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EL ESCONDITE DE IVÁN

LA IRA DORMIDA

EN EL OTRO LADO

EN EL OTRO LADO


Las miradas huyen, se descalzan los días a tu alrededor. Puedes darle la espalda a la tempestad, ir a contra corriente. Pero no es un trozo de nube en tu cabeza lo que te impulsa a huir, sino el miedo a enfrentarte a un final verdadero.
Entiendo que no volverás. Y en ese preciso instante, nuestra isla se transforma en un hongo gigantesco. Sube, crece y se alza majestuosamente en el horizonte. Por un momento me urgo en los oídos, hay un silencio absoluto, como una repentina sordera, y a la vez, todo el oxigeno de mis pulmones y el que hay a mi alrededor, desaparece. El hongo, por unos instantes, lo absorbe todo por completo. Entonces, un huracán abrasador me da alcance lanzándome violentamente por los aires.
Tu vello se eriza, te detienes y vuelves la cabeza. Una vez más, escuchas ese extraño murmullo. Lo ignoras y continúas caminando hacia delante, sin la intención de detenerte nunca más.
El cielo se tiñe de sangre de delfines y yo cierro mis ojos. Surco los aires sin control alguno. Quiero volar hasta donde tu estas. Solo deseo que la honda expansiva se convierta hoy en mi mejor aliada. Me concentro en tu rostro. Únicamente deseo alcanzarte, encontrarte, llegar hasta ti y volverte a ver, aunque nuestros silencios sean siempre como agujeros negros donde desaparecen cada una de nuestras palabras.
Abro los ojos. Planeo por encima de un mundo que ya no me pertenece, el tuyo. Solo pienso en ti, mientras mi piel se desprende a jirones. Después viene la carne y la erosión de los huesos, y así voy dejándome atrás, transformándome, poco a poco, en polvo de estrellas.
¿Sabes?, se puede amar en silencio. Yo lo hago y ya no soy más que un débil murmullo en tu nuca. No existo, desaparecí para siempre la noche que tu dejaste de mirar el cielo, la noche que dejaste de soñar conmigo para despertar ahí, sin mí, en el otro lado.

Iván Sáinz-Pardo
"La ira dormida" ©2006

QUIERO VOLAR (Final)

QUIERO VOLAR (Final)

Nos tomamos un cocktail en un bar cubano. Quitando a un par de parejas alemanas batiendo las caderas y dándolo todo en la pista y un par de solteronas vigilando milimétricamente cada uno de nuestros movimientos, el lugar se mostraba bastante desierto, apagado y gris para un sábado noche.
Sin embargo, Philip esta animado, el ron con cola de casa ha hecho rápidamente su efecto. Mi cocktail esta rico y emborracha poco. El de Philip sabe a rayos y coloca con solo mirarlo. Podemos intentarlo en otro sitio, pero yo no quiero forzar por esta vez y ya estoy bastante cansado tras mi patética acción en el aeropuerto, cargando inútilmente con mi equipaje de un lado para otro durante horas. Philip necesita intercambiar algo de su fogosidad etílica por calorías para entretener un poco el estomago. Nos decidimos por degustar una currywurst con salsa “brutal” y patatas en un garito cerca de casa.
El martes pasado volví a casa a las 9 de la mañana en unas condiciones físicas y psíquicas parecidas a las de un kilo de carne picada arrojadas y esparcidas por el suelo de una consulta odontológica. Puede ser la edad, sin duda, o la falta de hábito, pero mezclar como mezclo yo a veces, es como cruzar, a ciegas y a la carrera, por una autopista de ocho carriles. Tequila, cerveza, Vodka, ron, y demasiados chupitos de Ramazzoti y Jägermeister para un martes noche. No hay organismo que lo resista. Un suicidio en toda regla para celebrar que terminamos nuestros deberes con el departamento de técnica de la Escuela y que ya entregamos y presentamos nuestro documental.
Pero esta vez no deseo cagarla. He quedado con Dolores a las 9:45 en Leonrodplatz y ella me acercará junto a sus dos amigos hasta el aeropuerto.

Resguardecido bajo la parada del tranvía estoy allí esperando, 5 minutos antes de la hora. La lluvia cae racheada y me cala los bajos de los pantalones. Llevo la misma ropa de ayer. Es como si llevara dos semanas vestido igual, luchando por regresar casa.
Es increíble como se transforma el estado anímico de uno de un momento al siguiente. Durante esos 5 minutos hasta las diez menos cuarto, todos eran pensamientos triunfistas y positivos en mi cabeza:

“Lo he conseguido”, “Ahora sí que sí”, “Pronto estaré en casa”.

Pero al pasar tan solo un minuto de menos cuarto los pensamientos dan un inesperado giro de 180 grados.

“Mierda, seguro que no viene”, “¿Qué cojones hago yo aquí?”, “¿Y si todo no era más que una jodida broma?” “¿Me dará tiempo a pillar el tren al aeropuerto?”, “¿Y un taxi?”…

No, otra vez no, por favor… y entonces aparece el Twingo plateado de Dolores y se detiene cerca de mí. Volvemos al optimismo mientras corremos estúpidamente hacia el coche.

Al llegar a la Terminal 1, volvemos a sentirnos con esa extraña sensación de Deja Vu, como si una de nuestras vidas hubiera transcurrido completamente en ese aeropuerto, en esa dichosa Terminal de aeropuerto, con ese abrigo gris, esa bolsa y esa maleta de viaje.
Esta vez, facturo la maleta con mi desodorante, mi bote de perfume casi terminado y la pasta dentrífica dentro. Esta vez hay tiempo, todo parece estar en orden con mi nuevo billete y los nervios parecen haber desaparecido.

