así que no pierdo el tiempo en averiguar a que huelen los días, el sabor de la piel de esas horas que no deseo compartir con casi nadie.

-!Que bien hueles!

Te resulto gracioso y me has confundido con otro.

¿Sabes?, Tu cara me suena. En todas las fotos del mundo sonríen niños con tu cara, niños rubios, niños morenos, niños gordos o flacos, niños sujetos a sus gafas o niños agarrados a adultos envenenados. ¿Te vienes a mi casa?

Esta historia es una locura, no debería continuar. Escribiré únicamente si me dejáis miraros y hablaros desde la cumbre de la felicidad, por encima de mis hombros bronceados por los flujos lunares del número dos:
Dos, todo lo que toco lo convierto en oro.
Aparcas el AUDI que te regaló tu papi constructor. Y quieres ser famosa, salir en la tele, haciendo o diciendo lo que sea. Te comerías todas las pollas que se interpusieran en tu sueño putrefacto. Sudemos más, manchemos felizmente tardes verdaderas demasiado limpias, estrujemos todos los sentimientos que se atrevan a llevarnos la contraria. Sonríe, no te vistas aun, no hables, únicamente sonríe y permíteme pintar de nuevo el sótano de tu corazón triste con mi brocha dorada. Prometo no descubrir tus secretos ni leer tus cartas. Tu diario me la trae floja. Resúmemelo todo si te empeñas, que yo me lo beberé después en un batido y en tan solo dos sorbos. Me beberé todas tus conversaciones de ascensor, tus patéticas conclusiones si tú me prometes que tu aburrida vida no me sabrá a plátano pasado. Odio el plátano pasado. Ya solo el olor a plátano pasado pesa en mi ánimo como una hormigonera. Me pides que te abofetee, que te haga daño. Te has dejado tus botas de boutique puestas. Me recuerdas a todas esas otras pijas, insulsas y vacías, a esas amigas tuyas, afiliadas a las pastillas y a la coca de los baños de esas discotecas de ciudad con nombres tan estúpidamente exóticos como burdeles colombianos.

¿Tres?
Tres, todo lo que toco lo convierto en oro.

-¡Me acostaría con todas vosotras en este virado en sepia que me producen las “Yellow”!

Grita un amigo mío lamiéndole la espina dorsal a una tía ahogada en garrafón de lujo. Me acostaría con todas vosotras por motivos tan variados como postres en un restaurante de cinco tenedores. Me acostaría con todas vosotras muy despacito, con mogollón de cariño. Os pediría perdón por cosas que desconocéis por completo, os leería textos inventados sobre vuestras espaldas de cisne enfermo. Os acariciaría con tacto de porcelana, os sedaría con besos de olvido. Bebería de vuestras lágrimas, comería de vuestras sonrisas como un vampiro triste.
Me visto y apago la tele. Huele a tabaco, alcohol y sexo. Te dejo desnuda en el sillón.

-¿Te vas a ir sin desayunar?

-Yo nunca desayuno.

Dos aspirinas y un cortado en un bar de viejos. Una pequeña tele anuncia la llegada de nuevas pateras a las costas del sur. Un sorbo, dos sorbos, tres sorbos, ¿y ahora? ...
Ahora vuelta a empezar. Ahora vomitemos la puesta de sol más bella para todos nuestros enemigos. Os quiero a todos. Os odio a todos. Vendréis a la puerta de entrada a darme la bienvenida con vuestras sonrisas de plástico, mientras yo, apoyado en la puerta de atrás, terminaré de beberme el licor milagroso de todas nuestras despedidas.

Iván Sáinz-Pardo
"Al final del arco iris"
©-N333042/00

GOTAS NEGRAS (Rescatado)

GOTAS NEGRAS (Rescatado)

Llueve… ¿verdad?
Únicamente me alimento de películas y de conversaciones que bucean conmigo.
Hay nubes blancas. Hay luz y aire allí afuera pero, mientras quede algún resquicio de oxígeno en mis pulmones, prefiero seguir buceando aquí abajo, en el fondo, en la oscuridad de mi cuarto.
Quizá la tentación de abandonarlo todo sea mayor cuanto más jóvenes e inexpertos somos. Pero aún hay un interruptor incrustado en mi muñeca. Cierro mis ojos. Tus palabras:

-La gente hace daño y tú eres como un trozo de carne sin piel. Llegaras muy, muy lejos o serás un autentico desgraciado. Te lo digo yo, que te conozco mejor que nadie. Yo, que te alquilé mi útero durante casi un año y te vendí mi corazón para el resto de mi vida; te lo digo mientras esta se consume como las provisiones de un montañista. Anda cariño, se bueno y acércame las zapatillas... que aquí no hay montañas que subir con pies descalzos.

-No te vayas, no me dejes solo. No te mueras nunca.

Pero abro los ojos y ya no estas. Respiro el alma de otro de esos días grises y clónicos, uno de esos estúpidos días que parecen fotocopias aburridas de otros tantos y que parecen pesar toneladas asperas e invisibles. Y también estan esos días que son como las gotas de lluvia de una tormenta de verano. Esos días en que nos sentimos pletóricos, felices, dueños absolutos de una vida auténtica y apasionante. Dias de oasis en contraste con los dias de destierro en los que nuestra vida se presenta tan interesante y especial como la partida al busca minas en el ordenador de un tonto.