Paso el control de seguridad con los dientes apretados. Les demuestro que mi portátil no es una bomba en contra de la democracia y la paz mundial y entonces me descubro allí, como cabreado por dentro. Me descubro serio, enfadado, molesto por este trámite absurdo, por toda esta parafernalia en nombre de la seguridad que ya todo el mundo adivina y descubre como mera burocracia mercantil y económica. Los aeropuertos, poco a poco, pertenecerán todos a los mismos gobiernos que cambian las leyes para transformar sus concurridísimas propiedades en simples centros comerciales donde explotar y forzar al usuario a un consumo despiadado, mientras, además, se le permite de paso volar. Yo no estoy dispuesto a participar un segundo más en todo este descarado circo. No pienso volver a pagar 3,60€ por un puto café, ni voy a comprar absolutamente nada de estas putas tiendas donde todo te cuesta tres veces más caro y en donde además te la meten por detrás susurrándote al oído no se que de “Disfrute de nuestro Duty free”.

Busco mi taquilla de embarque y me siento cerca. Me apetece mucho un café. Lo necesito, pero hay que ser fuerte. Ya no queda tanto para embarcar. Quizás me tome uno en Mallorca mientras espero el avión hasta Barcelona. Al menos podré consolarme con dejar el dinero en lugar patrio. Aunque, posiblemente, me ofrezcan uno en el avión. Con Air Berlin aún ofrecen algo sin tener que pagarlo durante el trayecto.

Pasan diez minutos de la hora de subir al avión y aquí no pasa nada de nada. Entonces anuncian un retraso de veinte minutos. Mierda. Quiero un café. Me esperaré, veinte minutos no son tanto. No quiero leer. Quiero un café. No quiero pensar más. Estoy cansado. Quiero un café. Me duele la cabeza. Solo quiero apoyar mi cabeza en la ventanilla del avión y volar a casa.
Los dos amigos de Dolores que viajarán conmigo hasta Mallorca, esperan pacientemente. Entonces anuncian de nuevo algo por megafonía:

Debido a un fallo técnico la maquina no esta preparada para volar y no se sabe si hoy se podrá efectuar el vuelo.

Todo el mundo corre a ventanilla. Yo suspiro y trato de asimilar la noticia. Miro a los lados en busca de la cámara oculta. Nos informan de que la avería puede tardar indefinidamente y no nos garantizan que volaremos hoy. Lo más probable es que nos toque pasar todo el domingo en el aeropuerto para después tener que quedarnos aquí otra noche más. La gente esta muy nerviosa. Yo ya voy pasado de tuerca. He vuelto a pagar un billete y resulta que no voy a volar. Se especula que en el mejor de los casos, volaremos hasta Mallorca a alguna hora del día o de la noche y que nos tocará esperar allí otra noche. Yo perderé mi trasbordo en Mallorca hasta Barcelona. Ya no hay duda. Ya no hay más información.

Dentro de dos horas tendrán que darnos algo de beber y de comer. Nada tiene sentido. No me puedo ir, no puedo volar. Estoy atrapado.

Saco 5 € del bolsillo y me voy con la cabeza gacha a por un Latte Macciatto. Me siento con el café en una mesa con vistas a nuestro avión averiado.

De pie, delante de una mesa, se encuentran los pilotos de nuestro avión. Son dos super pijos alemanes vestidos de uniforme. Fuman y beben café, charlotean mientras miran a todo el mundo por encima del hombro.
Juego a leerles los labios:

-La zorra de anoche no quería hacérselo con Peter y conmigo a la vez. Decía que Peter estaba demasiado puesto.

-¿Aun sigue con lo suyo? ¿No lo había dejado?

-Nos metimos cuatro gramos entre los tres, pero Peter ya venía muy puesto de una fiesta de Azafatas. Me contó que venían el y Micha de tirarse a dos nuevas y estaba euforico y bastante agresivo.

-¡Micha es el de Lufthansa? ¿El del golf?

-Sí, el de la madre Saudí. Discutieron delante mío, me calenté y le solté una ostia.

-¿A Peter?

-A Anne, que coños. Si ella y su puto culo de novata no estan por la labor, hay muchas otras esperando.

-Oye, ¿y Hess? ¿Qué pasa con él?

-Esta jodido de ayer. Hizo una fiesta privada de esas en su Villa. No levanta cabeza desde su divorcio. No ha avisado. Han ido a buscar otro piloto. Los de arriba ya están bastante hartos. Tardaremos un par de horas en despegar.

-¿Otro café?

-Voy al baño. ¿Quieres una?

El juego de leer los labios me aburre pronto. Derrotado, vencido, saco el portátil que aún dispondrá de batería durante hora y media aproximadamente. Voy a escribir uno de esos post frenéticos y larguísimos que después nadie tiene realmente ganas de leer en Internet. Tendrá dos partes como mínimo, después ya no habrá batería para más aventura. Quizás si cierro aquí la segunda parte, antes de que ocurra más, se terminará esta pesadilla y podré volver por fin a casa.
Y así, me pongo a escribir deprisa y sin parar, mientras la gente sigue agolpada en la taquilla de embarque pidiendo explicaciones. Quizás, si termino de escribir el segundo post antes de que ocurran más cosas, pueda conseguir vencer toda esta cadena de despropósitos, quizás pueda ponerle un punto y final a este estado de limbo eterno.