Cae la noche y me tumbo delante del televisor a ver de nuevo "The Doors", de Oliver Stone y, después, me duermo pensando en la figura de Jim Morrison.

-¿Conviven todos los dioses tan cercanos a la infelicidad?

Lo pregunto porque vuestro Dios está hoy también aquí abajo, en mi cuarto. Vuestro Dios bucea conmigo, aunque él hace trampa. Él es un pez, ágil y perfecto, mientras que a mí y a todos los demás, únicamente nos bautizó como hombres.
Veo una señal a lo lejos, quizás una sonrisa inesperada, quizás sea un anzuelo escondido, pero esta vez prefiero dormir. Estoy agotado. Mañana quizá no me importe subir, volver a la superficie, buscar una señal, pero esta noche permaneceré aquí abajo. Sé que aún no ha llegado mi momento. Se que allí arriba continua lloviendo. Llueve, puedo sentirlo, caen gotas negras.

Iván Sáinz-Pardo
"Al final del arco iris"
©-N333042/00

LOS PIES DE LENNON (Rescatado)

LOS PIES DE LENNON (Rescatado)

El silencio del cuarto es decapitado por la guillotina de la mañana.
Sentado en nuestro sofá, aún adormilado, en camiseta y con los pies fríos, observo a mí alrededor. Desde la radio de la vecina se oyen los acordes del “Yesterday” de Lennon; la cafetera gorgotea, el sol se cuela por la ventana y, poco a poco, se me van templando los pies.
Dicen por ahí, mi amor, que todo esto se acaba, como augureros absurdos y catastrofistas, pero a mí todo este pequeño mundo me recuerda, a cada momento, lo tantísimo que te quiero.

Iván Sáinz-Pardo
"La ira dormida" ©2005

LA SONRISA PERDIDA (Rescatado)

LA SONRISA PERDIDA (Rescatado)

Entre el pecho y la garganta se encuentra ese abismo como vacío interior que amenaza y provoca el temblequear del mundo. Y nuestra vida, como sombra alargada de ese mundo, como esa película vista tan solo a ratos y con anuncios de por medio que continua sin esperar a nadie.
No te asomes demasiado, tu sombra yace muerta y nada allá abajo hablará tu mismo idioma. La parte que podemos controlar de todo este sinsentido murió con ella. Muertos en vida, deambulamos perdidos, soñando el despertar de una sonrisa a nuestra medida.

Iván Sáinz-Pardo
"La ira dormida" ©2005

GOMINOLAS (Rescatado)

GOMINOLAS (Rescatado)

Hoy desayuno gominolas y Coca cola y me agarro a la cola de los aviones que despegan con retraso. Vuelo por encima de vuestras cabezas. Puedo otear las avenidas, observar vuestras casas y vuestras familias. Así es, y nadie puede decirme lo que es y lo que no.
Hoy soñé con la banda de hip hop y el cantante era más siniestro de lo que me hubiera podido imaginar. Su vida y la de su grupo eran las vidas de sus propias canciones. Sus vidas comenzaban con la canción número uno y terminaban con la numero trece.
Fumábamos hachís en una cama roja enorme. Yo estaba simplemente allí, con ellos, y ellos lo aceptaban sin preguntar. También había una chica morena, bastante bonita, que tampoco era del grupo, a la que no pensé en preguntar qué es lo que hacía allí, a pesar de que aquél parecía ser sin duda alguna mi propio sueño.
Todo en aquel lugar se desarrollaba como una febril pantomima, sin verdadero sentido, algo parecido a un extraño y singular concierto. Siempre hubiera jurado que ese ruido bajo el ritmo en la canción número cinco eran disparos de metralleta, pero no, los chicos de la banda agujerean el suelo de la cocina con una taladradora enorme.

-La casa tiene un dueño. Exclama el líder de la banda.

-Sí, pero antes de que venga, habremos bebido ya el suficiente vino y fumado el suficiente hachís como para no resbalar con sus babas.

Les pregunto cuál es su canción favorita dentro del álbum, mientras la chica morena mira con curiosidad a través de los agujeros del suelo.

-No viviremos más para ti si sigues con esas preguntas tan estúpidas.
¿Sabes?, estos imbéciles me echaron del grupo una vez.

-Sí, pero caímos en picado, y por eso le pedimos casi de rodillas que volviera. Añade el de los teclados, un tipo lóbrego y escuálido como una viruta, mientras quema sin prisa una piedra de costo con un mechero.
La chica morena echa el humo del porro hacia arriba, me mira a los ojos, me manda un beso y me arroja medio vaso de vino a la cara. Tengo los ojos cerrados y la cara goteándome vino. Creo que ya estamos viviendo la canción numero doce. Si, ahora llega la numero trece, la última canción. Abro los ojos, cojo el porro y lo doy una larga calada. Todos me miran y yo fumo con tranquilad, mientras le arrojo a la morena mi vaso de vino y la empapo de sangre de uva su blusa blanca. Ella nota cómo la observo. Bajo la transparencia de la blusa aparecen la forma de sus dos pechos y se cubre con sus brazos y una media sonrisa. Después, comenzamos a reír y a perseguirnos como dos crios por la cocina.