Se acaba la batería. No importa, continuo en una servilleta. Escribo como ahora mismo volverán a llamar por megafonía, milagrosamente la avería se habrá solucionado. El vuelo a Barcelona esperará dos horas por nosotros y además me ahorraré todo el viaje en metro y en tren hasta San Cugat, porque a Marc le vendrá estupendamente bien venirme a buscar al aeropuerto. Puedo visualizar el final. No habrá un tercer post. Tampoco un cuarto post. Estoy en la bañera. Lola resopla tranquila a mi lado, tumbada en el suelo. Estoy en la bañera. Estoy en la bañera…

Lola mordisquea la servilleta y yo por fin sonrío con mi cuerpo desnudo entre la espuma, descansando en el interior de la bañera.
Quiero volar. Quiero volar. A veces inventarse un final e invocarse a él puede funcionar. A veces podemos adelantarnos a los acontecimientos y ponerle un final al post de nuestras vidas. Simplemente hay que creerlo. Creerlo e intentarlo.

Iván Sáinz-Pardo
"La ira dormida" ©2006

QUIERO VOLAR (Parte 1º)

QUIERO VOLAR (Parte 1º)

Entro al piso de Philip, el aún no ha llegado. Tengo la moral alta y voy bastante acelerado. La última visita a la oficina de Quirin y Max, hace ya unos meses, fue algo extraña y desesperanzadora. Salí de allí con cierta sensación de desgarro interior y un desasosiego pegajoso y pesado. Esta vez fue todo lo contrario. Además, me alegraba con la idea de verme pronto sacando a Lola a pasear y disfrutando de unos días de tranquilidad en casa. Lucy, lamentablemente, no me espera allí porque esta en Baltimore visitando a su hermana y no volverá hasta dentro de varios días.
No queda mucho para las cinco. Pongo agua a calentar, una sartén al fuego, corto cebolla, la mezclo con la carne picada que compré el otro día en el Plus. Preparo una ensalada. La pequeña nevera del pisito de philip enfría demasiado. La lechuga esta cristalizando.
Philip llega acompañado de Carmen, una colombiana que estudia dirección de arte y a la que acaba de conocer en la Escuela.
De donde comen dos, comen tres. Yo como bastante a la carrera, aún no he hecho la maleta. Tengo casi una hora de metro hasta llegar al aeropuerto.
A las cinco y cuarto ya me he despedido y salgo por la puerta.

Cojo el metro dos estaciones hasta la Hauptbahnhof. Allí me dirijo hasta el tren de cercanías. Voy con el tiempo un poco justo. En el andén se apelotona demasiada gente. Enseguida noto que algo no va bien.

“Bueno, es sábado, quizás sea normal” Pienso.

El próximo tren al aeropuerto sale en doce minutos. Tengo un billete que me permite viajar por el centro hasta el lunes, es un Wochenkarte. No se como hacer para ahorrarme las estaciones que este billete me cubren. Tendría que salir del tren en Ostbahnhof y picar allí con un nuevo billete. Perdería el tren y me tocaría esperar al siguiente. No me queda tiempo para eso. No tiene sentido. Compro un nuevo billete. Me gasto 9,60 €.
Pasan 10 minutos e, inesperadamente, se apagan todos los paneles indicadores. La gente se miran los unos a los otros. Una voz en megafonía anuncia algo en un tono inteligible. No pinta nada bien. Agentes de seguridad reparten explicaciones. Me acerco y pregunto. Ha habido un accidente y se suspenden todos los trenes.
A duras penas, entre el caos, consigo entender el consejo que necesito. Si voy con el metro U5 hasta Ostbahnhof, allí quizás pueda conseguir coger el tren que va al aeropuerto. Corro con mi bolsa y mi maleta por las escaleras arriba. Atravieso la estación central. Esta abarrotada de gente. Comienzo a sudar. Bajo unas escaleras. Subo otras. Llego al metro. Busco el andén correcto. El próximo metro llegará en 9 minutos. Son las 17:45. Hago cálculos. Necesitaré 50 minutos para llegar. Mi vuelo sale a las 19:15 y debo estar una hora antes. No tengo ticket aún. Solo un código que me apunte de Internet. ¿Dónde esta el papel donde lo apunte? No lo encuentro por ningún lado. No importa. Otras veces he sacado el billete únicamente con el carné de identidad.
Llega el metro. Esta abarrotado debido al caos de los trenes. Cada parada de estación dura el doble. Gente apretándose, las puertas que no cierran. Miro el reloj una y otra vez.
Llego a Ostbahnhof. Corro por las escaleras. Llego al andén correcto. El próximo tren es el que va al aeropuerto. Son las 18:05. Llega un tren pero no dejan entrar. Llega otro y sucede lo mismo. “Bitte nicht einsteigen” Se apagan los paneles de información, pero por megafonía anuncian mi tren. Sin embargo, los minutos pasan y este no llega. Son las 18:15. Un alemán con una maleta me pregunta si también voy al aeropuerto. Le propongo coger un taxi a medias. El tiene un cuarto de hora más y el billete ya sacado. Aún así, esta nervioso. Vuelven a anunciar nuestro tren. Llega, pero va en otra dirección. Tengo ganas de matar a alguien. Por megafonía anuncian entonces nuevas órdenes. Para ir al aeropuerto tendremos que cambiar ahora de andén y coger el próximo tren al aeropuerto desde allí. El alemán me mira y yo niego con la cabeza. Ese tren, si es que por fin llega en el otro andén, tendrá que atravesar de nuevo toda la ciudad para ir por el otro lado hacia el aeropuerto. Desde donde ahora nos encontramos, esto significaría algo más de una hora. Demasiado tarde para los dos. Sobretodo para mí.
Corremos con las maletas escaleras abajo. Buscamos la salida. Y allí un taxi. Miro el reloj. El Taxi ya solo me podría salvar si mi vuelo sale con algo de retraso. Es una putada. Es una locura. Tengo que intentarlo.
Un taxi pasa por el otro lado de la calle. Doy un grito y corro hasta la mitad de la calle. El taxi para. Pregunto cuanto cuesta el taxi desde allí al aeropuerto. Serán 25€ y necesitará una media hora. Entramos dentro. Le digo que necesito que llegue en veinte minutos o el viaje no me habrá servido para nada. Esta dispuesto a intentarlo. Pero llueve, es sábado y el tráfico es terrible. El alemán va sentado adelante y charla tranquilamente con el taxista. Yo voy detrás, resignado, sin ninguna gana de estarlo.
Es de noche y todas las canciones que provienen de la radio del taxista parecen querer burlarse de mi situación. Un niño rubio me enseña la lengua desde la parte trasera de un coche familiar. La música se entrelaza a los chasquidos de la otra emisora del taxista donde la voz de cincuentona bavara anuncia insistentemente la clientela del teletaxi. Ya van 49 € y aquí nadie se inmuta. Yo estoy retorciéndome por dentro.