-¡Llega el dueño! Grita alguien.

La cocina está llena de humo. Está agujereada como un queso gruyer y hay vino derramado por todo el suelo y las paredes, así que cerramos bien la puerta y le esperamos allí sentados. La chica morena y yo nos miramos, y susurrando, le pregunto:

-Dime la verdad, anda, ¿es éste tu sueño o es el mío?

El cantante gira la cabeza, alarga el brazo ofreciéndonos de otro porro, y con una sonrisa invencible en su rostro, nos dice:

-Chicos, esto no es el final de ningún sueño, ésto solo es el final de nuestra canción favorita.

Iván Sáinz-Pardo

"Al final del arco iris"
©-N333042/00

SOPA DE LETRAS (Rescatado)

SOPA DE LETRAS (Rescatado)

Nada salía según lo planeado.
Y pensó que no podía. Y se concentró en que no podía. Y gritó que no podía. Y, mientras, se detuvo cuando tuvo que continuar y se movió, sin dudarlo, cuando lo mejor era permanecer impasible. Su paraguas acompañó cada sequía inminente y la lluvia caló su frente cada una de las veces. Y tuvo miedo del silencio, con lo que decidió cerrar sus ojos y cantar en susurros, por si el pasillo trataba de sorprenderla con la aparición de un gran temor de ojos brillantes y rasgados. Y miedosa como un ciego en casa ajena, se arrastró en mitad de un escrito sin sentido y con demasiadas "ies griegas"; para borrar con su cuerpo lo más importante de ella misma, y subrayar con su alma lo más prescindible de ella misma, y dejar de una santa vez de llorarle a la luna.
Y así fue como, en el preciso momento en el que ella volvió a abrir sus ojos, descubrió que realmente si que podía. Y pensó que si que podía. Y se concentró en que si que podía. Y gritó que si que podía y sorbió de una sopa de letras calentita y con demasiadas “ies griegas”, mientras en el interior de su mente, se dibujaban todos los planes imposibles del resto de su vida.

Iván Sáinz-Pardo
"La ira dormida" ©2005

SUPERBIPOLAR (Rescatado)

SUPERBIPOLAR (Rescatado)

1-Se siente todopoderoso o como un super héroe con poderes especiales. (Observen el traje)

2-Aumento de energía desmedido y la habilidad de poder seguir durante días sin dormir y sin sentirse cansado. (Mami, yo nunca duermo, solo descanso)

3-Se siente demasiado contento, o demasiado irritable, enfadado, agitado o agresivo. (Quiero enfadarme como Hulk)

4-Su atención se mueve de una cosa a otra constantemente, habla muy rápido, cambia de tema constantemente y no permite a penas que lo interrumpan. (He dicho)

Los síntomas maniacos típicos del desorden bipolar en niños fueron durante mucho tiempo mis superpoderes secretos favoritos. Y esa calle que se ve en el fondo de la foto es la calle Tudela, en Valladolid, hace unos 27 años.

PRETTY WOMAN (Rescatado)

PRETTY WOMAN (Rescatado)

Te pregunto por que eres puta. Y tú te vistes con apatía. Observo tus piernas interminables, tu carita perfecta. Se que te lo preguntaron millones de veces, que otros jugaron antes a disfrazarte de Julia Roberts. Pero, mientras yo me pongo las zapatillas y tú te guardas los euros, te lo pregunto así, sin más y sin saber muy bien porqué. Te pregunto por que alquilas tu parcela a cualquiera, si a mí me gustaría ser para siempre su único habitante. Y entonces tú me miras, sonríes en silencio y me respondes que en realidad te sientes como el libro de una biblioteca, que estas llenita de páginas manoseadas y marcadas, de momentos tatuados y manchas de distintas naturalezas. Que eres como un cuento que siempre llega tarde, cuando los niños ya duermen, un cuento de adultos en boca de todos, un secreto desgarrado.

Ya una vez abajo en el bar, un tipejo en chándal y con pinta de obrero búlgaro sube tras de mí las escaleras en tu busca.
Llueve. El frío de la calle me sacude la cara. De camino a casa aprieto los dientes, esquivo los charcos y pienso en la última vez que robé un libro de una biblioteca.

Iván Sáinz-Pardo
"La ira dormida" ©2005

GRITO (Rescatado)

GRITO (Rescatado)

Hoy es uno de esos días en el que el café de la mañana ya me catapulta hacia el estrellato de mi cielo particular. Llueve en media España y la ecuación de la felicidad parece hablar únicamente mi idioma. Hoy modelo y escribo yo mismo mis mapas y mis libros de historia. Protagonizo un nuevo día en su estreno mundial.
Pienso que es importante tener días así y lo disfruto entre bailes dislocados y canturreos en la cocina. Sonrío en calzoncillos a mi vecina de enfrente y disfruto de la velocidad con la que desaparece de su balcón disimulando.
Recojo un poco mientras asisto al concierto en mi salón de los Lori Mayers, Sidonie, Love of lesbian, Los planetas... Y de esta euforia maravillosa y digna de relatar, nace este inesperado post que ahora cruza el cielo del ciberespacio como un cohete y explota en mil pedazos de colores, recordándome que la felicidad nos visita siempre muy caprichosamente, pero que cuando lo hace, nos embriaga de ese sentimiento verdadero e inigualable en el que sonreímos para dentro y para afuera, como en un grito ensordecedor, sabiendo que todo va a ir bien.

CROMOS (Rescatado)

CROMOS (Rescatado)

Días extraños, noches largas como toneladas de chicles sin sabor. Nadie quiere dormir solo. Nadie quiere dormir. Todos testigos de lo que sea. Exhibicionistas voluntarios. Muertos en vida.
Lo importante ya no es importante, mientras solo piensas en que gastar el dinero.
Nuestra suerte no se puede comprar, es una citas a ciegas con nosotros mismos. Pero tus citas a ciegas son como citas sordas, mudas y cojas. Citas que terminan antes de comenzar.
Compramos para devorar calorías prefabricadas. Compramos para quemar calorías prefabricadas. Compramos bajo el superávit de información, de anuncios, tonos, politonos, créditos bancarios, Spams y sexo de neón, explícito y cruel como un empacho eterno de nuestra comida favorita.
No podemos ordenarlo todo. No hay tiempo y ahora no recuerdo las recetas de la abuela, ni los números de teléfono de mis amigos, no recuerdo las palabras mágicas, los cumpleaños de mis hermanas, ni hay momentos para detenerse y reflexionar. No importa la película, ni el acompañante. La luz se apaga y en la ansiada oscuridad, nuestros pecados sonríen abiertamente en un onanismo mordaz y estúpido. Llenaremos todos los agujeros, taparemos todas las grietas, pintaremos el cielo, colgaremos bonitas postales de vacaciones demasiado fugaces y ajenas. Tomaremos el sol en la cuneta de la vida que nos ha tocado vivir. Veremos pasar el atasco. Hablaremos por hablar y cualquier argumento será bueno mientras nuestras tripas permanezcan gratamente ensordecidas.
Saca un Poker y levanta esta partida de mierda. Yo llevo ya un buen rato pensando en otra cosa. Pienso en que la vida a veces es como una colección de cromos, con las caras de cientos de futbolistas muertos. Sonreímos con nuestras insignificantes victorias sin mirarle a los ojos a nadie.

Iván Sáinz-Pardo
"La ira dormida" ©2005

VOYAGER (Rescatado)

VOYAGER (Rescatado)

Italia es un ciempiés haciendo zancadillas, un festín para vampiros con invitados de plástico, una ciega asesina besándote en los labios. Yo soy un monstruo azul saliendo de un mar cenagoso.
Guardé la respiración allá abajo durante demasiado tiempo por si todo esto llegara a ser un secreto. Pero tú mirabas hacia otro lado.
Francia será fugaz y áspera como una explosión. Como el recuerdo del impacto entre dos estrellas que quizás nunca estuvieron allí.

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SERPIENTES (Rescatado)

SERPIENTES (Rescatado)

Hay semanas que son como serpientes.
Zigzaguean fugaces y solo nos dejan ver las semanas de delante desde el interior de su vientre.
Yo he tenido suerte, aún me encuentro con fuerzas y además, esta serpiente, aunque aún no lo sabe, es tonta y vegetariana.

ESCRITO PERDIDO (Rescatado)

ESCRITO PERDIDO (Rescatado)

Recuerdo que un día de Agosto, recién llegado a Alemania, escribí un pequeño relato sobre un sueño que tuve, pero sin saber muy bien ni como ni donde lo perdí.
Se han precipitado los días y los meses tan deprisa como una fila de fichas de domino, empujándose unas con otras. Puedo notar como dos bellas mujeres unen dos momentos distintos con un largo y hermoso lazo de seda. Uno me hablaba de empezar, descubrir, aprender, enfrentarse. Y el otro, meses después, de olvidar, superar, añorar, emprender, luchar… terminar.
Recuerdo que aquel era un escrito en el que yo hablaba de alguien que se transformaba en muchos animales distintos. Era un escrito estupendo, con un buen mensaje al final que tampoco consigo recordar.
Ahora sale el sol, mi cabeza parece ser una mandarina pelada y el resto del mundo son solo una bandada de pajarracos acechando mis jugosos gajos. El temor sigue siendo una sombra desnuda para mis veintitrés heridas mortales, pero nunca más desperdiciaré mi tiempo pidiéndome perdón a mi mismo. Por esto continuo bebiendo sangre robada de vuestro templo, cuando las noches son mugrientas y nos separan…
Perdí aquel relato y en su lugar escribí otros muchos, y también conocí lugares y gentes nuevas. Encontré un sendero en la piel de un Dios de alquiler, alejado de vuestra prisión de nubes sangrientas. Y me aferré, desesperado, a mi soledad para no doblegar mi paso esperanzado. Y aquel devaneo que pensé duraría solo algunas semanas, se transformó en un inesperado noviazgo de casi un año.
Llegaría el final de mi historia en Alemania, sin saber que volvería, entendiéndo que la felicidad ni se busca ni se alcanza, la felicidad se desarrolla y eso conlleva tiempo… El tiempo necesario para descubrir que aquellas dos hermosas mujeres tan solo eran dos ratas muertas pudriéndose lentamente en mi ventana.
Me siento en mi cama, saco un papel, un boli y sonrío. Voy recordando mi sueño, mientras comprendo que aquel lazo de seda une un principio con su final y que, en realidad, nada y a la vez todo se puede resumir en algo tan simple como eso.