-Dije que costaría unos 55 €.
Contesta el taxista a mi queja. Al final son 58 €, le doy 27€ al alemán y salgo corriendo. El taxista me firma una factura para poder reclamar sin yo siquiera pedirlo. Sabe que solo un milagro podrá conseguir que yo coja ese vuelo.

Air Berlin, Terminal 1, estoy bien. Son las 18:55. Tiro de mis maletas por toda la Terminal 1. No hay nadie a la cola. Un señor bastante enjuto y con cara de haber recibido hordas enteras de collejas en los recreos de su etapa escolar, me mira como si yo estuviera mal de la cabeza.

-Eso es imposible. Hoy no tenemos más vuelos con Air Berlin. Acompáñeme.

Le acompaño ante otro mostrador donde dos jovencitas me atienden. Me piden la confirmación. Ya no tengo la nota donde lo tenía apuntado. Pero se que salía a las 19:15 Munich- Mallorca- Barcelona.
Una de ellas mira en otras compañías. A las 19:30 vuela Lufthansa en vuelo directo a Barcelona.

“Mierda, eso es, me he equivocado y vuelo directo a Barcelona”

Son las 19:05. Les pido que llamen a Lufthansa para avisar. Pero las taquillas están en la Terminal 2. Salgo corriendo con las maletas. Bajo unas escaleras mecánicas, corro por los pasillos. Me paro respiro. Continúo a la carrera. La Terminal 1 no termina nunca. A la derecha, recto, a la izquierda, más escaleras. Salgo del edificio. Me paro, respiro. Continuo, entro en otro edificio, subo unas escaleras. Pregunto, corro por un pasillo. Sin aire llego a una taquilla. Una mujer me atiende. Le doy el carné de identidad y trato de explicarme a duras penas bajo la respiración entrecortada. Ella sonríe y me pregunta si llevo líquidos en la maleta. Saco el neceser y extraigo un bote casi vacío de Massimo dutty, un bote de pasta dentrífica ya prácticamente en las últimas y un bote de desodorante. Lo coloco todo encima del mostrador.

-Todo lo llevo como equipaje de mano. No hay tiempo. Aquí se quedan. Solo quiero coger ese avión.

Ella me busca en el ordenador. No estoy. Lo intenta con mi apellido. Solo con el nombre. Segundo apellido. Miro el reloj. Son las 19:18. Me manda a checking. Subo unas escaleras. Vuelvo a correr. Se me cae el tubo de pasta dentrífica. No importa. Me pongo a una cola. No hay tiempo. Me cuelo. Un oriental gesticula y se queja en silencio. La mujer me busca en su ordenador. Mi nombre no esta. No puede ser. La mujer mira el bote de desodorante. Después me mira allí, todo sudado. Supongo que piensa en descargármelo entero y sin piedad. Yo busco el papelito dichoso donde anote mi número de reserva y el número del avión. Ha desaparecido. No lo llevo encima. Llamo a Philip por teléfono. Le doy mi clave de email. Philip chequea mi cuenta. Me repasa toda la lista de emails.

“Mierda tengo bastantes mensajes por contestar. Vaya, no me tengo que olvidar de…”

Philip encuentra la confirmación de mi compra por Internet. Mi vuelo era con Air Berlin a las 11:50 de la mañana. Me equivoqué al apuntarme la hora en aquel papelito que ya ni siquiera encuentro.

Descubrir que uno ha hecho el imbécil de forma gratuita y soberana es una sensación contradictoria, una mezcla de resignación, de rabia y de una turbadora paz interior que le aturde a uno importantemente.

No hay asientos libres para hoy ni mañana con Lufthansa. Cojo mi desodorante, la colonia, la maleta y mi bolsa y vuelvo a bajar las escaleras. Con cara de poker regreso a la Terminal 1. Recojo del suelo la pasta dentrífica. El camino se me hace más largo.

Llego de nuevo a las ventanillas de Air Berlin. Una de las chicas ha cambiado, la otra me mira expectante. Efectivamente encuentran mi nombre entre los pasajeros del vuelo de por la mañana. Se me ofrecen entonces dos maravillosas posibilidades de continuar con esta putada:
Comprar de nuevo por 130€ un vuelo para las 6 de la mañana o por 180€ uno a las 11:50, en cualquiera de los casos me tocará esperar toda la noche.