Iván Sáinz-Pardo
"El Sendero de la oveja negra"
N 33042/1997
R.P.I: VA-1329

LOLIN (Rescatado)

LOLIN (Rescatado)

Voy a apretar de nuevo los dientes sin la intención de seguir espabilando esta historia muerta. El cascarón es demasiado estrecho y los bordes punzantes se me clavan en el costado. Todo el mundo está triste a mí alrededor, y yo, mientras tanto, trato de desaparecer cada día transformándome en cosas en las que antes nunca creí. El polen en flor vuela por los aires, lo inunda todo, y mis ojos y mi nariz se irritan sin remedio.

Lolín era una amiga mía del colegio. Íbamos siempre juntos a todos los sitios y recuerdo que también ella tenía una alergia terrible al polen. Lolín era una chica, pero jugaba al fútbol mejor que yo. Lolín era una chica, pero cazaba enormes lagartos verdes y encestaba triples.
Las chicas, en el colegio, acostumbran a jugar a la goma y a corretear histéricas por el patio. Piensan siempre en el día de los enamorados y en hacer a tiempo los deberes. Lolín parecía un chico. Lolín jugaba a las chapas, a hacer rabiar a las otras chicas, a la guerra de piedras, a subir a los árboles, al fútbol, y era cinturón naranja de kárate.
Yo, al principio, me apunté al equipo de futbito sin demasiado interés, y acabé siendo el portero. Lo cierto es que siempre pensaba en todo menos en lo que hacía en cada momento. Nada me interesaba lo más mínimo. Me dejaba llevar, siempre ausente, inmerso en mi propio mundo.
De niños deambulamos como marionetas sin función, nos movemos por ahí, cargando con todas nuestras preguntas y temores a cuestas, preguntándonos si estarán o no suficientemente limpias las manos que, desde abajo, nos mueven y nos dirigen.

-La función va a empezar:

El colegio, moscas en la ventana, bocadillos de tulipán y chorizo, Lorenzo, pepinillos y cebolletas, el equipo A, las Navidades en Puente Viesgo, sed, polvo, ortigas, el Capitán Trueno, aquellos niños perdidos en un laberinto, charcos, los deberes, el miedo a los médicos, alubias y pescado, Informe Semanal, la fiebre, divisiones, cumpleaños, cubatas de ginebra para mi madre, La historia interminable, papel cuadriculado, los helados de Petri, dolor de anginas, películas de vaqueros, raíces cuadradas, pipas saladas, mi tía Eva, peonzas, filetes de hígado, por la tele niños como de mentira en Etiopía, Asun, el dolor de rodillas por el crecimiento, David, las largas horas de recreo, El coche fantástico, la loción antipiojos, las heridas en las rodillas, Hugo y su Spectrum con teclas de goma, los domingos de kiosco, los abuelos, el accidente de los abuelos, mi padre sin sus padres, el comedor del colegio, El planeta imaginario, la lluvia, Juli la profesora, el miedo a la muerte, Canción triste de Hill Street, Togi, las canicas de colores, los intoxicados por la colza, la casa vieja, V, las aburridas clases de natación, los pepitos de chocolate que compraba papá para después de las aburridas clases de natación, los veranos en Puente Viesgo, más cumpleaños, Josefina y Bea, baños en el río, el anti piojos, La bola de cristal, el Cattos y el Artesa, el mal sabor de las lentejas, El increíble Hulk, Jorge García, el miedo a la oscuridad, El Comando G, golosinas, frío, Soco, E.T, petardos, vasos de leche, tía Tere, escritos en el diario, el señor don Ángel, Momo, soldados de plástico, caligrafía, Jorge Redondo, el cinematógrafo, los domingos en el campo, agua estancada, el carnaval, las mellizas, lagartos verdes, el Un, dos, tres, la playa, contar con el abuelo los carros de hierba de camino a la playa, el olor del Visvaporú, Henry, el miedo a que las cosas cambien, Alberto y sus inyecciones de insulina, aquel chandal siete días a la semana, recoger la cocina, el miedo a quedarme solo, el miedo a crecer, el peso de todos los miedos, Lolín, Lolín y su alergia al polen.

Antes de Lolín yo jugaba en el equipo de mi colegio al futbito. Nadie quería ser el portero, yo sí. En la portería, no tenía que estar todo el tiempo corriendo detrás de aquella estúpida pelota y disponía de más tiempo para mis divagaciones. Era mejor esperar allí y tratar de desbaratar las jugadas del contrario.
Yo tenía un traje azul y negro como el de Arconada y unos guantes de portero cuando no me los dejaba antes olvidados en algún sitio.
Creo que, a pesar de mi falta de interés, tenía un don especial para la portería. Lo paraba prácticamente todo, y los padres que nos iban a ver me aplaudían a rabiar.
El único problema eran mis gafas, bueno, mejor dicho, mi único problema eran mis cuatro dioptrías en cada ojo. Era el portero y el único del equipo con gafas.
Tenía la tediosa manía de destrozar unas gafas por partido, y no rompía más porque no solía tener de repuesto. Cuando las gafas se me rompían de un balonazo ya en la segunda parte, no era tanto problema, pero, cuando me las reventaban nada más comenzar, después no me quedaba otro remedio que parar a ciegas todo el resto del partido.
Pero no todas las veces paraba los balones con la cara, a veces también me daban balonazos en los huevos. Todos me aplaudían muchísimo, y yo, mientras, en el suelo, me retorcía de dolor.
Como sólo veía el balón cuando éste ya estaba demasiado cerca de mí, había desarrollado unos grandes reflejos. Pero siempre llegaba algo tarde, y era por eso que nunca acertaba a parar los balones con las manos.
A veces reservaba mis gafas para la segunda parte, que era cuando se resolvían los partidos. En la primera me freían a balonazos, pero de esta forma, al menos, podía ver algo de lo que ocurría en la segunda.
Los dos primeros años fueron los mejores, aun a pesar del dineral en gafas y el dolor de huevos, pero, al tercero, todos éramos ya más mayores y los balonazos comenzaron a ser mucho peores. Finalmente debí de cogerle miedo al balón y ya todo fue un desastre.

De pequeño observaba el cielo y las plantas y también a las hormigas y a todos los demás insectos. Me gustaba recrear grandes batallas entre los bichos, y con los hormigueros, me lo pasaba especialmente bien. Yo era un gigante, un humano monstruoso que aterrorizaba a toda una ciudad. Aplastaba con el pie a varias de ellas, y el resto, se volvían como locas entrando y saliendo de su hormiguero. Me gustaba simular sus voces:

-¡Nos atacan! ¡Corred, poneos todas a cubierto…!

-¡Hormiga Dios, sálvanos... Nos van a matar a todas! …

-¡Yo no quiero morir, tengo mujer hormiga y tres hormiguitas! …

-¡Estoy herida, he perdido una antena, que alguien me ayudeee!...

Después, al irme, me imaginaba como el protagonista del informativo de las hormigas:

-Buenas noches, hoy comenzamos nuestro espacio informativo con la triste noticia de la nueva matanza ocurrida en una de las poblaciones de Hormigafrágima del Norte donde más de una veintena de ciudadanas han perdido su vida, y cerca de una docena han sido heridas por el ataque de un humano asesino con gafas.
Nuestra hormiga reportera se ha desplazado hasta el lugar donde…

Algunos años más tarde llegó Lolín a nuestro colegio. Lolín tenía una hermana más pequeña y una madre con muchos problemas, del padre nunca supe nada. Creo que ella tampoco. Desde el principio nos caímos bien y empezamos a ir juntos. De Lolín recuerdo sobretodo eso: el Kárate y su alergia al polen.
Animado por ella, me apunté, unos años más tarde, también a Karate, y después de un tiempo, llegué a ser cinturón azul.
Recuerdo que el primer día, no sé por qué razón, me pusieron con los pequeños. Yo estaba nervioso y me sentía ridículo y extraño con ese karategui blanco. Hicimos media hora de calentamiento, y después, el profesor nos mandó colocarnos en filas. Lo cierto es que, además de nervioso, me sentía realmente fuera de lugar entre tanto kimono y tanta palabreja en japonés. En aquel gimnasio olía insoportablemente a pies y a sudor, pero nadie más que yo parecía apreciarlo, o al menos a nadie parecía importarle. Yo, mientras, no dejaba de pensar en la peli de “Kárate Kid”.
Hicimos el primer ejercicio de patada, y después el siguiente y otro, mientras yo, perdido como un cura en un burdel, trataba de imitar los movimientos de esos niños que me rodeaban por todos los lados con sus cinturones de colores. Entonces fue cuando ocurrió. El siguiente ejercicio era una patada giratoria hacia delante. Primero la hizo despacio el profesor, y detrás nos tocaba repetirla deprisa a nosotros. Dio la orden, y yo, sin ni siquiera darme cuenta, mandé de un patadón a casi tres metros de mí a la niña que tenía enfrente. Yo nunca había levantado tan alto las piernas y no era consciente de hasta dónde podía alcanzar. La niña, por supuesto, comenzó a llorar como una histérica, y todos se me quedaron mirando con caras extrañas. Recuerdo que enrojecí como una piruleta y deseé que me tragara la tierra.
El profesor necesitó varios minutos para calmar a la niña, e inmediatamente después, se volvió hacia mí.

-Muchacho, tú eres el que debe controlar tus piernas y no al contrario. Continúa trabajando.