“Podía haber sido aún peor” “Sí, sí, muchas veces ya no hay plazas en varios días”

Apuntan ellas con una sonrisa. Yo no puedo pensar. Necesito sentarme un segundo. Ellas además me informan de que cerrarán en varios minutos y me tengo que decidir ya. Yo les ofrezco a cambio un descalabro con aspiraciones a sonrisa y me derrumbo en un banco a pocos metros de donde están ellas.

Son las 19:48. Si quiero coger el avión de las 6:00, tengo que quedarme en el aeropuerto diez horas esperando. No hay trenes hacia el aeropuerto a las cuatro de la mañana. Después viajar durante horas, volver a esperar y embarcar en Mallorca… buff.
Si pago cincuenta euros más puedo coger el de las 11:50 e ir a dormir donde Philip una noche más.
Llamo a Philip y me anima naturalmente a que coja este último.

Vuelvo a situarme en taquilla. Una de las dos chicas me pregunta si hablo español. Resulta que ella es mallorquina y se llama Dolores. Dolores me cuenta que unos amigos suyos que están de visita también cogerán el mismo avión de las 11:50 a Mallorca. Ella termina en diez minutos y se ofrece a llevarme con su coche hasta Munich y mañana recogerme en Leonrodplatz y llevarme al aeropuerto con sus amigos. Compro el vuelo inmediatamente y ellas terminan su jornada de trabajo.
La compañera de Dolores, mientras vamos en busca del coche, me confiesa que una situación parecida a esta es impensable entre dos alemanes. Me pregunta si los españoles siempre nos ayudamos entre nosotros. Yo no se que opinar al respecto. Mis pies están cargados como dos cañones de barco. Me duele la cabeza.

Entro al piso de Philip. Dejo el abrigo, las maletas, me quito las playeras. Philip se ríe y chocamos los cinco. Han pasado cuatro horas, me he gastado más de 200 €, es sábado por la noche y aún sigo en Munich.

-Philip, necesito una cerveza.

Iván Sáinz-Pardo
"La ira dormida" ©2006

LA COLMENA

LA COLMENA

Me he levantado.
He colgado con una pinza de plástico mi alma boca abajo, para dormir acurrucado en las estaciones de metro de ciudades que no existen. He vomitado trocitos del pasado en un lavabo nuevo y he abierto puertas ajenas con unas llaves que encontré una noche en una maceta azul.
Pero no soy yo quien no descubre los libros de las oportunidades a tiempo. No soy yo quien siempre lleva consigo las zapatillas de casa en sus sueños. No soy yo quien llega tarde a las cosas hermosas, ni quien pierde para siempre a un amigo en el mar. Yo solo soy una mancha, un blackout en una mentira disfrazada de vida. Solo soy una ventana más en un edificio infinito, abierta al mundo que habita dentro de mi cabeza.

Iván Sáinz-Pardo
"La ira dormida" ©2006

MILATI

MILATI


Un techo gris de nubes, una incisión profunda, un asiento en primera, una camisa de segunda, un tercero de bronce, un cuarto cerrado con llave, un quinto con ático y un sexto sentido para no perder el sinsentido de no conocernos mejor y cruzarnos así, sin más.
Buda murió de hambre, con los ojos hinchados en sangre, sentado en una taza de roble, en un water de ministro.
Música oriental, agua con gas y las repetidas reverencias de Milati, una chinita de formas y modales exquisitos.
Sentado en un sillón de cuero, callo y aguanto la mirada, mientras mi reflejo no para de hablar un solo segundo. Con el pensamiento, mientras, persigo un rastro sospechoso, desconocido, un sendero inventado por puercos amaestrados.
La puerta esta abierta, pero mejor no la atravieso, por prudencia. Un susurro al oído me muestra un escudo protector, hasta ahora invisible. Descubro entonces un botón escondido, una estadística sin nombres, una espera con sabor a jeroglífico y a café con demasiada leche.
Sonrisas talladas en estrellas fugaces huyen de mi cielo, me recriminan mi imperdonable falta de ambición. Berlín apaga entonces sus luces y me cede una gentil carrerilla, me permite el paso y me da una gris palmadita en la espalda. Yo doy la bienvenida a un nudo en la garganta, a una lazada en el estomago, a un roto en el vientre y atravieso de un salto el Spree, para estrellarme contra un “Hola, ¿como estas? sin prefijo, sin receptor, sin sentido.
Hoy soy como un ascensor sin destino, colgado, suspendido, anclado en un entrepiso. No subo, no bajo y la música de sintonía ameniza mi estúpido letargo.
Buda murió esperando, con sus labios untados de melaza, para el disfrute de las moscas orientales y los fumadores de puros cubanos.
Lagrimas de soja, sollozo contenido y minúsculo el de Milati, que, con el cargador vacío por las noches solitarias de arroz y Wahaha, me ofrece su última sonrisa, agradecida, por abandonar tan educadamente su mundo, así, en silencio, sin preguntar. Yo me agarro a mi propio mundo, al contagio de su guiño, y escupo el sabor de las despedidas por conveniencia. Pillo un taxi, pido más cafes y me guardo todas las propinas para comprar en el aeropuerto sellos con Buda dentro. Aún falta un buen rato para embarcar, no importa cuanto, mientras, y sin que tú lo sepas, Milati, devolveré por correo todas las noticias del mundo que no sean capaces de hacerte sonreír de nuevo.

Iván Sáinz-Pardo
"La ira dormida" ©2006


AUDIENCIA HAPPY

AUDIENCIA HAPPY

Cierro los ojos y nieva, mientras Philip y yo editamos sin pausa un documental para la Escuela en una habitación de cristal.
Un Kebap con mucha salsa de yogurt, un colchón en el suelo, “Calle 13” en la radio y una visita atrasada al reino de los ángeles dorados. Mañana madrugo para volar a Berlín.
La mirada del “Che” vuela alto y en Munich hace un frío del carajo. Busco una isla entre la niebla, una terapia sin quiste, un réquiem al abismo, un pasaje al mejor de tus sueños, una formula sin inventor, una jodida señal sin sorpresa.
Mañana se borrarán las huellas, se entrelazarán la vías y se reescribirán, caprichosamente, los capítulos de la nueva temporada en la serie de mi vida. Yo soy lo peor de toda mi audiencia y ya he encendido el “Emule” por si acaso.
Todo ocurre con naturalidad, sin forzar las cosas. Ya lo sé. No existe nada más épico que engullir la última esperanza con una sonrisa, mientras descubrimos que la felicidad es lo más parecido a comenzar a disfrutar de nuestras victorias, aunque sea apretando los dientes y reciclando todas nuestras derrotas.

Iván Sáinz-Pardo
"La ira dormida" ©2006


CONDENADOS A VOLAR

CONDENADOS A VOLAR

No puedo controlar el vuelo. Lo hago sin alas, huyendo con miedo de algo que ya olvidé, pero que aún me persigue, incansable.
No hay escondite, para los cuerpos momificados por el hastío de no despertar nunca. No despertar para evitar vivir más allá de nuestras propias celdas inventadas. Estoy condenado a levitar con el viento, a subir, a bajar, sin superar nunca este vertigo a la altura, el vértigo de desconocer mi destino, el final de la caida.

Iván Sáinz-Pardo
"La ira dormida" ©2006

POST PARA NADIE

POST PARA NADIE

Un soplo al oido, como un murmullo inventado.
Apareces para aliviar el desmayo, el vacio, el coma profundo. Tu alivio tiene forma de marea alta. Tu sonrisa salta el gran charco e ilumina mis dias de oficina, la rutina acolchada, desparramada por mis grietas. Apago los pitidos de alarma y abro la ventana para provocar la corriente de tus promesas. Quito la música para embalar con trocitos de mi alma cada una de tus palabras y sonrio sin proponermelo, sin esfuerzo alguno.
Las historias bonitas, a veces, tienen finales tristes, otras no, pero siempre se vuelven a apagar las luces y nuestra esperanza nos abre los ojos a una nueva historia. Pero tú escribes a solas el guión y me atenazas con engaños y falsas esperanzas, escondes las reglas del juego, monopolizas la aventura para conspirar la gran mentira. Me aplazas, me aparcas, me retrasas, me recolocas a tu gusto y manera con tus promesas sin moverte un centímetro hacia mí.
Desapareces. Me abandonas, me dejas succionada, seca, vacia. Me cortas las alas y caigo sin remedio. La marea ha bajado, pero nunca desaparece del todo. Esta me deja aquí sola, anclada en la orilla de mis días sin ti como complice, junto a nuestros planes medio enterrados, desangrados, inertes, en la bahía muerta de una historia que no estas dispuesto a terminar.
Me dices que la vida es un viaje solo de ida y que sin juego, sin riesgo, sin promesas, sin sueños...el amor no tiene sentido. Y aunque ya no soy una adolescente, contigo me dejo vender la moto más bonita del mundo.
Vuelves y vas, me arrastras y me abandonas y yo que termino por no soportar tanto dolor, lloro de rabia para atraer de nuevo el desmayo, el vacio, el coma profundo. Mientras todo se apaga, enciendo de nuevo la radio:

“…tú juegas a tenerme, yo juego a que te creas que me tienes,
serena y confiada, invento las palabras que te hieren,
tú juegas a olvidarme, yo juego a que te creas que me importa...
trataré que no tenga ningún sentido,
como no ha tenido sentido, tanto sinsentido junto.”

Hay canciones que parecen buscarnos, esperarnos, perseguirnos. Sin claudicar espero un soplo al oido, un soplo inventado, con la esperanza ahora de que sea de otro, de aquel que si sepa verme y encontrarme atraves del espejo.

Iván Sáinz-Pardo
"La ira dormida" ©2006


NADA

NADA

Me tembló el pulso menos de una décima de segundo y un terremoto infinito derribó toda esperanza de volver a creer en la verdad. Nadie escuchaba, las estrellas acariciaban con cierta desgana la cresta del tsunami y las mentiras, mientras, jugaban a ser hermosas sirenas seduciendo mi respiración. Tras el boca a boca, abrí mis ojos, vomite tu veneno y entendí, que nada de lo que un día creí, continuaba ya esperando por nosotros.

Iván Sáinz-Pardo
"La ira dormida" ©2006

SOLOS

SOLOS

-¿Qué haces aquí tan solo?

-Espero.

-¿Esperas?

-Sí.

-¿A alguien?

-No.

-¿A algo?

-Un milagro.

-¿Un milagro? Pero los milagros no existen.

-Tú tampoco, y estas aquí, por eso se que puedo continuar aqui solo, agarrado a la esperanza.

Iván Sáinz-Pardo
"La ira dormida" ©2006

NO QUIERO UN RELOJ

NO QUIERO UN RELOJ

No quiero un reloj para despertar, ni para medir mis espacios. Prefiero una báscula de sueños, para engordar en dicha y cumplirlos todos.
El tiempo nos separa, a cada esquina que tu arquitectura inventa. Nos une la vida, mientras nos buscamos por calles concurridas y dormimos juntos las heridas.
No quiero un reloj para despertar, por si ha salido el sol y ya no sigues a mi lado.