Al siguiente día ya estaba con los mayores.
La verdad es que yo nunca he sido el mejor en ningún deporte, y pienso que quizás fuese porque siempre me cansé demasiado pronto de todos ellos.
Estuve apuntado a casi todo: un año en atletismo, tres en natación, otro en baloncesto. Hice un par de cursillos de tenis y jugué al béisbol, balonmano y boleyball. Pero lo del kárate fue gracias a Lolín, que me animó siempre desde el primer día en que la conocí.
En el comedor, teníamos casi tres horas libres para jugar en el patio, y muchas veces, jugabamos Lolín, Jorge García y yo juntos.
Un día en el que estábamos cogiendo fruta de los árboles y Lolín estaba subida a un peral, ésta nos sorprendió a Jorge y a mí asomados a la abertura que, desde abajo, se podía ver en su camiseta. Con cierta dificultad, se podía apreciar la forma de sus dos adolescentes pechos. Recuerdo que Jorge y yo nos reímos mucho y que ella, sin bajarse del árbol, nos llamó capullos y no le dio demasiada importancia.
Lolín y yo pasábamos horas y horas juntos cuando las horas eran largas como semanas, según esa percepción infantil del tiempo, y supongo que fue mi mejor amigo durante varios años; después, de alguna forma, no recuerdo tampoco cómo, desapareció de mi vida.

Una tarde, ya muchos años después, volviendo de la Universidad, me la encontré por la calle Santiago. Lolín tenía el pelo teñido medio de verde, desaliñado y de punta, y su aspecto era sucio y bastante lamentable. Llevaba cadenas y pendientes por todos los lados, unos pantalones manchados de lejía y una visible cojera. Quise alegrarme de verla, pero no sentí más que un conato de intranquilidad.
Nos saludamos y me contó que, un par de años atrás, había tenido un accidente por el cual había perdido la movilidad de una de sus piernas. También, cómo finalmente la tuvieron que colocar quirúrgicamente media rodilla de metal.
Lolín me acompañó hasta la parada relatándome todos y cada uno de los detalles de su operación, y una vez allí, sacó un pañuelo. Se sonó delante de mí, y sonriendo, me dijo:

-La alergia, ¿recuerdas?

Al encontrármela, yo sólo tenía un viaje en el bonobús y cuatrocientas pesetas, al regresar a casa en el autobús, únicamente me quedaba una especie de amarga melancolía.
Yo sabía perfectamente que mi dinero, a pesar de todo lo que ella decía, no la iba a ayudar en absoluto, y recuerdo también que, apoyado en la ventanilla, de camino a casa, me pregunté si la vida, realmente, trataba por igual a todos los niños y niñas.

Iván Sáinz-Pardo
"Al final del arco iris"
©-N333042/00

REGALO DE NAVIDAD (Rescatado)

REGALO DE NAVIDAD (Rescatado)

Las estrellas disfrazadas en su propio carnaval celeste, con la luna como testigo accidental, ignorada por todos, llorando su plata invisible por las mejillas de la ciudad. Calles maquilladas, luces de neón, compras impulsivas como bálsamo prefabricado, portales repletos de limosnas por llegar.

Observo cada nueva Navidad desde el mismo escaparate. Ante mí, circulan manadas de sonrisas de plástico, orientadas por rutinas consumistas de desilusión.
Los capullos motorizados dando su mejor do de pecho, especialmente alterados, esclavizados y ebrios por insulsas comidas de empresa.

Esta prohibido ser adulto en Navidad. Los villancicos se venden como politonos y desde Oriente ya no premian la buena voluntad de los niños de Occidente. Hay guerra Santa declarada y los tres reyes pertenecen a Al-Qaeda.
El papa Noel, fumando un Camel, se detiene un momento ante mi pobre escaparate y se ríe de mí. Es un informático desempleado, un tipo paseándose con desgana, ofreciendo caramelos caducados bajo una barba falsa. Un memo que únicamente sirve para bajarse fotos pedófilas de Internet y promocionar subliminalmente la Coca-Cola.

Entonces pasas tú. Me ves y me sonríes, y yo, desde el otro lado del cristal, te grito:

-!La Navidad no existe! Cómprame ahora, regálame, aunque cueste mucho más. No podré aguantar hasta las rebajas.

Iván Sáinz-Pardo
"La ira dormida" ©2005

LAS ALMENDRAS (Post rescatado)

LAS ALMENDRAS (Post rescatado)

De oca a oca y tiro por que me toca, un seis y me iré directo al calabozo. Tengo sin embargo cinco posibilidades para seguir comiendo paté de primera clase. Cinco números para seguir escuchando finales de historias que aún no han comenzado, para imitar con el corazón el ritmo de un piano demasiado nervioso y sucumbir a una noche más delante del ordenador.
Una vez tuve un amigo que tenía una madre. Eso no resulta peculiar ni mucho menos, de hecho todo el mundo que yo conocía por aquel entonces tenía al menos una. Pero este amigo tenía una madre muy especial; cada tarde, antes de mandarnos de nuevo al parque, aquella señora nos preparaba almendras garrapiñadas y nos las repartía por igual como si del legado de dos buenos hermanos se tratara.
Cada día, tras la escuela, nos montaban en un autobús que nos repartía a cada uno, parada por parada, de vuelta a casa, junto con nuestro bocadillo y nuestros dibujos animados.
Si la tarde era buena, a veces, podíamos aplazar nuestros deberes y Asun, la chica que nos cuidaba, nos llevaba a mi hermana y a mí a la Plaza San Juan donde me solía reunir con los mismos chavales de siempre.
Lo primero que hacía nada más llegar, era subir por las escaleras a la casa de mi amigo. Aún recuerdo la excitación que me provocaba aquel olor producido por el azúcar caramelizándose sobre el fuego. Siempre encontraba la puerta de la casa ligeramente entornada, y en la cocina, al entrar, a aquella mujer mayor y su acostumbrado beso de recibimiento en la frente:

-¿Qué tal en el colegio?