Iván Sáinz-Pardo
"La ira dormida" ©2006

LA RUTA DE LOS DINOSAURIOS

LA RUTA DE LOS DINOSAURIOS

Mi vida es un museo paleontológico sin visitantes, donde se exponen en vitrinas de cristal mis silencios. Mi vida es un edificio abandonado, adherido a un hospital de guerra para el dolor de huesos y el coma profundo de mis noches huérfanas de sueños. Mi vida es un viaje único, sin mapas ni autopistas, y las huellas que dejo, no son fruto de mi forma, ni del rastro delator de mi estancia, sino de la forma cambiante de todo lo que siento, delatando el paso de mi tiempo, que se agota, finito, como el último aliento de un peregrino.
Iván Sáinz-Pardo
"La ira dormida" ©2006

VOLAR

VOLAR

Volar estresa mucho. Cargar con las maletas y esa sensación todo el tiempo de que perderemos el avión. Mirar continuamente el reloj y comprobar, compulsivamente, una y otra vez que el DNI y nuestra tarjeta de embarque no han desaparecido como por arte de magia de nuestro bolsillo. Pagar a regañadientes casi tres euros por un café con leche y tener que llevarte las maletas contigo hasta para ir al retrete.
Comprobar que existe una ley no escrita que dictamina que, de existir la posibilidad de tener un bebe a bordo, lo han de sentar siempre por tu zona, para que así este nos amenice con sus berridos histéricos nuestro viaje. Y no, no podrás de todas formas dar una cabezadita, porque para evitarlo, esta además esa estridente campanita que anuncia cada mensaje de micrófono a un volumen de infarto de miocardio.
A la ida, nos abrochamos el cinturón pensando en un abanico de posibilidades, en nuestras expectativas frente al viaje, en todo lo que planeamos hacer allí donde nos dirigimos. Desde nuestro asiento, sobre esa butaca donde nos aprietan molestamente las rodillas contra el asiento de delante, vemos pasar al resto de la tripulación en busca de sus asientos. Por fin respiramos hondo y jugamos a nuestro juego favorito. Especular con la posibilidad de adivinar quien será el que termine por sentarse a nuestro lado. Y es así como nos volvemos a fijar en el pivón aquel que ya descubrimos antes en la cola de embarque. Ese pedazo de mujer que ahora se dirige por el pasillo en nuestra dirección buscando su número, y pensamos:

-¡Aquí!, ¡aquí!, ¡aquí!…

Hasta que lamentablemente pasa de largo nuestra posición.
Entonces comenzamos a bajar un poco el listón y pensamos que esa morena tampoco esta nada mal.

-¡Aquí!, ¡aquí!, ¡aquí!…

Y se sienta cuatro filas delante de nosotros.
Bueno, pues, espera… quizás esa otra que viene por allí detrás… Es bastante fea pero, pero… pero vaya par de domingas.

-¡Aquí!, ¡aquí!, ¡aquí!…

Nada, no hay suerte y parece que ya no queda nadie. Entonces, aparece al final del pasillo esa señora gorda, sonriente y sudorosa, embutida en una camisa de flores prácticamente empapada.

-¡Aquí no!, ¡aquí no!, ¡aquí no!…

Y cuando pasa de largo, somos nosotros quienes sonreímos y quienes nos quitamos el sudor de la frente. Estamos tan ensimismados en nuestra entupida lotería, que ni tan siquiera nos hemos dado cuenta de que un tipo lleva detrás nuestro un buen rato esperando pacientemente, rogándonos para que lo dejemos pasar y ocupar el asiento.
Con el misterio solucionado, ya solo queda comprobar que nuestro nivel de ingles aún sigue amodorrado en algún rincón oculto de nuestro cerebro, comparando los textos dobles en ingles y español de esa revista que encontramos frente a nuestro asiento. Mientras, ignoramos la coreografía de seguridad de la azafata, ya que total, todo el mundo sabe que aprender todo esa parafernalia de la mascara y del chaleco salvavidas tiene, en el caso de un accidente aéreo, tanto sentido como un curso de paracaidismo en el Titanic.

Después, uno ya, durante el despegue, piensa como cada una de las veces, en la muerte. En todo lo que aun no hemos hecho, en que pasaría si algo pasara mal y nos estrelláramos. Uno no puede evitar rememorar todas esas películas de catástrofes, o todo eso de lo del 11 de Septiembre. Por nuestra cabeza circulan imágenes como el de la turbina destruyendo la habitación de Donnie Darko, motores ardiendo, cabinas desgarrándose y asientos saliendo disparados por el aire como en “El Club de la lucha”. Que horror, pensamos y nos agarramos bien al apoyabrazos, mientras recordamos la escena de aquel avión bajo la tormenta cayendo en picado en esa peli donde Tom Hanks, después, termina por convertirse en un naufrago.
El avión coge altura, todas las cosas se hacen pequeñitas desde la ventanilla y el bebé que hay sentado delante tuyo comienza a llorar.
¿Quien dijo que volar es estresante? La película esa del naufrago nos ha salvado definitivamente el vuelo. Ahora tenemos dos horas enteritas para poder fantasear e imaginarnos completamente solos en una isla perdida con aquel pivón despampanante de antes.
El tipo que viaja sentado a nuestro lado tose y se extraña un poco al descubrirnos allí, con los ojos cerrados y esa extraña sonrisita.

Iván Sáinz-Pardo
"La ira dormida" ©2006

EL CEBO

EL CEBO

Me miré el piercing y descubrí un sedal. Entonces, en la oscuridad, pude ver como algo enorme, con dientes como estacas, se deslizaba velozmente hacia mí. Aquel buceo no era casual. Torpe descubrimiento, para ser el último.