Y sentados en una banqueta esperábamos con impaciencia las almendras.
Yo en aquella plaza, cada tarde, me dedicaba casi exclusivamente a extraviar diferentes objetos:
Mi balón nuevo de reglamento, el monopatín de competición, el saquito de canicas, unos zapatos negros, unos guantes de portero, aquella colección de marionetas de Barrio Sésamo…
Además de perder cosas y, posteriormente, llorar por ellas, también jugaba a las chapas y a las peonzas. Pero cuando también perdía mi peonza o nos daban algo de dinero, comprábamos petardos en el kiosco de la señora Rosa para saciar nuestro sadismo infantil haciendo explotar escarabajos, gusanos y todo ese tipo de bichos.
No recuerdo la última vez que subí por aquella escalera. Ni recuerdo cuando fue la última vez que comí de aquellas almendras. Supongo que todo transcurrió con bastante normalidad, pero el caso es que llevábamos varios meses ya sin subir a la casa.

Una tarde de otoño el cielo amenazaba con diluviar, mientras mi amigo y yo, reventábamos una lagartija atándola viva a uno de los petardos de la señora Rosa. En cuclillas, observando los pedacitos del animal esparcidos entre la arena, mi amigo se puso a llorar, y sin levantar la vista del suelo, exclamó:

-Mi madre esta muerta.

En un instante anocheció, perdí mi bufanda nueva, comenzó a llover y Asun nos llevó de vuelta a casa.
Una vez allí, cené, y esa vez, sin llorar como era costumbre por lo que había perdido, me metí en la cama.
Mi amigo ya no tenía madre, y yo, en realidad, no era capaz de comprender lo que, en sí mismo, todo aquello significaba.

Iván Sáinz-Pardo
"Al final del arco iris"
©-N333042/00

SENTADO EN EL LABERINTO (Rescatado)

SENTADO EN EL LABERINTO (Rescatado)

Sentado en el laberinto, miro a un punto fijo sin mirar, espero sin esperar y cuento los minutos, los segundos, las horas y los días con una calculadora de bolsillo.
En el laberinto, hay rosas de muchos colores, pero todas pinchan. Y hay desgraciados desparramados por los bancos, que beben cerveza de lata ya desde las siete de la mañana. Uno se levanta con desgana para ir a trabajar, con el estómago aún encogido, y se los encuentra abriendo ya la primera. A la vuelta, siguen aún en el mismo sitio, así, como si el tiempo no pasara, ebrios, alborotando como chiquillos.
Ahora cuento con mi calculadora los trabajos en los que no me gustaría trabajar y utilizo las centenas y los millares, mientras, los pájaros pían confundidos sin saberse sus propias canciones.
Aquí sentado, me gusta observar a la gente e imaginar sus vidas. Aquí sentado, me gusta imaginar a la gente y observar sus vidas. Aquí sentado, circulan delante de mí, todas esas vidas silenciosas, gentes con prisas en los bolsillos, gentes sin rostros peculiares, sin respuestas, ni mensaje.
Llueve sobre y bajo el telón gris de los días, lluvia amarga que cala desde arriba, y desde abajo. Llueven lágrimas de ciudad por los cuatro costados, y los autos sacuden su ira en tormentas ficticias, rasgando silencios. Las ambulancias y la policía de sirenas estridentes deambulan, fugaces, buscando desgracias y vidas consumidas y moribundas.
En el laberinto hay mafias rusas, mafias chinas, turcas, albanesas e italianas. Hay tantos por cientos, pizzerías, tagesmenü a diez marcos, autobuses que llegan con retraso, jóvenes prostituidos por la telefonía móvil, locales de alquiler, turcos pobres con BMWs caros, animales domésticos, kebabs, McDonalds y terrazas llenas de jarras de cerveza a cambio de monedas y billetes que van y vienen en transacciones calculadas y aburridas.
Sentado en el laberinto, cierro los ojos e intento dormir un poco, con la intención de recuperar las fuerzas perdidas. Más tarde podré seguir buscando un instante, una sensación verdadera, un pedacito de felicidad con forma de puerta de salida.

Iván Sáinz-Pardo
"Al final del arco iris"
©-N333042/00

SUERTE (Rescatado)

SUERTE (Rescatado)

Hoy soy una jodida ulcera en el estomago de mi propio destino. Hoy soy el único sendero, la silla mas incomoda, soy el despertador que menos madruga. Hoy soy comida para peces, pero vosotros ni siquiera sabéis nadar. Hoy mi suerte es como un puñado de burbujas de jabón escapándose por la ventana del despropósito, aunque no por ello, voy a malvenderos mi buena estrella.

Iván Sáinz-Pardo
"El sendero de la oveja negra"
N 33042/1997
R.P.I: VA-1329