Iván Sáinz-Pardo
"La ira dormida" ©2006

MIS AUSENCIAS

MIS AUSENCIAS

Siéntate y espera. Espera en tu silla, aunque sea la única y no conozcas a nadie.
Susurra palabras que corran de espaldas, en busca de un abrazo imposible. Piensa en mentiras, originales, piadosas y entretenidas, para dejar transcurrir el tedio y la tristeza de no volar de la mano con tus sueños. Degusta los sonidos de la calle y los de la locura, para permanecer sentado y poder a la vez escapar del mundo. Para seguir creyéndote invisible, para seguir creando sombras con el cuerpo y ausencias con el alma.

Iván Sáinz-Pardo
"La ira dormida" ©2006

ECLIPSE CON HIELO

ECLIPSE CON HIELO


Pensaste que el sol se apagaba y con esto, el final de todo tu mundo. Sentiste estropearse el licor de tu existencia, tu sangre aguándose con el deshacerse de aquellos estúpidos cubitos de hielo. Te sentiste olvidado, derramando, ignorado y decidiste abandonar enseguida. Claudicar de una vez por todas, para no aceptar más la realidad de sentirte pestilente, tibio, insulso, vil brebaje; y por no prolongar ese absurdo echarse a perder allí encima de la jodida mesa de aquel tugurio universal.
Ya era tarde, lo vaticinaba el silencio y el eclipse singular de un limón flotando, oxidándose, en tu cerebro.

Iván Sáinz-Pardo
"La ira dormida" ©2006

EL SILENCIO DE DÁNAE

EL SILENCIO DE DÁNAE

Dánae calla, en sumisa resignación por eludir su destino, por encapricharse, una vez más, en la búsquedade de la ternura. Dánae calla, arriesgándolo todo, transformándose en piel de otro cuerpo, en cuerpo de otra alma, para huir, impoluta, ajena al estupor del macabro silencio que la aprisiona. Y con mesura, me regala sus pisadas, que no son de despedida, sino de viaje acompasado por su planeta de plástico. Desaparece ante mis ojos, dejando tras de sí, únicamente las huellas de una ensoñación perseverante y estoica, en el empeño de recordarme, siempre y cada una de las veces, que la vida se vive antes, se vive después, pero sobre todo, se vive ahora.

Iván Sáinz-Pardo
"La ira dormida" ©2006

EL CAJÓN

EL CAJÓN

La ventana estaba entreabierta. Ella fue como cada mañana a mirar dentro del cajón. Pero había perdido su contenido en un sueño. Allí dentro ya no había nada.

-¡Lo mejor esta por llegar! Exclaman a gritos desde la calle.

Un día soñó que al despertar ya no había ningún cajón. Por la mañana, de nuevo en la realidad, descubrió que su mundo había desaparecido. No había ventanas y las cuatro paredes de su nuevo hogar eran de madera.

Iván Sáinz-Pardo
"La ira dormida" ©2006

MIEDO

MIEDO

Un día, tu cuerpo tiembla como un trampolín. Sabes que algo dentro de ti ha perdido definitivamente su equilibrio natural. Las tripas se retuercen, sientes vómitos y leves mareos. No puedes pensar con claridad, ni comer, ni concentrarte en lo que haces. No puedes evitar el vértigo de sentirte vulnerable, impotente ante la realidad de ser un mero espectador mientras tu vida entera se tambalea. Pero sabes que, cada una de las veces que consigues salir de nuevo a la superficie, sonriente, esa sensación siempre termina por desaparecer, para volver de nuevo a respirar feliz, para, una vez más, desear arriesgarlo absolutamente todo, como al principio, como siempre.

Iván Sáinz-Pardo
"La ira dormida" ©2006

TODOS LOS NIÑOS ESTAN LOCOS

TODOS LOS NIÑOS ESTAN LOCOS

Hoy me siento tan incierto como un acierto casual. Siento la soledad del adiós que golpea sin avisar, del escorpión rodeado, del maquinista esperando en la vía muerta. Escribo rodeado de cicatrices, de marcas perecederas. Sorbo el café, acompañado por las huellas de todas aquellas palabras necesarias que nunca nos dijimos.
La repetición que menos me gusta es la que suena siempre a algo nuevo. Esa que cuenta que la locura se cura con la edad. Que los adultos son como la tos enferma vaticinando el final.
Hoy me siento solo, pensando en los días que nos separan, en los días vacíos que ahora juegan a las cartas en el jardín. Que apuestan con esos otros días que ya se transformaron en inquilinos de nuestra casa y que nunca se cansan de perder.
Dormimos pegados, como dos niños dementes, criando plantas exóticas a oscuras, para alimentar todos los sueños que ya no recordamos. Y la luz infinita regresa cada mañana, cuando tú perdiste tus gafas de sol, a propósito, para que las encontrase cualquier otro. Y es que, un buen día, decidiste repartir tu suerte con desconocidos, tu espacio interior con muebles ajenos.
Sabes que nunca conseguirás alargar la noche lo suficiente. Al menos no tanto como para lograr apagar el sol para siempre. Tú caminas con los ojos cerrados y yo nací ciego. Todas las decisiones que no tomamos mientras duraba nuestra música, serán ahora una fotosíntesis eterna, una sintonía extraña, una mudanza al cielo, alargándose, implacable. Sin un esfuerzo verdadero, honesto, nuestra felicidad se encarnará en la sonrisa de un Dios en el que no creemos; en la sonrisa forzada de un Dios confirmado en su puesto, justo un momento antes, de su inevitable despido.

Iván Sáinz-Pardo
"La ira dormida" ©2006